Esto que ven arriba es un
documento auténtico. No ha pasado por ningún tipo de proceso
informático. Es plenamente una obra artístico-ideológica realizada
por un pollo anónimo. He de reconocer que pude rescatarla del
ignominioso desinterés de las masas adocenadas para mostrarla aquí,
fresca y triunfante, y someterla a la juiciosa opinión del público
general.
El cuento es breve: una
mañana de inspección rutinaria por la factoría de pollos, recalé
en uno de los habitáculos que la Dirección tiene habilitados para
las aves más díscolas del corral. Acompañado como iba de la
Gerente Máxima del complejo, pensé que sería buena ocasión para
visitar estas dependencias, dado que la figura de esta señora podría
protegerme de cualquier impertinencia o desmán. La norma interna de
la empresa recoge la obligatoriedad de que estos pollos permanezcan
reflexionando sobre sus acciones bajo la atenta vigilancia de un
operario aviar. Me consta que siempre es así, pero también me
consta que el celo puesto por unos y por otros difiere venturosamente
en tan alto grado que a veces los pollos aprovechan para manifestar
su malestar y desacuerdo de modos muy dispares: rotura del
mobiliario, pintadas, incisiones en la pared, etc. Hasta ahora había
sido así. Así pues, una vez dentro la Gerente y servidor,
observamos que cuatro pollos dibujaban con denuedo letras
indescifrables y vehículos deportivos. Nuestra máxima autoridad
quedó satisfecha del trabajo de estos seres, si bien no reparó en
el cuadro que colgaba sobre las cabezas de estos y en donde, como
pueden ver, aparecen los Monarcas del Reino de Spain en versión
desvaidamente juvenil. En un primer momento supuse que la Casa Real
había mandado una versión hippie de los Reyes para acomodar
el retrato a estos tiempos postmodernos engolfados en revisitar y
releer el pasado. No acepté esta primera tesis porque el verrugón
negro supralabial de Doña Sofía la emparentaba más con la Caballé
que con la Crawford. Así que me acerqué a la obra para constatar
que me encontraba ante una obra de arte aviar, en la que un pollo de
los nuestros había emparentado nuestra granja con el París de las
vanguardias. Si Duchamp le había colocado un bigotillo a la Gioconda
por qué no colocar un bigotazo y unas patillas al Rey de la nación.
La Gerente, con la cara más blanca que el pecho de Drácula, pensó
que era una absoluta falta de respeto hacia la realeza y como tal no
podía permanecer ni un segundo más allí. Descolgué la obra y la
puse a buen recaudo, bajo la atenta y jubilosa mirada de esos pollos
que pasaban las horas ajenos a tan magna manifestación de ingenio.
De vuelta a casa me
pregunté si realmente, como afirman los sociólogos del momento, la
pollería occidental está desidiologizada. No lo creo. Prueba de
ello es que esta obra no sólo subvierte los principios artísticos
del período pre-vanguardista, sino que muestra un claro
republicanismo de nuestros pollos que me hace confiar en una
revolución próxima. Por si acaso, vayan tomando posiciones. Salud.