Juan Carlos es un hombre de miras telescópicas. Su espectro de piezas se ha agrandado con el tiempo. Comenzar con un hermano, seguir con Mitrofán (pobre oso) y terminar (por ahora) con un elefante (¿por qué no tuvo nombre esta criatura?) lo ha convertido en uno de los prohombres a tener en cuenta en la cuenca ibérica. Ante el despropósito selvático en el que vivimos, sólo queda optar por dos modelos: la amplitud progresiva de los Borbones (más descendencia, mayor tamaño de la caza, mayor carnosidad labial de las amantes -de la San Basilio a la Bárbara Rey-) o la interminable jornada de Chinatown (sin cierres, con venta ambulante tras salir del tajo, con pisos alquiler con 30 individuos, sin conocer la palabra ocio...). Algunos humanos más optimistas que servidor recomiendan una mezcla de ambas cosas. Si es así, yo sólo veo elefantes de labios operados y tiendas donde cargar el rifle las 24 horas.
La cosa (esa anfibia manera de llamar a la realidad) va demasiado veloz. Me he comprado un casco en Decathlon (la mayor tienda de disfraces del mundo) para apearme en cuanto la cuneta sólo sea una banda de tierra fugaz y el horizonte un conjunto de macroexplosiones a lo lejos. Recomiendo llenar la garrafa de agua y la biblioteca de best-sellers. Hoy, que me he enterado de que una audiencia de 250.000 almas de un telediario cambia de canal porque no soporta los 2 minutos 30 que por ley se han de dedicar a la cultura en las televisiones públicas, he decidido cambiarle la carcasa a mi corazón. De ahora en adelante sólo me dedicaré a las mediciones atmosféricas. Cuando vea venir la tormenta, colgaré en facebook este video gigante que sólo gente sensible puede entender. I love you.
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