sábado, 27 de noviembre de 2021

Coro in Wonderland

  


“El efecto lata de mortadela”, del que ya he escrito en alguna ocasión, no es más que la metáfora burda de la expulsión contemporánea del Paraíso. La explicación es de un sutileza sonrojante: introduzca el puño cerrado por la base contraria a la boca de la lata (turismo de masas); empuje con denuedo y sin pausa (vuelos baratos, airbnb, hoteles a mansalva, oferta hostelera en casi todos los bajos del centro…); y una apetitosa barra de mortadela aparecerá por el lado abierto para la ocasión (los habitantes naturales de la ciudad expulsados). Esta “mortadela” saliente va habitando poco a poco los nuevos anillos urbanizados del infierno, los cuales aparecen como una mancha de aceite que se expande por el plano del extrarradio. Aquí hablamos de vivienda, pero ¿qué decimos si nos referimos a la ocupación de espacios de esparcimiento que han sido tomados por los visitantes eventuales, dando lugar a que los lugareños también se tengan que expandir-esparcir hacia más allá de sus fronteras para encontrar un lugar de tranquilidad que ya no ofrecen sus propias ciudades?



 

Hoy fuimos a Cortelazor, pueblo de la Sierra de Aracena que no llega a 400 habitantes en su día a día. Creo que sería alrededor de 1989 cuando llegué allí de la mano de un anfitrión y un amigo maravilloso: el señor Vázquez. Él nos abrió las puertas del pueblo de sus padres y nos presentó como camaradas a los naturales. Mucho alcohol, mucho buen jamón y mucho cachondeo se ha trasegado por estas calles. El fruto de todos estos años acudiendo a las fiestas del lugar ha sido la amistad con algunos de los que allí aún quedan. Coro y Jesús, su marido, son de esas amistades. Si algo tienen los de Cortelazor es el sentido de la hospitalidad. Puedo decir que su bondad, su falta de prejuicios y una particular manera de ser cosmopolitas sin necesitar mucho mundo para ello es marca de la villa. Este sábado en la plaza hemos degustado los manjares de Eligio mientras que nos contaban cómo la afluencia de gente de fuera abarrota el pueblo los fines de semana. Ellos no lo dicen, pero nosotros sí que vemos la manera en que el idílico anonimato de este sitio va desapareciendo en detrimento de su esencia y de su tranquilidad. Las rutas que apenas solo conocían los que allí habitan, una especie de patrimonio natural resguardado de la voracidad del turismo de fin de semana, se consume por la masa guiada por la publicidad de las redes sociales y los vídeos colgados en youtube. Coro y Jesús no se quejan; también he de suponer que algo de beneficio traerá todo ello a la zona.



A la salida hacia la carretera general vemos unas pintadas alusivas a la construcción de una vía rápida. “No a la vía rápida”. Un desastre ecológico se cierne sobre la belleza de este paisaje. La rapidez se aviene mal con estos lugares. La velocidad tecnológica está filtrándose en proyectos que no la necesitan. Esa rapidez que lo copa todo en nuestro día a día ha de mantenerse alejada de ciertos espacios. Me pregunto si los de allí la querrán. Habría que preguntarles a ellos antes que a los empresarios que moverán sus mercancías (incluidos en ellas los humanos) en la mitad del tiempo que lo hacen ahora. Menos tiempo; más ganancia, más gente, más riqueza (¿de qué tipo?). El dominguerismo hace que incluso se organicen brigadas locales para frenar a las hordas que pillan las castañas de fincas particulares (“rápidamente”). Razias de fin de semana que van asolando la riqueza espiritual y material de aquellas tierras. Ojalá no se nos vaya la oportunidad de preservar la belleza de por allá. Ojalá nos queden muchos años de ir a ver a los amigos, con tranquilidad y sin vías rápidas.


lunes, 22 de noviembre de 2021

Mucho Yo y poco tú en el Día de la Música

 


La literatura, como todas las artes, no puede sustraerse a su tiempo. Se tiñe del color de la vida que camina por los senderos de cada momento. Basta con leer los periódicos, ver un rato la tele o trastabillarse por internet para sospechar a que huele la tinta que contará o cantará el tiempo que nos ha tocado vivir. 

También vale para la música. Escuchen durante un rato, si no, las letras de los temas de Yung Beef o de C. Tangana. Si no basta con observar detenidamente sus miradas para sospechar sus limitaciones como individuos, apenas treinta segundos admirando sus creaciones ya dan para constatar hacia dónde va la música comercial que consumen (sin control ni interés parental) miles de adolescentes y no tan adolescentes. Lo explícito y lo feo (en lo estético y en lo moral) emergen a cada línea en la creación de estos artistas. Lo que más me llama la atención es que Kiko Veneno y algún componente de Ketama acompañen a este tal Tangana en uno de los vídeos enlazados arriba, lo cual no es más que la muestra de que, además de “producto producido” (valga la redundancia), se trata de una veta creada artificialmente en la mina de la música de ahora. Los gigantes (entendiendo “gigantes” como los que vinieron antes) se empequeñecen portando en sus hombros a estos nuevos “enanos” de circo.

Bernart de Ventadorn, trovador provenzal del siglo XII entra en liza en una pelea de gallos con C. Tangana, juglar del XXI. Casi un milenio los separa. La comparación de unas estrofas de uno y otro da la medida de la aniquilación absoluta que ha supuesto el reguetón y sus alrededores con respecto a las formas de la poesía amorosa dentro de la tradición literaria occidental. Compararlos es como colocar a un águila junto a un espantajo. Por el desagüe se escapa toda la poesía del amor cortés, el Petrarquismo, el Romanticismo, el Simbolismo, el blues, el tango, la bossa nova, la canción melódica, los Beatles, etc. Miren si no:


Ya que con mi señora no me valen
ruegos ni compasión, ni mi propio derecho,
y a ella no le agrada
que la ame, nunca se lo volveré a decir.
Así me alejo de ella y me aparto;
me han muerto y como muerto respondo,
me voy –ya que no me retiene–
desdichado, al exilio, no sé a dónde.


Antes de que muera yo


Pienso follarte hasta borrar el límite entre los dos


Antes de que muera yo


Quiero jugar con mi vida hasta haberle perdí'o el valor


Antes de que muera yo


Le meto a él y a quien venga detrás, no le temo al dolor


Tengo más guardao', desde hace años, pesao' (Eh)

Los voy a aguantar hasta el KO


Creo que el reguetón o el trap aglutinan buena parte de lo que es este mundo en el que vivimos y viviremos: autobombo infantil, cosificación de los individuos (material consumible y desechable, Maluma cantat), victoria de lo explícito (que pone en grave riesgo la existencia del humor, el amor, la capacidad de leer entrelíneas, la ironía…), lo pornográfico, la inmediatez (el click con el dedo para comer, comprar, ligar, votar…), el "autotune" uniformador de voces, la delincuencia o el "forajidismo" como valor, etc. 

Hoy, 22 de noviembre, ha sido día de Santa Cecilia, patrona de la música por un error de transcripción. En las actas de su martirio figuraba organis illa decantabat..., que se traduciría como "ella cantaba entre intrumentos candentes", pues fue condenada a morir por el vapor de un caldarium. Ese error de transcripción se tradujo en "ella cantaba y se acompañaba de un órgano" (canentibus organis decantabat...). Encomendado quedo a la Santa "por mí y por todos mis compañeros" para que nos ayude a no perder nunca la capacidad de apreciar la verdadera música. Santa Cecilia nos libre de la basura.

Un buen amigo me acusa de moralista en estas fritangas y puede que tenga toda la razón. Cuando uno es padre mira el futuro con más interés, pues cuando deje de pesar sobre la tierra el futuro moldeará el arte que venga y, también, la mirada de los que habiten el Planeta. Vean un vídeo del tal Tangana antes de irse a dormir esta noche o lean un poema de amor. Según la elección, los sueños serán bien diferentes. Good night, my friends.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

La alegría que se fue

 


Esta foto es prestada. Me la pasa mi mujer y ella misma me hace reflexionar sobre la imagen. Se trata de su colegio, el López Ferreiro en Compostela a principios de los 80. Me llama la atención sobre la interrelación de los que aparecen. Ahí mismo, visible por su naturalidad, está la alegría del movimiento, de la búsqueda, de la pose, del cachondeo. A pesar de lo limitado del patio, de la escasez de mobiliario, del eterno suelo mojado de Santiago en invierno, todos los que aparecen tienen algo que decirse, se tocan, maquinan, se putean, pero todo hilado con el fino hilo de lo que está vivo. He de suponer que cualquiera de los que pasáis por aquí podríais remover el cajón de las fotos familiares y encontrar escenas similares. Hace unos años serían meras fotografías de patios de colegio; hoy son un testimonio social de gran valor por lo que tiene de elemento comparativo con lo que se puede ver hoy día en estos mismos patios.

