miércoles, 11 de abril de 2012

Pollos en Valencia


Para mi dulce Lupe, compañera de fatigas en el corral.


Nubes descolgadas del cielo toda la mañana. La empresa criadora de pollos me manda con una expedición de éstos para que respiren aires mediterráneos y conozcan otros corrales de explotación aviar. El viaje a Valencia es movidito porque muchos pollos sufren de poliuria y hay que parar el camión más de lo debido para que evacuen y no se vean importunados por cuestiones menores en pleno experimento. Habrá que hacérselo saber al laboratorio de la empresa para que ajuste estos pequeños detalles. 

A la llegada a la ciudad del Turia, una joven se aventura a guiar la visita panorámica por la ciudad. Se mueve con desenvoltura entre la polvareda de alas de pollos distraídos, más pendientes de las ofertas de indumentaria deportiva que a las excelencias modernistas de la ciudad. Tras el paseo,  volvemos a la granja de descanso con algunos pollos dañados en las patas. El grano de la cena hace milagros (el inventor de la salchicha merece cárcel en algunos casos). Como ya he dicho alguna vez, la vida contemporánea nos depara toda clase de coincidencias espeluznantes: a la pollería se le suma una convención de embarazadas que asisten como sparring a una demostración de productos para mujeres encinta. Al parecer, mañana llegan sus maridos para seguir con el asunto. 


La noche es dura porque hay que andar a la caza de pollos trasnochadores, rastreadores de migas que los llevan a habitáculos de compañeros hermanos en el deseo de malpiar al sol naciente. Que sea lo que dios quiera, mañana toca visitar ese engendro posmoderno llamado la Ciudad de las Artes y las Ciencias,  esqueleto de ballena blanqueado por la pasión totémica de las autoridades  locales.

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