Irina es una georgiana que trabaja en el Café L´Incontro de Conversano. Su jefe, Franco, un camarero de toda la vida con cara de actor del Hollywood pionero, se ha bajado el sueldo para no prescindir de nadie en el negocio. En el local no hay ninguna mujer salvo Irina. La gente de acá dice que el expresso de este sitio es sólo para hombres. Irina probablemente no lo sepa; sólo trabaja con la elegancia natural que atrae mi atención y que hace que me fije en ella. Me prepara un té: coloca la bolsa en una tetera de porcelana blanca, corta un limón y toma unas pinzas para colocar cuatro trozos en un plato. El amor, ese calamar relleno de foie gras que intentamos tirar envuelto en una servilleta por el váter y éste nos lo devuelve más correoso, nos caza en cualquier rincón de la realidad. Irina podría ser amada por cualquier ser delicado con sólo mostrar su disposición a lograr que el universo fluya sin adornos estériles. Me cuenta Eva que Franco adiestra a todos sus trabajadores en el arte de poner cafés y dispensar helados. He decidido que todas las mañanas vendré a celebrar el nuevo día con estos seres maravillosos.
Hoy vamos a Ostuni, una ciudad blanca amontonada en torno a una catedral románico-gótica. En la plaza del ayuntamiento hay una cafetería regentada por unas jóvenes que seguramente sean familia de algún bandolero local o tal vez familia directa del dueño de la pizzería del otro lado de la plaza o, incluso, prima del enano propietario de una cafetería con sillones de escay a la que hemos llegado después del primer y segundo sablazo. Ostuni no es la mejor ciudad de la Puglia, pero sí es la mejor sucursal de los hijos de Alí Babá. Ya estaban tardando en darnos un poquito de brocha.
En el viaje de vuelta me dejo llevar por la belleza de los olivos de nuevo. Troncos hermosamente ancianos que juegan a esculpirse bajo formas caprichosas.
Esta noche Conversano ofrece un Via Crucis con el pueblo de figurante. La única baja del espectáculo, afortunadamente, ha sido Barrabás, que tiene menos diálogo que el perro de The artist. Un barbudo de última hora se ha sumado al show y nada peligra. Nos vamos a un bar junto a la estación. En la cena me entero de que el padre de John Turturro es de la zona, de Giovinazzo. Se fue de carpintero a N.Y. y allí nació el hijo actor. También Stallone es natural de por aquí. Comprendo ahora que un pueblo entero se tire a la calle a interpretar con la historia cinematográfica reciente respaldándoles.
Me voy a la cama feliz porque mis anfitriones resisten mi presencia y además me hacen disfrutar epifánicamente de todo. Mañana el único plan es ver a Irina cortar el limón. Good night.
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