Hace un par de días, compartí con mis compañeros las reflexiones que siguen en torno a este problema que en nuestro centro de trabajo (y en tantos otros) está dando lugar a un cambio en las relaciones entre los estudiantes, entre estos y el mundo que les rodea, entre ellos mismos y su capacidad para estudiar. Las comparto aquí con ustedes por si son de valor para abrir el debate, que era lo que yo deseaba cuando las envié. Solo he recibido algún “cuánta razón tienes” y demasiados “mutis”. Ahí lo dejo:

Estas líneas que siguen son un intento de compartir una reflexión en “voz alta” con aquellas personas que se planteen la conveniencia o no de la presencia de los móviles en nuestro centro. En estos puntos me remito a lo observado directamente durante los años que llevo trabajando en este lugar. No trato de convencer a nadie de nada. El fin es abrir una línea de reflexión personal en cada uno y, si se desea, verterla en un debate más general. En estos ocho puntos desgrano qué puede llegar a suponer o supone para nuestros estudiantes (y para  el Claustro) el uso continuado de teléfonos móviles en el espacio donde desarrollamos nuestro trabajo:

Supone un foco de desatención y desconcentración: el joven pierde dos de los pilares básicos para la comprensión del mundo: la atención para ver qué ocurre y la concentración para profundizar en ello. La mera presencia del móvil entre clase y clase no les permite tener un tiempo de relajación real. No hay un ritmo saludable cuando no se respeta el binomio tensión-distensión. Por ello, la vuelta a clase está llena de “ruido”, el cual es letal para que atiendan a nuestra explicaciones con una presencia real.

Es un elemento des-sociabilizador: los estudiantes no tienen una relación directa con sus iguales. Es la tecnología la que crea el aparente vínculo entre los jóvenes, pero se pierde todo lo humano que rodea al mensaje y, en este trance, llegan los malentendidos (ambigüedades, dobles sentidos, etc.) que luego se traducen en el epicentro del conflicto que pueda surgir entre ellos.

Resulta un elemento de conflicto y desestabilización emocional en el ámbito escolar, convirtiéndose en un arma que complica las relaciones con mensajes innecesarios entre clase y clase, con la circulación de contenido inapropiado para su edad y desarrollo, o con fotos y vídeos que se graban con o sin el consentimiento de la persona grabada.

Da lugar a un paulatino desgaste de la voluntad de trabajo: todo se deja para el móvil. Por ejemplo, la búsqueda de palabras, con la consecuente desaparición del diccionario y de la posibilidad del descubrimiento personal; la pérdida del cálculo mental en operaciones matemáticas básicas; o, por citar otra circunstancia, la casi anulación de la escritura manual en el hecho de, por ejemplo, apuntar las tareas para casa.

Propicia la vida nerviosa, haciendo caer a algunos en un bucle de dependencia del aparato y de sustancias que les facilite tener (aunque sea a destiempo) un ciclo circadiano adecuado. El consumo de melatonina para conciliar el sueño es cada vez más frecuente entre nuestros jóvenes. Por contra, se abusa de las bebidas energéticas cuando no se puede tirar del cuerpo de día. Se puede observar el consumo de estas últimas en el propio patio. Esto provoca un emparejamiento nada saludable sobre el organismo humano de sustancias que se encuentran en polos opuestos de acción.

Da lugar a la creación del “yogui tecnológico”: jóvenes que en el patio se cruzan de piernas en el suelo. Encorvados y con el móvil entre las mismas, comen solos, sin apenas percatarse de lo que ocurre a su alrededor y sin que haya un encuentro humano directo y veraz. El “yogui tecnológico” busca escapar de un aburrimiento que él mismo crea por ausencia de relaciones entre iguales. Todo es un trabajo por llenar una vida vacía porque no hay vínculos con la parte humana de su existencia.

Crea individuos endebles en el carácter: la continua relación con lo superficial y lo meramente emocional produce seres de carácter vulnerable, dependientes de un “like” para seguir contentos durante el resto del día. Se corre el peligro de que se pierda la perspectiva que permite diferenciar lo importante, lo trascendental, de lo superficial.

El volumen de lo que llega a través del móvil aparece sin estructura, sin orden, sin dosificación, sin jerarquía. Todo vale y tiene la misma importancia. El discurso roto y falto de esa estructura también dificulta la construcción de planteamientos claros a la hora de abordar un examen o de buscar soluciones a un problema.

Supongo que podríamos sumar algunos puntos más al respecto. Lo dejo aquí con la esperanza de que sirvan para lo dicho más arriba. Un “centro libre de móviles” (tal como se estableció a nivel nacional ese ya tan olvidado lema de “espacios libres de humo”) facilitaría nuestro trabajo y crearía un centro escolar diferente en muchos aspectos: más humano y más centrado. Por otro lado, se podría destacar la urgencia que tiene todo esto para la consecución de una generación de jóvenes que aborden sus paulatinos hitos vitales con madurez y reflexión. Tenemos una obligación para con ellos en lo referente a su educación y a su formación como individuos. Creo que todo lo expuesto arriba va en esa dirección.

Muchas gracias por la atención prestada.
Un cordial saludo
 


"Yo sé quién soy"

 


 “A mi prima la reforma del piso le ha quedado chulísima: cocina americana, salón amplio y con luz natural…”,  suelta por el teléfono un tipo cuarentón de dos metros de altura que me cruzo a la entrada de donde vivimos. “Dile que necesitas los muebles pronto; que, una vez terminen los pintores, tienes que montar tu nueva casa”. Esto otro lo cuenta una señora en el metro mientras habla por el móvil. La gente reforma pisos, lo fotografía, lo cuenta y lo cuelga (supongo). En la sala de espera del fisioterapeuta (fascitis plantar desde hace más de medio año; uno se hace viejo), una mujer española, de unos cuarenta años y traje de chaqueta de espiguilla gris, se sienta delante de mis narices, coloca el teléfono junto a la boca en modo tostada y comienza a hablar en inglés. Buen acento, decisión, un toque exhibicionista. Yo suspendo la atención sobre la mesa central y espero con la mirada perdida a que termine de contarle a quien sea cómo está el tiempo en Sevilla.

Me pregunto si no habrá una conquista silenciosa de los maleducados, de los que no respetan los espacios comunes (salas de espera, los vados, las zonas de carga y descarga, los vagones de tren…).  Son, poco a poco, legión. La vida urbana muestra estas cosas con más claridad. “Yo sé quién soy “, dice don Quijote oponiéndose a todo juicio de valor sobre su locura. No puede entrar el mundo a través de esa rotunda afirmación. A cada paso, como una oración, tal vez haya que susurrarlo para no sucumbir a estos gestos cada vez más numerosos.

De vuelta a casa, basta un segundo de la visión del río y la rotundidad de la luna para pensar que aún hay esperanza. Mi amiga Lena Heckendorn me envía esta foto desde Noruega, pues la belleza, afortunadamente, tampoco descansa para los que la buscan. Que descansen. Seguimos.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Identidad




Este que ven aquí fui yo. Supongo que con más o menos 23 años. Ese “yo” ya no existe, a no ser por algunos rasgos irrenunciables y bien pegados al tejido adiposo de la personalidad. En estos ejercicios suicidas con el pasado uno sale mal parado siempre. He de suponer que soy el de la fotografía porque me ha acompañado en múltiples mudanzas durante un cuarto de siglo. La supervivencia de esta imagen es un cúmulo de afortunadas situaciones que la salvaron de no acabar traspapelada u olvidada en los polvorientos rincones de todas las mesitas de noche por las que rodó. La identidad de aquel joven la conozco. “Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante”, decía el poeta Gil de Biedma. Le doblo la edad a ese individuo y desde aquellos finales de los noventa me interpela si lo miro fijamente. Su mirada no promete mucho; se trata de un muchacho adormilado, cómodo en su condición de universitario. Creo recordar que guardaba como afán secreto ser escritor algún día. Ya no lo sé. Me parece una injusticia querer darle una vida a alguien que no se puede defender. Lo que sí creo es que tuve clara mi identidad. Evidentemente, cuando uno cruza la veintena lucha por ser; luego vendrán las oscuras y esquivas luchas por tener y mostrarse al mundo (más o menos mediada la treintena) con los objetos que nos explican (como hacen los adolescentes con sus zapatillas, por ejemplo). Pero el caso es que sabía que iba a ser profesor algún día y que no viviría siempre en mi ciudad; que viajaría a lugares habitados por los espíritus literarios que yo perseguía en los libros; y que me enamoraría de alguien especial.

