domingo, 22 de mayo de 2011

Comida para gatos

Mi atlántico (por su cuna gaditana y por sus portentosas espaldas) amigo A. invierte 62 euritos al mes en pienso gatuno de calidad para sus dos micifuces. Bien se podría pensar que el esfuerzo es sólo económico, pero, como el adjetivo atlántico anuncia, también se trata de un esfuerzo físico: cada 30 días se acerca a El Corte Inglés caminando (1,1 km., según Google maps) y vuelve a casa con cuatro bolsas de Royal Canin por prescripción veterinaria: “Whiskas los mata lentamente”, le dice el albéitar. 
Entre otras muchas cosas, admiro a A. porque, aun sabiendo que los mininos le arrancan las teclas de su portátil, que se comen lo que haya en la despensa y que afilan sus garras controvertidamente en cualquier lugar inapropiado, el hombre se preocupa por su alimentación. Pienso en ello mientras leo que el gobierno chino (esa gran centrifugadora) antes de los Juegos Olímpicos a una de las cosas a las que se dedicó con más afán fue a matar de inanición, encerrados en almacenes, a toda la gatunería pekinesa. Los malpensados desembarcarán en el lugar común del uso culinario de estos especímenes en los restaurantes citadinos. Sólo pensarlo me pone enfermo. La inanición es una forma perfecta y barata de eliminar a cualquier ser viviente y, además, los chinos siempre han preferido a los patos.


Este mismo gobierno chino todavía no ha perfeccionado la manera de hacer desaparecer a activistas de manera pulcra, tanto como para que Occidente no se avergüence de su silencio (si es que alguna vez lo ha hecho). Lo de los gatos lo dio a conocer en su blog el artista Ai Weiwei, arrestado desde el 3 de abril y en paradero desconocido hasta ayer. El gobierno lo acusaba de “delitos económicos”. Las entradas de ese blog escrito entre 2006 y 2009 sólo existen en una edición que MIT Press acaba de publicar. Parece que al Dragón Chino, ése que está triturando una cultura milenaria al ritmo que marca el ultracapitalismo, ése que está alienando a millones de humanos en su salto ciego del campo a las ciudades sin identidad, creciendo cual mancha de aceite descontrolada, no le gusta mucho Blogger. Ni siquiera la página del multifacético Weiwei está claramente visible. Ahora que Occidente necesita más que nunca de voces disidentes, se hace necesario mirar a estos casos de control del Estado sobre la inmensa capacidad de los artistas para hacer saltar por los aires el silencio y la injusticia. Si no espabilamos, corremos el riesgo de que nos den Whiskas hasta la extenuación.

miércoles, 18 de mayo de 2011

La soledad de mi dentista

 [...] "Durante unos días la boca le sabrá a clavo. Poco a poco se irá perdiendo ese saborcillo y usted volverá a sentir el gusto habitual de los alimentos". Habla la auxiliar que se ha quedado junto al sillón de tortura mientras que la dentista y la otra ayudante van a explorar la boca de otro incauto en la sala de al lado, posiblemente el piscinero. El símil con los alicatadores de baños que tienen abiertas cinco obras a la vez y que abandonan tu hogar justo cuando van a colocarte el inodoro es lo primero que se me viene a la cabeza. La joven se sienta a mi lado y se pone a pasar unos folios a la espera de que vuelvan las otras dos. "¿Estudias?", le pregunto. "Sí, psicología a distancia. La doctora está pensando ya en la jubilación y no me quiero quedar en la calle". La chica me expone sus cuitas: "No me gustan los hospitales. Mis amigas están en Portugal, pero yo no quiero dejar la ciudad para ir hasta allí.". Del futuro salta verborreicamente a las motos, su gran pasión a pesar de haber tenido un accidente urbano: "Cuando iba de paquete con mi novio, él quiso pasar entre dos autobuses en la Avenida y mis muslos no pasaron. Me quedé encajada". La joven, más cerca de una diosa de la fertilidad neolítica que de otra cosa, no puede vivir sin sentir el aire mesando sus cabellos y el culo aplanado por efecto de sus ochenta kilos, un viaje del tirón a Chipiona y la gravedad.

Vuelve la plantadora de clavos. La temo como un tipo con juanetes una bulla: en la última visita me inyectó la anestesia y, a la espera del efecto, me acarició la cara y me cantó por Serrat al oído ante la indolencia de sus muchachas. Hoy toca otra técnica: "¿Qué hace este fin de semana". Tengo la boca casi desencajada por el aspirador y unos alicates; la respuesta no es tan simple como para poder fabricarse con un  simple guiño de ojos. "Yo voy sola a una boda sin conocer a nadie. La novia me ha invitado a mí y se ha olvidado de gente más cercana a ella". Pienso que la novia y su futuro esposo están engolfados en la manteca que puede soltarles una artista de la ortodoncia. "¿Usted qué ve que haga?". No doy crédito. Casi que parece que me pide que vaya con ella. Las auxiliares, ambas a un lado y a otro acompañando a la titular en la última bajada espeleológica a mi dentadura, ponen sus ojos en  mi cavidad bucal y callan. Me apena que se protejan las suyas por higiene sanitaria con esos tapabocas. "Yo voy a-a-a-a o-tra", le digo en cuanto puedo. "¿No será la misma?". No creo, claro; la mía es de C., insigne profesor universitario, y B., una tatuadora, conductora de Harleys y practicante de kick boxing. Veo que la noticia la entristece. Me da la mano de teleñeco (floja y sin apretar) y me despide.

