miércoles, 25 de marzo de 2015

Hilarante e impredecible


Hilarante e impredecible. Así era Pedro Reyes. Recuerdo a mi hermano Miguel y a mí mismo aguardando a que empezara “No te rías que es peor”, aquel programa demencial donde los concursantes tenían que aguantar la risa para ganar. Pedro Reyes aparecía con una chaqueta brillante inverosímil, un mostacho y una melena pegada a una calva. En sus monólogos aparecía una cerda que cantaba, que respondía al nombre de “La Perla de Chipiona” y que llegaba finalmente a Hollywood; o un hombre que se empeñaba en decirle a una chica “tú eres Manoli” cuando la pobre no lo era (en ninguno de los tres minutos que duraba el chiste); o la fascinante coplilla que aún recordamos Miguel y servidor:

Dos huevos fritos
se están peleando
yo con medio bollo
los voy separando.
Déjame mojar,
Déjame mojar,
no porque los bollos
ya no quieren más.

En los veranos pobres de finales de los 80, yo hacía una imitación de Pedro Reyes en las noches de agosto, cuando la hipoteca familiar y el pre-capitalismo sin costa para los habitantes de la Andalucía interior (unos, tímidas escapadas de un día los más suertudos; otros, hacinamiento en casa de la abuela de El Puerto) nos invitaban a pasar largas veladas de aburrimiento nocturno en el barrio. Pedro Reyes te ponía en el camino insuperable del surrealismo, sin apenas saber aún qué era eso. Las historias, que denominé “Historias de Dios”, duraban lo que aguantaran mi imaginación o mi auditorio. Hoy parece que Reyes se ha ido. He leído lo poco inspirado que ha escrito Carbonell la despedida a su compañero, lo cual ha de ser de las cosas más difíciles que se pueden hacer escribiendo. Esta tarde, recordando con mi amigo Juanmi aquellas noches de verano, he sentido un vértigo silencioso, un imperceptible desvanecimiento provocado por la certeza de que el tiempo de las flores se ha ido y que sus custodios también se marchan. Larga vida a Pedro Reyes y muchas gracias.


Los cómicos nunca deberían morirse.

domingo, 15 de marzo de 2015

Sábado en la ciudad




Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Ha bastado un breve paseo matinal por la ciudad para reunir unos cuantos frescos contemporáneos para sentarme en el teclado y darlos al mundo. La actividad humana en toda su extensión puede darnos motivos tanto para la esperanza como para la desesperanza; optar por una postura o por otra a veces es una mera cuestión de humor. Lo que ayer vi es un cóctel humano de primera mano, escamoteado a individuos que conviven en el vaivén citadino del sábado por la mañana. Vean, fritangueros, si la esperanza llega o está al llegar.

Me encuentro con una versión fantástica y rocambolesca del ensayo cofrade, esta vez abanderando una causa solidaria. Los costaleros con la canastilla desnuda pasean por el barrio el paso sin figuras para todos aquellos que quieran “embarcar” alimentos sobre sus cabezas lo hagan. Una banda de música les da entrada y compás por la calle Feria, mientras que los esforzados vecinos colocan bolsas bienintencionadas encima.

Caminando hacia el centro, atrapo conversaciones varias entre seres que no conocen o no se percatan de que la vida íntima es mejor airearla en las salitas que en las calles.

1) Una mujer más o menos de mi quinta le dice a una anciana que camina trabajosamente sobre un bastón:
–Tiene 44 años. 4 menos que yo, pero es muy joven de espíritu, ¿verdad?
– Sí, pero se le ve “mu vivío”.
2) Un matrimonio de sexagenarios a una octogenaria:
– Sí, es la niña. Se separó hace un año y ya tiene otro de la pareja nueva, que también tiene dos.
– ¿Pero están casaos ya o no?
3) Un tipo de unos 40 y tantos en la puerta de la iglesia del barrio, rodeado de familiares endomingados para celebrar un bautizo, que lo miran cariacontecidos:
–Estoy superdesanimado. Llevo una semanita fatal.

Hace unos años ninguna de estas escenas ni se veían ni se escuchaban sobre el adoquín. Tal vez formen parte de la joie de vivre, de la alegría de vivir y de contarlo. Lo que más me sorprende de las tres escenas es lo pusilánime del superdesanimado. No me imagino a mi padre hace 30 años diciéndole a sus cuñados eso de “estoy superdesanimado”. Los dolores de corazón eran llevados con más entereza, con menos prefijos y lejos de esta “memez emocional” contemporánea.

En La Campana, Zoido, actual alcalde de la City, hace campaña encubierta: un grupo de 10 personas vestidas de blanco entrega a la ciudadanía bolsas con el ilusionante lema: “Sevilla, tu casa. No tires residuos al suelo”. El personal, como siempre ocurre ante el gratis total, agarra bolsas para reciclar ellos y todo su vecindario. Sigo caminando y me encuentro con la escenificación del modelo asambleario de Podemos en la Plaza de la Encarnación, lugar de reminiscencias quinceemistas. Se lee en voz alta propuestas del programa que se desarrollará en los distritos de la capital. A mano alzada el personal vota a favor. No hay recuento; no hace falta. Cuando se pregunta “¿votos en contra?” sólo levantan la mano los que no las bajaron antes porque están a otra cosa (hablan entre ellos, teclean un mensaje en el móvil...).

Enfilo la calle Regina, que tiene hoy jornada de puertas pa fuera en todo su comercio. El Soho Sevillano le llaman los más optimistas. En la calle se mezclan tabernas de a 0.80 el botellín, con mercancía marroquí, galletas artesanas, cafés cantantes, librerías especializadas y ropa, cosmética y comida ecológicas. Del tascón sale un tipo que, al escuchar el comienzo de “Manhá de Carnaval” de unos músicos que amenizan la fiesta, suelta un “no es vieja la canción ni ná”.


En fin, la ciudad con todo su color de sábado por la mañana. No es gran cosa, me consta, pero me apetecía hacer abdominales fritangueras para no perder fondo, como hacen algunos esforzados escritores que, por la inminente rentrée primaveral (ferias del libro, saraos culturales y presentaciones varias) cabalgan como potros desbocados por las orillas del río, lugar para el deporte, para el amor adolescente o para el amor maduro, adúltero u homosexual. Pero esto ya es otra cuestión. Saludos.