Si me remontara más atrás, a mis dieciséis años (afortunadamente no hay foto de esa época), la cosa iría más por la pasión por el baloncesto, el deseo de ser diferente y la no siempre edificante vida con los amigos. Tenía dudas, como todo adolescente, sobre cuestiones de lo más variado. Amigas y amigos de aquella época quedan algunos (los importantes), otros se fueron y algunos los dejé marchar (o me dejaron marchar) por razones de intereses vitales y posturas ante el mundo bien alejadas y contrapuestas. Los que fueron íntimos y aún lo son, suponen un maravilloso tesoro. Las conversaciones con estas personas son un cofre desde el cual recobrar el pasado a fuerza de memoria compartida y complementaria; también resultan una búsqueda por desentrañar el misterio de la amistad y de la vida ahora. Alguna vez he hablado con los íntimos de aquellos días de compartir música y libros, ideas y sueños, en nuestras habitaciones de las casas familiares. Había un evidente amor fraternal que no había ni que mentar para saber que estaba ahí.

Me pregunto cómo hubiéramos vivido a día de hoy aquella íntima amistad. La confusión de los afectos es un denominador común de nuestro tiempo. ¿Se podría haber confundido ese amor fraterno con atracción sexual? ¿Se podría haber compartido la intimidad entre hombres desde la filia (amor fraterno) sin que entrase el eros (amor sexual) a no ser que hubiera una verdadera atracción? No lo sé. Constato que ahora esto es más difícil de separar. Este año, algunas alumnas me han pedido personalmente que las trate como chicos. Su primer paso es masculinizar su aspecto y, un poco más tarde, sus nombres. Yo les digo que sí, sin embargo, me pregunto si hay suelo en esas decisiones, si no hay algo de moda en todo ello. No dudo que exista un claro deseo de cambiar de género en muchas de ellas, y de manifestarlo de una forma clara y contundente. Eso lo aplaudo, aunque me siga preguntando si no será en algunos casos fruto de un contexto que converge hacia lo difuso y la programada ruptura de los límites genéricos en pos de no sé qué oculta razón. Durante  esa misma semana oí a unos jóvenes de trece años afirmar con orgullo ante un auditorio de colegas que eran vegetarianos por convicción. “¿De verdad?”, preguntaban los otros con una mezcla de sorpresa y admiración. Cuando salgo del centro, me topo con un anuncio de Burger King vegetariano en la parada del autobús. La presencia de lo vegetariano también se hace ubicua y se convierte en un signo de diferenciación prestigiosa ante los demás.

Observo que el mundo sigue moldeando en su torno imparable nuestras vidas y nuestras decisiones. Abrir mentes es propio de la filosofía; cerrarlas, de la propaganda. Nuestros adolescentes necesitan certezas que iluminen sus dudas en un ambiente limpio. Por el contrario, vivimos un momento en el que los jóvenes toman por certezas sus dudas (lo cual es lo normal), pero guiados por la corriente de pensamiento que florece en los medios de comunicación y en las redes sociales. Tal como va la cosa, esperemos que por el camino no haya muchos equívocos identitarios.


lunes, 8 de noviembre de 2021

Sin jóvenes en la sala


Hay hombre sentado al fondo del escenario abrigado por los focos. Porta un tridente en forma de saxo tenor, como un Neptuno varado. Es Joe Lovano. Acompaña a los músicos polacos que conforman el Marcin Wasileski Trio. El viernes tuve ocasión de oír la manera en que las tradiciones musicales de Europa y EE.UU. se unen en este cuarteto de artistas. Wasileski me dio la impresión de venir de las melodías de los grandes salones de finales del XIX, contrapunteadas con una sección rítmica bien ajustada a sus juegos. Jazz de precisión austro-húngara compensado por las evoluciones en la escala negra de un Lovano que, anciano, ya venía de servirse unas cuantas copas de vino de Rueda antes de subir al escenario, tal como pudimos ver mis amigos Mercedes, Joaquín y el que esto escribe. El momento que hizo vibrar a la concurrencia se dio cuando el polaco se acercó al terco boogie-boogie que marcaba Lovano y su tradición, tensando así el milagroso hilo que une el Viejo Continente con África y con Estados Unidos. Concierto correcto que, al acabar, nos llevó de nuevo al bar y a una “jam session” en la que comparecieron músicos locales con ganas de montar una buena fiesta, como así fue.

Cuento todo esto para llamar la atención sobre un hecho que da la medida de hacia dónde nos dirigimos: no había apenas jóvenes entre los asistentes al concierto. Como si de una misa se tratara, sólo asistían personas mayores a él. Recuerdo que cuando era universitario existían en la ciudad ciclos de música a los que acudíamos con verdadero interés, como si se nos fuera a manifestar un saber oculto en el patio de butacas. Eran los tiempos del "New Age" musical que traían a Sevilla a Mertens, Nyman o Vitale, entre muchos otros, los cuales nos podían gustar más o menos, pero que duda cabe de que asistías a algo que nos sacaba de la grisura de la música de la radio-fórmula y nos ofrecía otros paisajes musicales. Eran los tiempos de aquel Ramón Trecet que nos había dado jarabe del bueno con su programa de basket “Cerca de las estrellas” los viernes de madrugada y ahora nos daba canela fina en Radio 3. Con su ya habitual “buscad la belleza” cerraba el programa, convocando a unos cuantos a que nos tiráramos a la calle, efectivamente, buscándola. Algunos podemos decir que somos hijos de Trecet. Aún nos quedará algo de ese afán de buscar lo bello entre las nuevas formas de fealdad. Que no haya jóvenes en estos conciertos de ahora es una mala noticia, pues el jazz es una manifestación cultural exigente (como lo puede ser la música barroca o cualquier fruto proveniente de un arte verdadero), que requiere de una actitud determinada ante el mundo. No me refiero a una actitud elitista, sino de pregunta, de búsqueda, de incluir otras sensaciones que supongan un salvavidas para lo repetitivo y lo previsible. Los viejos vamos a estas cosas como el que sueña con volver a sentir aquello oscuro o luminoso que  un día se le presentó, casi sin avisar, en forma de música, película, paisaje, amistad o, por qué no, amor. Pienso que urge introducir una asignatura de historia de la música del siglo XX en los centros de enseñanza. Mostrar la tradición y la forma en que esta evoluciona puede hacer que veamos a algunos jóvenes dejándose caer por los conciertos. Por citar un caso de desculturación general, el otro día me decía un primo que, en el máster al que asiste sobre escenografía, nadie sabía entre los jóvenes matriculados quién era Jimi Hendrix.

Ahora que tanto ha dado que hablar el bono cultural (pienso que innecesario si no se replantea), yo lo daría con 10 pestañas troqueladas y con el “producto cultural” (tremendo término) ya establecido en cada una de ellas. En él colocaría, entre el jazz, la música clásica, la ópera, los libros, los mangas, los conciertos de reguetón y los discos, una pestaña para un espectáculo taurino, pues no hay nada mejor que la experiencia personal para sacar conclusiones sin necesidad de que te guíen otros. Teatros, salas de conciertos y plazas de toros no son la misma cosa. La tradición trae aires antiguos de Nueva Orleans al jazz de hoy, así como la tradición hace pensar que conservar los cosos taurinos abiertos es un derecho. El reguetón mata el gusto; el torero hace lo propio con los morlacos. Los prejuicios matan la reflexión. Cuídense de ellos y escuchen buena música.


sábado, 6 de noviembre de 2021

La ciudad de noviembre y lo que vendrá

 




La ciudad comienza a abrigarse y a buscar el sol. El Metro advierte que a partir del 8 de noviembre no se permitirá la entrada de bicicleta ni patines en los vagones durante las horas punta. Paseamos por la ciudad que está en un tris de ser absorbida por la pre-Navidad comercial. Afloran tiendas por las esquinas y chaflanes más deseados. La triada harina-azúcar-plástico se permite pagar los altos alquileres de los locales que ocupan. Vender fruslerías y versiones materiales de la nada (comestibles o “vestibles”) resulta un negocio bastante lucrativo. Bollería caramelizada, helados, gafas, carcasas de móviles, recuerdos de la ciudad manufacturados en Oriente, donuts, chucherías a espuertas ofrecidas en barreños de cristal, etc. son los reclamos del ahora. La traducción del tridente harina-azúcar-plástico no presenta mucha dificultad: engorde-excitación-efimeridad vacua. Todo ello engalanado por una iluminación que este año habría que pensarse si el no ponerla no sería un claro posicionamiento contra una de las injusticias sociales que con más indolencia se está aceptando por parte de todos. Las eléctricas se suman a la orgía secreta de ganar dinero ante la ausencia de revolución popular, aunque fuera únicamente en su versión “light” de salir a tocar cacerolas o a apagar la luz a una hora determinada.

