lunes, 11 de octubre de 2021

Novela olímpica

 


 A las diez de la mañana los “skateparks” son bañeras silenciosas. Los jóvenes “skaters” duermen el sueño del guerrero a horas tan tempraneras. Ahora solo son los escarabajos los que se precipitan a este abismo de hormigón. Ahí se baten, en una pugna incansable, con las fronteras curvas que intentan escalar infructuosamente. Una esvástica pintada por un disléxico, un número de teléfono acompañado de la palabra “sex”, pollas de diferentes calibres luciendo erectas hacia el cielo, un “no pintar” humorístico: todo ello es lo que vemos mi hijo y yo sentados al borde de este mar gris, la acostumbrada panoplia de jóvenes grafiteros adolescentes.

Por decidida prescripción de Santiago, nos dedicamos al “skate” de salón: bajamos y subimos a la carrera en una danza hipnótica de subidas y bajadas sin un triste monopatín bajo los pies. Ante el cansancio del padre y el aburrimiento del hijo, el muchacho se da a la tarea de rescatar unos cuantos escarabajos con un palo y una lata de “Pringles”. Su entusiasmo lo lleva a sacar toda la bichería que estaba dentro para devolverla al campo.

Me interesaría mucho regresar a las horas de actividad real de este parque. Las olimpiadas de Tokio sacaron de la calle estos malabarismos y los metieron dentro los límites mitificadores de la televisión. La espectacularización del mundo conlleva que cosas que son meros pasatiempos juveniles se conviertan en deporte a la altura de la gimnasia rítmica, la natación sincronizada o el salto de trampolín. Resulta maravilloso poder observar cómo la vida de la calle se va colando en ámbitos donde antes no tenía cabida. La renovación de la parrilla olímpica coloca a nuevos espectadores frente al televisor. El billar, los bolos, el ajedrez o la petanca siguen esperando su momento, así como el fútbol americano, que sí formaría parte de la espectacularización de las olimpiadas. Siempre soñé con llegar a tiempo a jugar con la selección de basket en Barcelona 92. No pudo ser; y no fue por no echarle horas. El talento es algo casi místico. Ahora me conformo con escribir una novela, algo que nunca será olímpico. En esas estamos. Tengan la misma paciencia que el escarabajo que intenta salir de una bañera gigante. Ya tengo la lata de “Pringles” buscada; ahora me falta el palo de todos los días.

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