viernes, 8 de febrero de 2013

Basura



La semana se esfumó. El sol calentó las sombras invernales de los árboles en las plazas y los montones de basura almacenados en las aceras de la City. El viento gélido paseó por las calles en baile demencial plásticos y papelajos huérfanos. La basura es un producto social, como el arte, los gastrobares y la pobreza. Cuando un producto social plantea dudas o desequilibrios, se esconde o se elimina. La basura pasa por esas dos opciones: la escondemos en nuestras casas, luego la escondemos en los contenedores y más tarde se elimina, a pesar de que todo el mundo sabe que este último juego de convertir la materia en nada es un proceso digno de un mago o de un mafioso. Sin embargo, nadie se para contemplarla, nadie la observa si no es muy flagrante su presencia.

Esta semana los citynos pudimos convivir con ella, olerla, cuantificarla, recibir la bofetada de la consciencia de que somos lo que producimos. ¿Recicla el personal? , ¿en sus casas se separa el desecho orgánico de los envases? Atendí a ese simple detalle y constaté que no. Hablamos de corrupción a gran escala (política), aunque pocas veces nos mentamos como microcorruptos cuando no apagamos la luz o no tiramos de la cisterna en los baños públicos (en mi trabajo hay un tipo que nos regala con un orín color verde fairy todas las mañanas). La huelga de los servicios de limpieza nos ha dado la posibilidad de la reflexión y de las metáforas. Emerge la realidad en forma de detritus. Olemos mal desde hace tiempo, pero sólo cuando la excrecencia sale a la superficie reparamos en ella. Ahora les toca a ustedes, tal como está el patio, sacar conclusiones, mis queridos fritangas. Buen fin de semana.

martes, 5 de febrero de 2013

Cucarachas líricas y mierda masticable




“Hay gente tan aburrida que te hacen perder el día en cinco minutos” y “la vida es corta y aun así nos aburrimos” son dos epigramas de Jules Renard que hoy han venido a mi cabeza durante una dolosa hora de la tarde-noche. Me fui con mi gran pana Frankie Matute a degustar el grácil verbo de Sara Mesa en la presentación de Vicente Molina Foix, en la Biblioteca Pública de la City. Antes anduvimos con Dani Ruiz constatando, gracias a su relato, que el mundo que viene no será sólo peor que éste sino horrendamente malo (los rudimentos del coaching aprendidos de manera cutre-express están haciendo estragos en el mundo empresarial local).

Ya en el acto, Molina Foix fruncía los labios sincopadamente mientras la presentadora trazaba el plano de su obra poética ante las ajadas melenas de señoras cuyos cuerpos languidecían bajo abrigos de piel vuelta, sobados por el tiempo y las bolas de alcanfor. El poeta parecía escanciar los versos con un tic brindado al aire espectral de una tradición poética que luego él mismo trató de embalsamar: parecía que sólo hubieran existido los Nueve novísimos de Castellet en su vida de artista de la estrofa. Pagado de sí mismo, ha hecho un repaso de la incubación, perpetración y gloria de aquella antología que José Mª Castellet firmó en el año 70; pero el recitado de todo ello era más propio de un manual académico donde se recogen los hitos de la historia literaria de un país que de un protagonista que habla de primera mano. Luego ya saben: yo-yo-yo-yo y yo, y, por último, unos poemas recitados.

En fin, que no nos quedamos a las birras. Nos fuimos de outsiders a un garito de la ciudad donde sirven cervezas con una tapa de maní (me callo el nombre del local por respeto a los negocios con solera y proyección internacional). Acodados en la barra, descubrimos la presencia extenuante de un ejemplar admirable de cucaracha común trepando por el cuello de una botella de Beefeater a la que el camarero (un hombre semienano pero diligente) echaba mano para servir sendos gintonics a dos primaveras vecinos. Ante el aviso de Frankie con un “llevas ahí a un colega”, el hombre quebró su corta figura en un mohín interrogante. Cuando observó los juegos de equilibrio practicado por el bicho, dio dos golpes secos en el aire para que la cucaracha se precipitara al suelo. Pisotón, crujido seco y giro de tobillo para no marrar el tiro. Luego, enjuague de la botella y agradecimiento del señor a servidores: “menos mal que me lo habéis dicho, que si no es un cante”.

Como muchos de mis queridos fritangas sospecháis, hay más literatura en un bar de mala muerte que en la antología poética de un taxidermista. A la cama me voy pensando en cruzar a nado la Laguna Estigia para ahorrarme el óbolo final. Dulces sueños.

domingo, 3 de febrero de 2013

Dukanismo


El vaho de la olla rápida, cuyo vientre guarda un cocido vegetal de garbazos y acelgas, nimba la ventana de la cocina. EL mundo toma un sesgo de irrealidad huidiza en este domingo frío y solar. En los vaivenes por el mundo de la verdura ecológica y el cereal integral se me fueron 20 kilos hacia algún lugar del universo. Lucrecio afirma en su De rerum natura que nada viene de nada y que nada se convierte en nada. Ya saben: todo permanece; el universo se rige por la mutución constante. El siglo I a.C. tenía esas querencias por los galimatías heredados de la Hélade. Me pregunto adónde se fueron los 20.000 gramos de mi existencia. Una curiosidad que intenta eludir vaguedades egocéntricas y manías científicas.


Aquellos que abrazaron el dukanismo como si fuera el último tren para acabar con la dictadura de la faja y del botón de la camisa abierto por debajo de la corbata irradian felicidad mientras que enriquecen a los intermediarios de la venta de avena y a los productores de proteína animal, pero sospecho que ninguno se cuestionará por dónde se escapa su ser físico sino más bien cuánto durará en ese estado ideal dukaniano y qué haré cuando la voluntad se esfume. No hallo un ápice de consciencia (de ningún tipo: ecológica, cósmica, humanística...) en esta tendencia. “Ataque, crucero, consolidación y estabilización final” cortejan al iniciado dukanista en su camino, cuatro pasos que se mueven en el ámbito semántico de la guerra, el placer y la conquista, imbuidos además del gran mal de nuestros dos últimos siglos: rápido y visible. Pierre Dukan ha conseguido el milagro del sentimiento comunitario, pues ante voluntades lábiles o anuladas, nada hay mejor que el gregarismo luminoso en las noches y días de pesadilla para combatir las caídas de la desafección. “Niña, ya he perdido 5 kilos y me cabe una falda preciosa que hacía años que no me entraba”. Este aullido lo escucho –con variaciones en las prendas, el peso y el tono de la voz– todos los días en mi trabajo. No hay empacho posible. Rara es la jornada en la que alguien no nos regale una charla sobre datos del sistema métrico decimal, proteínas, salvado de avena (¿la única salvación posible?) y fondo de armario recuperado.

Siento ser reticente con un método que, de convertirnos todos a él (un Occidente proteínico a base de carnes, pescados y mariscos, y me da igual en qué fase del proceso se utilicen), convertiría el tercer mundo (ya lo estamos consiguiendo) en una multigranja sin respeto alguno hacia la Naturaleza. Todas las dietas que no contengan un fin en sí mismo (por favor, dejen fuera las urgencias estéticas, que, por otra parte, son casi todas) son egocéntricas e inconscientes. Para aquellos que piensen que el mundo del vegetarianismo es triste y desanimado, les invito a comer a casa cuando quieran. Fuerza y consciencia, boys and girls.