Hay una urgencia que nos acucia y que no es otra que pararnos a mirar la que está cayendo, pero el velo para no verlo se está aceptando con alegría. “¿Qué quiere usted que haga, señor Fritanga? ¿Me compro una finca y cabo un huerto? ¿No le parece demasiado exigente y apartado de la realidad lo que usted propone? ¿Y si la felicidad estuviera en todo lo que usted no ve?” No sabría qué responder ante esta batería de preguntas lícitas. Solo veo que el personal vuelve a casa y, después de las ubicuas micro-pantallas de nuestros dispositivos móviles, el plasma aborta cualquier posibilidad de ver el mundo real sin filtro. El miedo pandémico y las catástrofes energéticas y humanas se diluyen en la ficción bien hilada de Netflix y HBO a través de las grandes pantallas y en la auto-ficción maquillada de las pequeñas. Y así vamos, bogando irremisiblemente hacia la Nada.

jueves, 4 de noviembre de 2021

Días iguales persiguiéndose

 


Reducido es el mapa.
Apenas se registran movimientos en él.
Está doblado debidamente;
se sabe que su extensión continúa
a la vuelta de los múltiples dobleces.
Sólo necesitamos esa cuadrícula para movernos
y la esperanza de que la geografía continúe
aunque nunca se muestre.
En el pliegue de más abajo
tal vez haya una aventura;
en el de en medio, un accidente;
en el de más allá, un amor.
Pero seguimos desgastando con nuestros pies
los filos que no nos atrevemos a conjurar,
amarillentos ya de tanta rutina,
de tanta inercia en nuestro caminar diario,
vacío de sentido, lleno de convenciones.
Daríamos lo que fuera por alcanzar
el desvaído azul que late al otro lado.
Aunque fuera solamente por mojar los p
ies.

 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

La antorcha y la vela


 

Esta mañana volvimos a la Roma de los poetas líricos. Dibujé en la pizarra una antorcha y una vela encendidas. Les pedí a mis alumnos que durante unos minutos vincularan sendas representaciones a la épica y a la lírica, y que luego explicaran por qué habían obrado de tal forma. Fui colocando con tizas de colores lo que habían deducido y, entre todos, diseñaron un hermoso mosaico de conceptos estrechamente ligados a estas formas de expresión. La épica iba de la mano de la antorcha por su tosquedad, por la inmensa luz de los dioses, por el fuego abrasador de las batallas, por ser la guía de un pueblo buscando su identidad, por la llama que portan en su ser los héroes, por la cólera inextinguible, por el grito; la lírica, por su parte, recogía una vela que significaba la intimidad, el calor interior, la subjetividad, la búsqueda secreta, el deseo de esclarecer los sentimientos, la llama en la noche del alma, el susurro. Les seguí pidiendo que relacionaran ambas fuentes de luz con el mundo de hoy. Llegaron a la conclusión de que vivimos en un “mundo antorcha”, que con todo arrasa y que deja a la vida íntima devastada por medio de lo banal y de la exhibición de lo que debiera ser acompañado siempre por una vela.

Pronto este mundo será pasto de las llamas (de otras muy diferentes). Las Humanidades siguen su curso hacia el Orco; pronto formarán parte del recuerdo de generaciones a punto de desaparecer también. Entona un lamento bañado con café mi compañera de Filosofía durante el desayuno. Valores cívicos compite con Robótica en un mundo donde la máquina comienza a aventajar al ser humano en casi todo. Sin espíritu humano no hay ni verdad, ni belleza ni bondad. Si abandonamos a nuestros jóvenes en la selva oscura de la tecnología y no le damos la opción de poder toparse con la filosofía, pronto la vida se nos llenará de androides obedientes que no reconocerán, por poner un ejemplo, los procesos naturales por los que pueden comerse una naranja o disfrutar de un atardecer.

Leemos a Catulo. Se percatan de que ese “Odi et amo” sigue corriendo por la sangre de los mortales; que Lesbia, la amada del poeta, anda por las calles aún hoy y que nos espera para asaltarnos con su belleza y sus caprichos a la vuelta de la esquina. Catulo es el poeta de la sencillez en el amor. Sus sentimientos no tienen la imbricada apostura que vendrá con los petrarquistas, sino que demuestran que dos mil años no son nada. Seguimos sintiendo el amor como si fuéramos Catulo. Que se lo digan a los de Robótica, a ver si consiguen que el androide apague la vela.

XCII
Lesbia dice pestes de mí todo el tiempo y no para. 

¡Que me muera si Lesbia no me quiere! 

¿Cómo lo sé? Porque me pasa lo mismo: 

la maldigo a todas horas, 

pero ¡que me muera si no la quiero!

martes, 2 de noviembre de 2021

La belleza del mundo

 


En cierta ocasión, hace ya muchos años, la enamorada de un lector de estas fritangas le preguntó, tras la insistencia de su amado en que frecuentara aquellos escritos míos, que dónde, entre tanta palabrería, se encontraba la felicidad. Por aquel entonces, sabedor de que aquella musa no disfrutaba de mi acidez ni de los guiños culturetas, no le di importancia. Al correr de los años y de regreso a estas páginas, me doy cuenta de que, si por aquel entonces lo que escribía pudiera ser fruto de una pose descreída y algo desdeñosa ante la vida, ahora no puedo dejar de pensar que todo lo que ahora logro dar a estas líneas se nutre de la constatación de que la desaparición paulatina pero visible de la belleza del mundo es un hecho.

Unos días en El Rincón de la Victoria durante el fin de semana largo de “Todos los santos” (nada que ver con la proto-carnavalera y incomprensiblemente ubicua fiesta de Halloween) me bastó para retomar las tan poco felices postales de la decadencia humana. Desde el jardín de la casa se divisaba  diariamente cómo salían y entraban cruceros en el puerto de Málaga. Las ciudades costeras tienen otro frente abierto además del de la entrada aérea de turistas. El lunes por la tarde había atracados tres de estos monstruos. Doce mil individuos salidos de la espuma del mar se paseaban por las calles junto a los paridos por el vientre de las compañías aéreas “low cost”. 


Por otro lado, me topé con que la famosa empresa constructora Aedas Homes (propiedad del grupo de inversión norteamericano Castlelake que, como ya conté en su momento, se dedicó en el 2012 a comprar suelo español) también había hecho su aparición en la costa malagueña. En la autopista que bordea el Mar Mediterráneo a la altura de la Costa Azul se puede observar, con unas cuantas décadas de anticipación, de qué manera trabaja la especulación inmobiliaria sobre las laderas escarpadas que miran al Mare Nostrum. Las nuevas técnicas constructivas (de aceleración) y la escasa sensibilidad hacia el paisaje y la sostenibilidad del territorio están produciendo nuevas urbanizaciones que se ocuparán por muchos de estos nuevos vecinos que necesitan una segunda vivienda, aunque solo sea para un mes. Como muestran las fotos, no falta la oficina de venta de “diseny” y las banderolas épicas ondeando en las lomas vírgenes que pronto serán pasto del hormigón.




A pesar de todo ello (ahora pongo un poco de color, por complacer a la musa de la felicidad en el improbable caso de que siga visitando este bar), la alegría del mar (con sus microplásticos, su desechos, su estelas de carburantes, sus muertos vergonzantes, etc.) surge en otoño de forma portentosa. Liberado de las masas tatuadas y autocomplacientes, de la música mala amplificada o de las boquillas de los cigarrillos que se abandonan distraídamente, el mar luce con majestuosidad homérica

 No olviden contarles cuentos a sus hijos de cuando las montañas y el mar estaban limpios de la estupidez humana y el mundo era otro. Tal vez oírlo les haga pensar que volver a algo parecido (aunque sea una mera ilusión) es posible.




lunes, 1 de noviembre de 2021

Vistas parciales del Mediterráneo

Sábado 30 de octubre de 2021, Rincón de la Victoria (Málaga)

 Días al borde del Mediterráneo. La casa apenas está separada unos cincuenta metros del mar. Supongo que la Ley de costas se aplicaría aquí como un tsunami. Todo el mundo duerme. Se oye la presencia de este mar a través de las cortinas cerradas del salón. La noche se obstina en oírlo; su bóveda negra y plagada de estrellas recoge un eco profundo y oscuro. El silencio de la madrugada no puede sobreponerse a la música constante del agua en su vaivén inextinguible. Entre medio de estas rotundidades, el hombre calla. Nada sabe del mar ni de la noche.