Vuelvo a casa con una cita, la consigna de pasar todo por la batidora y la boca como si hubiera mascado una semillería entera. La soledad es un animal pegajoso que busca a seres desguarnecidos. En el fondo, me agrada este sabor.


martes, 17 de mayo de 2011

Pájaros

 Hoy he tenido que sacar secretamente mi estampita de urgencia de la cartera. En el envés figura una foto de mi admiradísimo (cada vez más) Martin Amis. En el revés, una cita de La información: “los triunfadores, como los idiotas, son seres olímpicos e invencibles”. Siempre que me encuentro en lides extenuantes e infructuosas la extraigo con disimulo y le planto un beso. Ustedes se preguntarán por qué. Sencillamente porque esta misma tarde he asistido a una reunión de empresa. Mis compañeras, mientras la jefa habla, toman entre sus dedos los collares de la de al lado colocados para la ocasión. Se alaban ostentosas piezas de bisutería que le adquieren a una mercachifle que se adentra los jueves en el Departamento de Inversiones para abrir su maletín y exponer esas monerías a mis colegas: moscas posándose en los nenúfares podridos de aguas estancadas, creyéndose abejas libando en el Jardín de las Hespérides. Qué mala leche, señor Fritanga. Pues la cosita no era para menos.

La cosita iba hoy de “oro molido”, la jefa ha decidido que esa sería la frase del día; también le agrada el adverbio hexasilábico “verdaderamente”, que se puede pronunciar aspirado (prueben, prueben) mientras el cerebro rumia alguna frase que embauque a la concurrencia. Le pillo un trozo de conversación con el Jefe de Recursos Humanos: “Tengo calor. Es un claro signo de madurez intelectual”. Aguardo una flexión de rictus que denote la broma. Nada. La reunión prosigue. De los 20 que asistimos, 14 mascan chicle, 8 miran al techo, 7 reciben llamadas en sus celulares y 1, el jefe de Relaciones Internacionales, se quita el zapato y se rasca la planta del pie; luego se huele los dedos. El olimpismo hace su aparición en cuanto expongo alguna medida para mejorar el rendimiento de la compañía. El equipo olímpico, compuesto por la Jefa y sus delfines, dan al traste con casi todo. Se susurran al oído consignas y conspiran al mismo son.

Decido evadirme y pensar en las milagrosas noticias que me han dado hoy dos curritos del edificio, dedicados por la noche a “robar pájaros” de un bosque aledaño a las instalaciones de la empresa para venderlos y pagarse sus vicios. Son unos truhanes, pero me dejan con la boca abierta por sus conocimientos de ornitología: “cazamos jamases, verdones, chamarices, jilgueros, primillas, pipitas, gorriones y cogujadas. Éstas últimas hacen el nido en el suelo. También cazamos perdices a la carrera: si la sigues durante 7 vuelos, al séptimo se quedan plantadas y la pillas”. Para un vil urbanita, amante de las palabras escondidas, esto sí que es oro molido. Vuelvo. Miro la pajarada que tengo alrededor con el deseo de volar a mi nido. Con el alma agarrotada (“el alma está en el cerebro”, Punset dixit), llego a mi ponedero sabiendo, ¡Oh, hipócrita lector, mi igual, mi hermano!, que mañana volveremos a la misma rama.

viernes, 13 de mayo de 2011

Poyejali!


Día de dentista. Urgencia como siempre. La sala de espera es un triángulo con sofás de escay y mesas bajas llenas de advertencias confeccionadas seguramente por las ayudantes de la doctora titular y enmarcadas por gentileza del chino del barrio: “¿Está usted embarazada o puede estarlo? Adviértaselo a su dentista”. No es el caso.

