sábado, 17 de junio de 2017

Una vez fui Virgilio en el Paraíso


La adolescencia tiene la rotundidad de una tormenta de verano; no tiene ambages, se muestra a corazón abierto; es pura convulsión de sentimientos y pasiones. Bien construida, anuncia vidas de gran calado, comprometidas con lo que les toque. Ayer tuve ocasión de sentirla de nuevo, como mero observador, pero también con una sensación de fuerza interior que me mostró que el acné que tuvimos nunca se apaga del todo, porque ver a adolescentes en acción regala la posibilidad de revivir tiempos pasados y volver con ellos a aquella época de incertidumbres e ilusión.

Fue en la graduación de los alumnos de 2º de Bachillerato de nuestro centro donde pude cerciorarme de ello. Tales celebraciones se nos presentan tumultuosas y sentimentales, de discursos de gratitud mezclada con algún pescozón irónico a los profes. Sorprende verlos en este papel de adultos trajeados y de vestidos largos dirigiéndose a un público con el corazón anudado a las gargantas. Se parecen, sí, pero estas ceremonias nunca son las mismas. Cada una tiene un sonido diferenciado.

El maniqueo mundo de las ciencias y las letras se repartió en dos discursos. Los representantes de los alumnos de ciencias dieron su visión del ciclo con guiños matemáticos a sus profesores. Cuando Raquel y Ariadna, alumnas que le ponían voz al bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales, se colocaron ante el atril para leer sus palabras, el tiempo se detuvo por un momento: agradecían entre lágrimas la labor de dos de sus profesores, Cristina y Manolo. Cristina los guió durante un par de años por las gramáticas y literaturas clásicas con sensibilidad y entrega, con una discreción cercana y a la vez elegante; Manolo les intentó iluminar el arduo camino que lleva a vislumbrar la belleza de la Literatura Universal. Tras diecisiete años en la profesión, el año pasado me encontré con el maravilloso regalo de poder impartir esta asignatura, pero también con el de toparme con un grupo de seres sensibles que libaron con franca devoción los néctares de flores inmortales como el Gilgamesh, la Odisea, Petrarca, y Keats, entre otras muchas. No todos los días se recogen los frutos invisibles de la gratitud. Cuando se refieren a uno en términos como “el Virgilio que nos guió por la selva luminosa de la Literatura Universal”, ese uno no tiene más que sonrojarse, emocionarse y sentir que las mañanas entre los alumnos merecen la pena ser vividas con entrega verdadera y entusiasmada.


Antes de bajarse del escenario, una de ellas leyó el poema “Ítaca” de Kavafis. Le robo al griego unos versos para desearles a todos y a cada uno de ellos “que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes”. Muchas gracias por tanta felicidad, mis queridas amigas. Será muy difícil olvidaros.

domingo, 11 de junio de 2017

Jessys y bienes culturales


“Jessy Sanjuanera” y “Arriba la lucha obrera” son dos grafitis que conviven en un mismo muro cercano a mi casa. En el primero, la firma de esta orgullosa vecina de San Juan de Aznalfarache va incluida en la pintada; en el segundo, entre paréntesis y abajo, figura el grupo reivindicativo que lo plantó en el ladrillo: el PCE. Se enfrentan aquí dos formas tangencialmente opuestas de entender el mundo: por un lado, el individualismo autocomplaciente y sin conciencia de Jéssica (conciencia de pertenencia a la villa, al menos); por otro, el sentido reivindicativamente gregario de unos nostálgicos comunistas locales. Resulta paradójico que “Jessy Sanjuanera”, dentro de no sabemos cuántos años, ascenderá al purgatorio del trabajo en negro o, en el mejor de los casos, de un trabajo con más horas que un viaje Bucarest-Madrid en autocar. Su firma estampada en el muro será lo más cerca que esté de una organización cuyos planteamientos preliminares son, precisamente, la defensa de las Jessys del mundo, aunque de esto último no estoy muy seguro.

De todas formas, no exculpo a ninguno de los autores de estas frases. En ambos casos pienso que se podrían haber aliviado de otra forma sus ganas de dejar constancia de su paso por la Tierra. Eso sí, el daño es menor que el de los energúmenos que han pintado y rayado restos de pinturas rupestres paleolíticas y neolíticas en las cuevas del Cantal, en el Rincón de la Victoria (Málaga). Botellas de cerveza y latas de pintura convivían en este lugar con una datación de 32.000 años. La lucha por la formación cultural de las personas siempre ha sido encomiable. Desde hace años, mis clases comienzan a principio de curso con una breve exposición sobre los conceptos de “bien común” y “bien personal”, en un intento inocente de que las mesas, paredes y corchos no acaben luciendo las consabidas pollas al final de curso. Visto lo visto, el año académico venidero se abrirá con la inclusión del término “bien de interés cultural”, por si se puede salvar algo.


Los cavernícolas nativos tuvieron, sin ninguna duda, un vínculo sagrado con aquellos lugares y con sus pinturas. El otro día me decía mi amiga Reyes que hay unos tipos investigando cómo la ausencia de una relación con lo trascendente aniquila los valores éticos en las personas. Las Jessys no entienden de trascendencias porque sus vidas son intrascendentes. El ejército de Jessys que bulle por las calles de las ciudades (entiéndase que en sus filas también militan los Jessys) es más peligroso de lo que aparenta. El personal se lleva las manos a la cabeza porque el ISIS destruye las Ruinas de Palmira por mor de la religión. Las/los Jessys destruyen sin religión ni ideales; lo hacen por sus mismos coños y pollas, esas que pintan en el bien común mientras piensan sin pensar en cómo acabar con los bienes culturales. Hay que trabajar duro, amigos. Mañana empezamos. Feliz semana.

viernes, 9 de junio de 2017

Piticli


No me queda más remedio que sospechar que algo está pasando en el ornitologic world del lugar donde vivo. El pájaro de este cartel viene a engrosar la nómina de aves desaparecidas en un radio de 200 metros en los últimos meses. Hace una semana publiqué un comentario acerca de otro anuncio sobre el extraviado Love –gran hallazgo el nombre–, hermosa ninfa que, según el dueño, silbaba “La cucaracha” y se había criado a mano. Esta vez le toca a “Piticli”, tal vez menos selectivo que Love (vuela con cualquiera y pica cualquier cosa), pero igualmente importante para los compañeros de hogar (“Piticli tu familia te echa de menos”).


Observando detenidamente las existencias fallidas de estos dos seres, ambos coinciden en que estaban en manos de unos tipos horteras y pusilánimes. En el fondo estos pájaros exóticos, a pesar de sus nombres (ninfa e “inseparable”), se piran al menor atisbo de sensiblería y llanto. Los imagino tomando las de Villadiego para robar alpiste a cándidos canarios y echándole huevos a la pajarada no doméstica del barrio. Si los ven, ni se paren. Puede que el dueño esté cerca, y ahí no hay escapatoria posible. Guten Nacht, amigos.