Pienso en la alegría secreta de Hopper en el cabo Cod, en la limpieza del cielo nocturno, en el bramido impetuoso del agua al chocar contra las rocas. Hopper anhelaba la mañana y el momento en el que instalaría el caballete. La noche prepara los pinceles para la apoteosis del día. Solo, en el salón, acompañado por pinturas de aprendices bienintencionados y platos de cerámica (una esbelta paloma pica una granada), es fácil encontrarse con uno mismo, escribir, pensar. El arte solo fluye en la pureza del silencio y la soledad.

Sigue bramando el mar con su acostumbrada pertinacia. Es la secreta voluntad de la Naturaleza por no desaparecer. Al amanecer, salgo al jardín que mira al Sudeste. Una blancura de nube recién nacida corona las olas. El aire furioso suspende en el ambiente la arena que la aurora dora con sutileza. El comienzo del día ofrece una promesa escondida en sus pliegues.
 



jueves, 28 de octubre de 2021

Un milagro en la cadencia de la tarde

 


Un inapreciable halo de niebla lo vela todo.
Salimos a buscar demasiado tarde el sol
y el ambiente barruntaba lluvias al fin.
Cogimos una granada del árbol.
La roja voluptuosidad había comenzado
a ser picada por los pájaros.

La luz irreal de los jardines al atardecer
nos da una apariencia de fotografía
suspendida en el tiempo.
Los ojos confunden luz con formas.
Es tan sencillo como no pedirle más al día;
tan solo este milagro en la cadencia de la tarde.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Arboricidios

 


Espejo del cielo, la Tierra muestra en su piel el futuro del Universo. Esta mañana vi de refilón (iba raudo y veloz a dejar a nuestra hija en el hogar maternal) dos excavadoras que con sus palas cometían un continuado arboricidio en una loma que mira hacia el bosque de ribera que ardió este verano. Reconozco que los árboles tardaron mucho en llegar a mi vida hasta convertirse en parte importante de ella. Ahora los observo con curiosidad y admiración adonde quiera que vaya. Verlos quemados o arrancados de raíz me produce una profunda desazón. He de suponer que todo responde  al programa de ultra-urbanización del que ya he hablado más de una vez. La expansión no reconoce espacios naturales ni paisajes. Todo muta hasta llegar a ser algo desconocido. El paisaje debería ser patrimonio cultural de los pueblos, así como el cielo (este último también está desapareciendo poco a poco).

Ayer me topé con un anuncio de la promoción de Nüwa, la primera ciudad habitada en Marte. La lectura del texto que acompaña al trabajo de infografía me dejó clavado a la pantalla durante un buen rato. Busqué información acerca de esta promoción marciana porque oí
por la radio a un tipo que está embarcado en el proyecto. Hablaba con una seguridad que daba miedo, puesto que su exposición versaba sobre una cuestión que supera el sentido común terrícola. Puestos a comparar el texto que intenta convencer a compradores en la Tierra de las nuevas urbanizaciones con el que hace lo equivalente entre los nuevos colonos de Marte, me quedo con el texto alucinante que ilustra una nueva forma de vida en la ciudad de Nüwa. Se aprecia donde hay trabajo y donde pura inercia. Lean si no:

AEDAS HOME (MAIRENA)

Nicea, en Mairena de Aljarafe tiene todo lo que necesites a tu alcance. Ubicada en una de las áreas más tranquilas de Mairena de Aljarafe en una zona en pleno desarrollo y con los principales servicios básicos como colegios, tiendas, centros comerciales y perfectamente conectadas con Sevilla.
En estos chalets adosados no te faltará  de nada. Y si eres de los que no quieren desconectar del todo del ambiente y bullicio de la capital, en tan solo 10 minutos podrás estar en el centro de la ciudad.

NÜWA (MARTE)

El paisaje es un elemento fundamental en Nüwa y sus ciudades hermanas. La ubicación en sí, poder vivir dentro de un acantilado, es una experiencia emocional poderosa. La integración de los edificios con el paisaje transforma la ciudad en un land-art, creando una identidad única para sus ciudadanos. Igualmente las artes serán una parte fundamental de la Sociedad en Nüwa. Cada macro edificio incluye Art-Domes para animar e inspirar a los ciudadanos. Las instalaciones recreativas involucrarían a los ciudadanos en actividades físicas como deportes, juegos y entrenamiento físico, actividades sociales, camping y actividades artesanales.

Para llegar desde la Tierra a Marte, debería funcionar un servicio de lanzadera regular, con ventanas de lanzamiento que se abrirían cada 26 meses aproximadamente y que durarían entre uno y tres meses. Para los colonos, un billete de Marte tendrá un precio aproximado de $300.000, e incluiría: un viaje de ida, una unidad residencial (~25-35 m2/persona), acceso completo a instalaciones comunes, todos los servicios de soporte vital y comida y un contrato de trabajo vinculante para dedicar entre el 60% y el 80% de su tiempo de trabajo a las tareas asignadas por la ciudad.

Nüwa y las ciudades adyacentes absorben la población de manera exponencial. Después de un corto período inicial de inversión de capital y suministro desde la Tierra, este desarrollo urbano en Marte se mantiene y crece por sus propios medios y de manera sostenible. Todos los materiales necesarios para construir la ciudad se obtienen en Marte mediante el procesamiento de carbono y otros minerales.


La pobreza literaria de la empresa terrícola sonroja ante la desmedida verborrea de los promotores galácticos. La pregunta es de cajón y seguramente hará un rato que también ronda sus cabezas: ¿Qué coño se nos ha perdido en Marte? El pico de oro que hablaba por la radio diferenciaba entre "economía galáctica" y "economía planetaria". Me quedé igual que estaba, pero sí que pude extraer la conclusión de que el espacio se iba a convertir en un lugar de explotación de materias primas y de posicionamiento galáctico-estratégico. No en balde Nüwa es una diosa que corresponde a la mitología china, como si el tiempo del panteón olímpico greco-latino se hubiera extinguido para siempre y llegara la época de una nueva dimensión mitológica para nombrar nuevas realidades en el espacio (con la alegría de la potencia oriental china teniendo por fin cabida en el nomenclator espacial). 

Mañana volveré a pasar junto al páramo desforestado. Muy cerca, hasta no hace mucho, se veían y escuchaban los abejarucos introduciéndose veloces en sus nidos horadados en las paredes verticales de arena. El vuelo tornasolado era una ráfaga de colores que hendía el aire. Su paso alegraba el día. Ya no están, como tampoco estarán a estas horas los olivos que han sido desraizados violentamente (ni siquiera se barajó la posibilidad de transplantarlos) en el día de hoy.

No creo que dé con mis huesos en Marte y espero que los de mis hijos tampoco. Queda mucho por hacer aquí abajo. Al menos, en el Planeta Rojo no hay que tumbar arboledas; solo hay que crearlas.

martes, 26 de octubre de 2021

Continúa el "Efecto lata de mortadela"

 


La tarde se apaga por los andurriales en peligro de extinción. La energía de mi hijo nos lleva a cruzar los anillos del infierno urbanizado y salir al poco campo que va quedando. Es curioso observar de primera mano cómo las parcelas se van llenando de aceras fantasmas y farolas con paneles solares. Al fondo, de algún lugar remoto, se oye el relincho de un caballo, que parece que fuera un grito desesperado de un animal fantástico a punto de sucumbir a un mal desconocido. Una eclosión de promociones de viviendas (rectas, blancas, con grandes ventanales de negro-gastrobar, a pocos euros del medio millón) se replican silenciosamente. Una casita de venta muy estudiada emerge del páramo: interior de madera, coche híbrido aparcado en la puerta, chica rubia decidida y de una procacidad atemperada por las gafas de pasta y el pelo planchado, estantería con cuentos para niños de padres potencialmente compradores, anagrama de diseño en hierro forjado a la entrada y césped artificial.