Me acomodo junto a mis iguales dolientes. Un joven en bañador (sic) y chanclas, y una treintañera leyendo un libro de la colección El Barco de Vapor (Pupi se da un baño muy accidentado). Algún gurú de la decoración en consultas privadas ha lanzado el mensaje de que la televisión de pantalla plana en transmisión infinita (nunca se apaga, haya quien haya frente a ella) es un regalo para los que no tienen la paciencia del cazador. El muchacho piscinero se hace con el mando, decidiendo que lo más interesante de la parrilla matinal es un programa rompepelotas dirigido por la almohadillada Susana Griso: un monográfico sobre el terremoto de Lorca con breves incursiones a la Audiencia de Cádiz por el caso de la mamá de la esposa de Jesús Janeiro Bazán. Desde el punto de vista televisivo no hay nada que decir, por tratarse de un burdo remedo de todo lo que hay; desde el punto de vista humano, la cosa es para echarse a llorar. La Griso pone cara de Virgen dolorosa en una micropantalla superpuesta sobre un escenario de tiendas de campañas por donde desfilan damnificados del seísmo para ser entrevistados por un individuo de camisa a cuadros que no se sabe exactamente si va a romper a llorar o a descojonarse. “Tenemos aquí a otro vecino”, un africano bajito con cara de preocupación; “no sé si vamos a entender lo que nos quiere contar; ¿cómo se encuentra usted y su familia”. El hombre contesta con un perfecto español (con algo de acento, naturalmente) a todas las preguntas del periodista o lo que quiera que sea. El piscinero ante las estremecedoras imágenes de fallecidos, derrumbamientos en directo y gente saliendo de entre los escombros sólo acierta a decir “hostia, quillo”, “hostia, quillo”, “hostia, quillo”. Lo peor es que me mira buscando mi complicidad y mis “hostiasquillo”.

Escapo más o menos. Incrusto la vista en el libro del que me acompaño (Una biografía soterrada de Sergio Pitol). Imposible. Me llama una auxiliar y me sienta en la silla de tortura. Llega la dentista. “Abra la boca. Le duele aquí. Y aquí. Aquí sí, ¿no? Aquí, aquí”. Joder, ahí, sí. “Hay que reconstruirle la muela y hacer una endodoncia en la muela del juicio... o se la arranco. ¿Qué prefiere?” Las preguntas del sí o del no tienen la artera condición de dejarte k.o. sólo de pensar en la respuesta. Las dos auxiliares me miran con fijeza. Una contestación rápida. “¿Tiene problemas de dinero? ¿No? Pues entonces consérvela. ¡Vámonos!”. Poyejali! La misma palabra que soltó Yuri Gagarin en abril de 1961 cuando se activaron los motores del Vostok 1 con el que llegaría a ver las estrellas, como yo en el mismo momento en que comenzó la operación.

Plano contrapicado: por el lado derecho la papada prominente de la dentista (60 años, 1 metro y 52 cm.) salpicada caprichosamente de cerdas díscolas y una mirada que bizquea tras unos espejuelos dorados; por el izquierdo, unas pestañas looping de la auxiliar y unos hermosos ojos verdes. Al fondo, la lámpara. (Continuará...)

martes, 3 de mayo de 2011

Macedonia peluda

Hoy fue un día trepidante: me enteré por boca de unos entusiastas folclóricos que existían las sevillanas bíblicas (Absalón presumía de sus cabellos/ de sus cabellos/ Absalón presumía de sus cabellos ( bis)/ Que no le competían ángeles bellos (bis)/ Sirva d´aviso, sirva d´aviso/ sirva d´aviso/ que sus cabellos fueron/ su precipicio); que en un pueblo del perímetro metropolitano un conocido andaba libando elixires vaginales de una esposa ante el celo vigilante de su amado, que al parecer se sienta a horcajadas sobre una silla puesta del revés para ver este arte de la pesca submarina con cara de eunuco; que el brócoli sabe mejor con una ajada previa en la sartén y luego cubriéndolo todo de agua; que en la FNAC los días de Feria de abril-mayo te puedes escuchar toda la sección de blues sin que nadie te pille los auriculares cuando vuelves del baño; y que, si le restas a la City el personal que anda amarillo de albero y de manzanilla, puedes pensar que vives en una ciudad de hace 50 años.

Me gustan estos festejos porque el balancín de los movimientos masivos en la ciudad deja uno de sus brazos levitando resueltamente en el aire, mientras el otro se entierra en un hoyo que, a fuerza de golpes, puede llegar a tocar el núcleo terrestre. A los que no tengan querencia alguna por esa Coney Island local les aconsejo el paseo vespertino por las calles del centro y la compra, si es que lo necesitaran, de la indumentaria veraniega sin agobios. Hasta en El Corte Inglés el aire vinagre de Módena de sus dependientes se extingue como el lince en Doñana. Por cierto, mi amigo J., al que me he encontrado con A. a la búsqueda de un local con cerveza bien tirada y sin televisor (empresa prácticamente imposible), me dice que fue atacado por un lobo en las inmediaciones del Parque Nacional del Cabo de Gata. Me consta que las alimañas medievales como el oso, el lobo y el zorro están volviendo a poblar los montes abandonados de Galicia, pero creo que el territorio del Canis lupus signatus queda algo alejado de allí. En fin, vuelvo del paseo intentando montar una fritanga con una columna vertebral tan fuerte como el pelo de Absalón, aunque, como a él, se me haya enredado la melena en las ramas del día. Feliz noche.