Con este planteamiento, me pregunto cuánto nos queda de poder caminar por estos espacios. Ya comenté en fritangas anteriores que el “Efecto Mortadela en lata” condiciona la vida de los que vivimos al Este del Edén. La consagración de las ciudades a las hordas cretinizadas del turismo porque sí (una conocida estuvo este fin de semana un día y cuatro horas en Mallorca) expulsa poco a poco a los autóctonos del centro. Me sorprende ver de qué manera el mundo capitalino tradicional está aceptando tal designio. Pero el “Efecto Mortadela en lata” sigue su curso. Las consecuencias son fácilmente apreciables en una progresión que cualquier persona puede entender: la ciudad se convierte en mercancía consumible por medio de la oferta turística y hostelera desmedida; el espacio urbano de intercambio activo (la “virtud cívica” aristotélica) se va reduciendo, achicando, por efecto directo de los visitantes; el cansancio de sus habitantes los lleva a la resistencia numantina o a la huida al extrarradio. Se empuja la mortadela por la base de la lata y sale por arriba. Mortadela todos, nos vemos obligados a visitar los anillos exteriores de este infierno sobrevolado continuamente por los cetáceos de las low cost, deseosos de depositar a las nuevas hordas en los aeropuertos ampliados (el de Sevilla, como tantos otros, se encuentra en plena reestructuración).

Hace unas semanas vinieron a visitarnos unos amigos desde el centro de la ciudad. Lo habitual era que fuéramos nosotros a verlos, pues siempre era agradable caminar por las aceras, respirar el ambiente urbano y recordar nuestra vida de antaño en ese ambiente. No, ahora eran ellos los que buscaban algo de tranquilidad en los parques del extrarradio. 

 

Comienzo a notar que hay un interés pseudo-ecológico en recuperar vías verdes. Los fines de semana la gente se enfunda el maillot y sale a pedalear por caminos. En Compostela han abierto una ruta de montes. Siempre estuvieron ahí, pero ahora el ayuntamiento parece como si dirigiera a los vecinos hacia zonas externas para dejar libre el espacio urbano. La mortadela sigue emergiendo mientras que el jamón se lo comen otros. El problema estriba en que, de continuar esta tendencia, ¿cuándo parará la máquina de convertir el campo en nuevas ciudades? Para próximas fritangas dejo el tema de la  urbanización de Marte y quién está detrás de todo esto. Caminen por el campo mientras puedan, y viajen lo necesario y por motivos dignos. Los marcianos eran gente respetable hasta hace poco; ahora ninguno parece que salga a defender lo suyo.

sábado, 23 de octubre de 2021

Volar



Nuestra hija se acula en la acera y mira a un pájaro que se mueve con una rapidez prodigiosa. Se levanta y se vuelve a sentar en cuclillas para seguirlo de cerca. Las patitas negras se mueven a una velocidad de vértigo. El pájaro teme la presencia de la niña y camina en zigzag antes de iniciar el vuelo. Su huida es poco vistosa pero efectiva. Se trata de un aguzanieves, un ave que anuncia la llegada del frío. Aquí se prodigan poco; lograr ver uno supone una alegría para los melancólicos de las estaciones de interior. 


 

El ese frío se está haciendo de rogar. El cielo rosado moteado por el algodón alado del otoño presagiaba un día luminoso. Bajamos a la ciudad para hallarle un sentido al sábado. Bajamos con el abuelo, que no la conocía tras el cambio en el mundo. Todo se muestra como una fiesta en la calle: reatas de bicicletas que siguen a un guía que habla a través de audífonos, patinetes eléctricos que cruzan las aceras con hombres cincuentones de pieles tersas del norte de Europa, despedidas de solteras uniformadas, manifestaciones “por una sanidad pública y de calidad”… Todo mezclado sin un límite preciso. Una gran fritada en el perol de lo masivo. La chica gorda que pega la cara en el cristal de un Starbucks, mientras escribe compulsivamente en su cuaderno, parece como si quisiera recoger esta fiebre de la mañana de sábado. Una Casandra que no levanta los ojos del papel, poseída por el horror vacui que lo inspira todo y que ella convierte en palabras. Mi semejante, mi hermana.


En la Plaza de San Francisco tres aviones varados se mostraban a la concurrencia. Acompaña la exhibición aérea una exposición sobre la historia de la aviación en Sevilla en los bajos del ayuntamiento. Discreta y con pocos medios, recoge por medio de paneles, fotografías, maquetas y algo de tramoya los años de vuelos sobre la ciudad. Me sorprenden los anuncios del Zepelín por lo historiado de su habitáculo bajo el gran globo de hidrógeno. También la primacía belga en los primeros aviones que llegaban hasta aquí, casi bicicletas con alas y muy poco de fuselaje.


Salimos. Buscamos por las calles secundarias (casi no existen) un lugar donde tomar algo. Lo encontramos de milagro. Continuamos el camino de vuelta a casa por vías recónditas antaño; ahora son paso obligado de las hordas de fin de semana. Casi imperceptibles, se mostraban unos paneles con fotografías estonias callejeras de varias épocas al final de la avenida. Vemos en una de ellas el imponente zepelín cruzando las calles de Tallín. Jugamos a la foto-realidad con los niños sin que ellos se percaten. Las fotos que se muestran son el resultado. Estas instantáneas estonias tienen algo de encanto fantasmagórico, de inocencia ideal y sencilla, ajena a todo lo que vendrá con la Segunda Guerra Mundial. Las observamos en un intento silencioso de sentir lo que sienten los que, mudos, nos miran desde ellas. Pasto de las flores ya sus protagonistas, de sus blanquinegras realidades surge una música que aviva el corazón de los que aún hollamos la tierra. Volvemos a casa con los pequeños excitados por la visión de los aviones. Abren sus pequeños brazos y planean en la carrera por el parque. Los niños son los únicos seres que, sin alas, pueden volar de verdad.  

 



viernes, 22 de octubre de 2021

Mundo mutante

 


Un camión paraliza el tráfico. Ha quedado atrapado en el corazón circulatorio de la ciudad. El puente del V Centenario es una trampa estrecha y retardante que salva un Guadalquivir que comienza a ser excesivamente cortejado en sus orillas por naves de logística y abastecimiento. El camión está a diez kilómetros de donde circulo en dirección a las escuelas de mis hijos, pero siento su presencia sin saber qué es lo que ocurre. El corazón tiene las arterias estrechas y la sangre se adensa en las venas del extrarradio.

Por la tarde voy a mirar un coche. Por casualidad, llego puntual a la apertura del concesionario. Espero unos minutos. No llega nadie. La chica gorda de la recepción pasa por mi lado y no saluda. Lo hará estentórea y afectadamente cuando me vea entrar. Que qué quiero, me dice. “¿Ver un coche?. Los vendedores entran a las cinco”. Son las cinco y cinco. Un mecánico de la casa me invita a pasar a la exposición. Aparece un señor con zapatos de suela de goma flexible. Tras la mascareta veo unos ojos de años en el cordel inestable de la venta al público. Tiene un pelo peinado a cepillo con canas despistadas en la sienes. Le crece con fuerza aún. “El coche que usted quiere no existe; el turbo-diesel ha muerto”. Me siento como soldado de Aníbal Barca en Las Vegas. Tiene que ser un híbrido, pero la fábrica japonesa de componentes electrónicos ha salido ardiendo. “No tenemos piezas; ¿no ve las noticias?”. Hay que encontrar de nuevo el mineral (?) y volver a procesarlo. Si quiero el coche tengo que esperar seis meses como mínimo.

La luz sigue subiendo. La gente de mi barrio no cocina por vagancia o cansancio. Pronto será más barato seguir comprando comida para que te la traigan a casa que cocinar. El mundo engorda sin apenas percatarse de ello. La chica que nos ayuda en casa es aficionada habitual de las cañas de chocolate. La envidio por la alegría de vivir que desprende. Nada sabe de libros ni de lo que se dice cultura general. La caña de chocolate de las tardes la salva de los estragos de darse cuenta de que el mundo muta hacia algo que no se sabe muy bien qué es. Nos invita a que nos sumemos una tarde cualquiera a esta orgía despreocupada de azúcar. Seguramente vayamos un día a practicar la  sensación de estar vivos. Su abuela tiene 90 años y está ciega por la diabetes, pero eso no paraliza la marcha del mundo ni de las cañas.

Sigamos disfrutando de los días. A estas alturas el camión ya no estará allí. Seguirá el trajín circulatorio sin conciencia alguna de la parálisis de la mañana. Es mejor seguir comiendo cañas y moviéndonos en patinetes eléctricos. El mundo engorda. Tal vez demasiado.

Saltadores de vacíos

 


Uno va a por pan y se encuentra con un nombre: Elder Navacerrada. En un primer momento pienso que no puede ser real, que no hay nadie que se pueda llamar así fuera de una novela. Luego me dan más detalle y entiendo que sólo puede haber un tipo que se llame así y que se dedique a lo que se dedica. Elder es saltador de vacíos. Lo narra un tipo que lo conoce por compartir su afición al cielo con el tal Navacerrada. “Yo empecé con un zepelín cuando no había drones; luego me compré una avioneta, la dejé en mi campo para ver si venía alguien a arreglarla y me la robaron por piezas para chatarra”. Habla Manuel, panadero insigne con más de 300 años de masa madre en la sangre de su mujer. Los antepasados de ella fueron panaderos que regalaron sus saberes a los que vinieron detrás hasta llegar a ella y a Manuel. Para los que vivan por Mairena, pueden probar su arte en Aljareco, tienda de frutas, hortalizas y productos ecológicos a la entrada del mismo pueblo. Manuel llega y te cuenta que ha recuperado una receta con una harina perdida. Sea verdad o no, merece la pena oírlo. Siempre sorprende con su verbo ceceante.


Miro un vídeo de Elder saltando desde el puente del tajo Ronda. Sin avisar. Un salto doméstico que hiela la respiración a los que lo vemos en la pantalla. Al final de la grabación se oye a una mujer que pregunta si es un paracaidista (o no). Imagino la impresión de ver saltar a una sombra. Elder tiene el valor de los temerarios. Doble salto mortal y a comerse el vacío. Un par de segundos para abrir y tomar tierra. El dueño de Aljareco me confiesa, una vez se ha ido Manuel, que se muere por saltar. No comparto estas valentías posmodernas de 170 € el leñazo. Me marcho con mi hogaza de pan con 300 años de conocimientos en la miga. Lo máximo que saltaré hoy es una rebanada con aceite y tomate. El riesgo está en ponerle jamón o no. Feliz fin de semana.

martes, 19 de octubre de 2021

La piel


 

La madera ha comenzado a contraerse
antes de que los primeros copos
toquen su corteza llena de musgo seco.
El ciego silencio del bosque
emite un sonido sordo de inapreciables crujidos.

Cuando la nieve no está aún hollada,
a la espera de que algún animal hambriento
la ensucie en la búsqueda de un bocado,
tú duermes.

Tu piel también se contrae con el frío.
No conozco su tacto, pero lo siento.
La imagino recorrida por el agua y el deseo,
sujeta por la ropa invernal
con la que saldrás afuera
a husmear la mañana antes de ir al trabajo.

Hay quienes codician el verano
arropados en el recuerdo del sol reverberando en el mar.
Hay quien añora la posibilidad de una isla distante.
Hay quien, en las noches de invierno,
cruza la calle e intenta apagar la luz de las farolas
antes de volver a la cama.

domingo, 17 de octubre de 2021

Pensando en Safo con Handel de fondo

 


 https://www.youtube.com/watch?v=6O-j0NDsOoA 

Suena Handel en esta mañana de domingo. Una concesión momentánea de Rosa León, sus canciones infantiles y mis hijos. El largo de “Xerxes” acompaña mi visión de los cientos de estelas que cicatrizan el cielo azul. Los niños juegan entre ellos a las cabañas bajo la mesa del comedor y al teatrillo de “peligros y ayudas”. Esta música sublime suspende el alma. Handel tiene un especial talento para ponderar lo íntimo dentro de lo épico, y esa cualidad te deja exhausto en la audición de su música. Le doy un sorbo a la taza de infusión y dibujo mentalmente la clase de mañana en la que habrá que comenzar con la lírica griega y esta reflexión me viene al pelo.


La épica nace a pie de las murallas y en el campo de batalla. Es una literatura escrita para crear un sentimiento de pertenencia a la comunidad, al pueblo por el cual guerrearás hasta la muerte. Es el grito y el viento, el relámpago y los tambores resonantes, la ola y el águila que se cierne. En cambio, la lírica se escribe en la ciudadela (mientras afuera, al fondo, se oyen los clamores de la batalla). Surge de lo íntimo y del sentido de la individualidad. Ya no es el pueblo, sino algo (paradójicamente) más grandioso: la voz de un Yo que se busca hacia el interior de su ser. La lírica, pues, es el susurro y la brisa, el candil y la vela, las gotas de rocío en la mañana sobre las que suena el canto de un jilguero. Lo más curioso es que Homero, al igual que Handel con su música, tenía un sentido de íntimo lirismo cuando colocaba a sus personajes ante sus miserias y sus sueños.


Mañana resucitaremos a Safo de entre las nieblas del tiempo. De nuevo, como un milagro, nos llegará su voz a los pies de nuestras vidas, tan similares y tan distintas. Me acuerdo de que una vez leí que a la poeta Anne Carson le cambió la vida encontrarse con una edición bilingüe de la poesía de Safo: “Yo era una adolescente desafecta necesitada de estímulos. La visión de las dos páginas yuxtapuestas, una de ellas un texto impenetrable pero de gran belleza visual, me cautivó y me compré el libro. Al año siguiente destinaron a mi padre a otra ciudad igual de aburrida, pero lo que me salvó fue que en el instituto había una profesora de latín, una mujer excéntrica, que cuando supo de mi interés por aprender griego se ofreció a darme clases a la hora del almuerzo. Se llamaba Alice Cowan y le debo mi carrera y mi felicidad”. Ojalá que algunos de esos oídos adolescentes que se encontrarán mañana con la voz de Safo se topen con algo que les alumbre el día y algo más.



sábado, 16 de octubre de 2021

Buscadores de estrellas


Al caer la tarde florecieron telescopios de diferentes calibres en un parque cercano a casa. Hombres de mediana edad y gafas se iban apostando poco a poco tras las lentes a la espera de que el sol terminara muriendo. Atardecer de un Malibú otoñal escupiendo rojos al cielo. Perder un día de estos ocasos es perder un poco la vida. Es más que probable que estos astrónomos de fin de semana tengan que soplar nubes para ver algo esta noche.

El día fue jugoso en vistas de la ciudad. Bajé con los niños en metro a comprar cuadernos de hoja de bambú con gomilla en el Tiger. “Ya no las hacemos”, me dijo una joven en el mostrador. Una lástima, pues en ellas se toman unas notas fabulosas. Iniciamos la marcha hacia el centro. Riadas de optimistas enfilaban el puente. Una caseta de un partido ultraderechista daba propaganda y manos a los que pasaban por delante. “¿Qué es eso, papá?”. “Una fiesta, hijo”. “Pero es muy pequeña, ¿no?”. No dije nada. Lo que pensé me lo quedé para mis adentros. Una réplica de la Nao Victoria se dejaba visitar por padres y vástagos. Llevar el carrito con mi hija me aseguraba al menos no poder subir a la embarcación. Luego cruzamos la avenida, no sin antes aguardar a que el semáforo delante de la plaza de toros se abriera. Unos segundos me bastaron para ver aquella anacronía como nunca antes. Un edificio de corte neoclásico hecho a finales del XIX con una rotulación (“taquillas”) que me llevaba (supongo que de manera prejuiciosa) directamente a la dictadura del general Franco. Esperé a que mi hijo me preguntara qué era eso, pero no lo hizo. Es difícil responder a ciertas cuestiones.

Luego “el sambódromo” de la ciudad (avenida de la Constitución en la que toman cuerpo manifestaciones diversas y acordadas) servía para que los compañeros de la Escuela Pública y de Calidad gritaran sus consignas, dirigidos por voces monocordes y previsibles. Me horrorizó oírlas, pues muchas pecaban de un mal gusto evidente (hay niños en la calle cuando te manifiestas) y otras eran como mantras del ayer que seguían teniendo vigencia a fuerza de no reflexionar al respecto. Difiero sobre la idea de la escuela laica porque sí, por ejemplo. La desespiritualización del mundo es más que evidente. Esto no es más que la punta del iceberg que supone la capitalización de la vida. Tal situación será más llevadera para unos que para otros; sin embargo, entiendo que la cultura religiosa (no meramente católica) ha de estar presente en la formación de cualquier ser humano. La escuela está llena de ideología subyacente para que ahora me cuenten eso de “sí, pero que la religión se la den sus padres en casa o que vayan a la iglesia”. Su erradicación del currículum no permite elegir a las familias. El hecho trascendental de lo espiritual ya hace tiempo que quedó lejos, pero, cuando le pregunto a mis alumnos de literatura universal acerca de algunos detalles de la cultura bíblica se quedan “in albis”. Ya he hablado de esto aquí, pero Caín y Abel, la Torre de Babel, las tribulaciones de Job, las tres negaciones de Pedro, entre otras, son fundamento necesario para entender muchas cosas de la asignatura y, tal vez, de la vida. Es probable que esto suene raro en alguien que no da la mano al partido ultraderechista de la “fiesta” del puente ni saluda la tauromaquia como un bien de interés cultural. La triada ideológica es patrimonio de algunos, aunque se equivocan los que piensan que Ultraderechismo-Toros-Religión en la escuela son vértices inseparables. Descarto los dos primeros por una cuestión de consciencia como no descarto el tercero por lo mismo. En fin…

Baile, toque y palmas de subsistencia en tablaos callejeros. Vimos dos. Una bailaora era japonesa y otra hispana. El cante y el toque eran locales. Ambas se retorcían con un arte impostado y mecánico que hacía las delicias del personal. Parque de María Luisa: el género fotográfico del matrimonio sudamericano entre la vegetación es un auténtico “hit”. Parejas tulladitas posan de manera bochornosa, con arrumacos y besos de tórtolas. Me divierte ver estas estampas de inocencia pueril. Uno ya no está para cuentos de hadas y sabe que, detrás de tanto amor, siempre acecha el tigre de la monotonía y el desencanto. Vean, si no lo han hecho ya, qué bien lo cuenta Vinterberg en “Otra ronda”. 

Vuelta de paseo. Subimos en un metro que en la otra dirección iba lleno de optimistas. La mañana fue maravillosa. He de suponer que a estas horas los buscadores de estrellas están volviendo a casa. No saben que el mediodía tiene también sus fenómenos galácticos.

viernes, 15 de octubre de 2021

Aviones

 


Una lengua roja veteada de grises enciende el cielo de la mañana. En las ciudades acosadas por los edificios, el cielo es una forma de esperanza. Este fin de semana lo cruzarán casi trescientos vuelos (140 diarios). El concejal de hábitat urbano, cultura y turismo ha lanzado una nueva etiqueta para dar cabida a toda esta locura: “Inteligencia turística”. Con la “inteligencia turística”, según la página del Ministerio de industria, comercio y turismo, “se pretende promover el desarrollo de herramientas tecnológicas y sensores, metodologías y acceso a datos procedentes de diferentes fuentes de información, públicas y privadas, para un mejor conocimiento y medición de los flujos turísticos en destino”. Vuelve la máquina y la inteligencia artificial a medir, lo cual solo nos puede llevar al conocimiento superfluo de un fenómeno (el turismo) que se mide al peso. El “Big Data” se aplica para sacar el máximo rendimiento a algo. Sacar el máximo rendimiento a una ciudad es aniquilarla por desgaste, como una vaca a la que se le extrajera a todas horas leche.

Recuerden que este fin de semana andarán por las calles de Sevilla unos 50.000 turistas a los que habrá que alojar, dar de comer y ofrecerles planes de todo tipo. La nueva Babilonia nos expulsa por el llamado “efecto de la lata de mortadela” (al que ya le dedicaremos algunas líneas): empuja por abajo que ya saldrán por arriba. De momento, la ampliación del campo de batalla está en los ángulos muertos de la ciudad (ahora se quiere revitalizar la Isla de la Cartuja para llevar hasta allí a los visitantes).

 El vuelo de los aviones ofusca los ojos de los poetas. Añoro el cielo límpido de otros tiempos. El de ahora no deja de ser una autopista. Suerte a los que se aventuren a bajar a la ciudad porque de ellos será el reino de los cielos.

jueves, 14 de octubre de 2021

Años que caminan, años que vuelan



Tarde de parque. Un hombre empuja mecánicamente a su hijo en el columpio. El chaval tiene tres años; su padre no llega a los cuarenta. El padre ha conseguido un ritmo maquinal que le permite no mirarlo. La espalda del niño llega hasta la palma de su mano y él la vuelve a empujar hacia delante. El padre no mira; no le hace falta. Observa con atención el móvil. Luego graba audios y oye los que le llegan. Ahora el crío quiere ir al arenero. Allí está mi hija y mi mujer, que le habla en gallego a la pequeña. El padre del móvil le pregunta si es brasileña porque por negocios había vivido en Brasil y sabía algo del idioma. “No, es gallego”. El hombre se muestra sorprendido porque no sabía que el gallego y el portugués fueran lenguas hermanas (por no decir la misma lengua). Lo miro. Me sorprende que la gente ande por el mundo adelante con estos escasos conocimientos lingüísticos y sea capaz de cruzar el charco por negocios. Pero esto es lo de menos. Lo que me llama la atención es que el padre vuelve al móvil y la tarde se le va en estos menesteres.


Esta mañana, conducía con mi hija sentada detrás de mi asiento. La llevaba a la guardería. Siempre canta o chapurrea las mismas palabras (“can”, perro en la lengua de su madre y un “ton”, una aproximación a “avión”, ambos vocablos motivados por lo que ve continuamente en la tierra y en el cielo). Hoy se quedó dormida. El espacio del coche se llenó de una atmósfera mágica: sentir su presencia en el silencio de la mañana me llevó a pensar en la aceleración de los años y en la dedicación que ponemos en la familia y en los amigos. Reparé en que el “se me pasan los años volando” tiene un sentido tremendo. Mis años volando desde los treinta a los cuarenta se fueron sin pena ni gloria. Recuerdo muy difusamente aquellos días y los amontono sin más ayuda para iluminarlos que algún que otro hito sucedido por aquel entonces (no siempre digno de memoria y mucho menos de mención). Supongo que los años que se van volando hay que bajarlos a tierra y decir que “van caminando”, para mí una expresión que recoge una necesidad: la de tener la certeza de que vivimos de verdad.

Después de dejarla en la guardería me fui a clase. Hablamos de los héroes de Homero. Para suspender la atención de mis alumnos he de llevar las explicaciones a sus vidas, hablar de ellos. Cuando les dije que Aquiles era un héroe imperfecto y parecido a un adolescente caprichoso, noté que habían picado. En comparación con Odiseo, Aquiles es un héroe de pacotilla que se deja llevar por ese berrinche estúpido cuando es desposeído de su esclava Briseida por parte de Agamenón. “Pues ya no juego a la guerra”. Odiseo es un gigante: no se deja llevar por sus pasiones; tiene sentido de pertenencia al grupo, pues trabaja para que sus marineros sobrevivan a todas las peripecias náuticas hasta que puede; y su inteligencia es de una agudeza indiscutible. Héroes polares ambos que se diferencian en el temple y en sus maneras de entender el mundo y pensarlo. Más tarde leímos la despedida de Héctor a su esposa Andrómaca y a su hijo Actianacte (que como veremos en Las troyanas de Eurípides tendrán, tanto la madre como el niño, un final trágico). Imposto la voz un poco. La hago tronar en el aula a veces; luego la imposto dulcemente. Andrómaca conoce el destino fatal de su marido y le ruega que se quede. Héctor, que morirá a manos de Aquiles, también conoce su final y lo acepta porque su condición de héroe no le permite la claudicación. Aquiles también lo conoce. Todos conocen su final, pero ese nivel de aceptación es parte de la clave de su heroísmo. Miro sus caras: están emocionados. Once jóvenes que se dan de bruces con la muerte ficticia. Previamente les había dicho que imaginaran a alguien que se despide de su familia y que luego comienza su lucha personal contra un cáncer. Lo entienden y eso es lo maravilloso de la literatura de verdad: que no se agota en su tiempo, sino que trasciende siglos y geografías para seguir hablándonos.

Vivimos con velocidad la vida (quizás ahora más que nunca), me pregunto si para olvidar que no somos héroes, o para no reparar en el único destino que nos espera. Por todo ello, a lo mejor resulta importante leer a los clásicos y no empujar a los hijos en el parque mientras estamos trabajando porque, de alguna manera, nuestras presencias vaporosas puede ser que no calen en ellos, y luego sea demasiado tarde para jugar a heroicidades.

Post scriptum: Gracias a todos los amigos que se acercan por aquí y gracias por leer estas cosas de hombre mayor. Espero que sean un motivo de reflexión siempre. Un fuerte abrazo.