lunes, 2 de abril de 2012

De epifanías y Bollywood

Giangirolamo II Acquaviva de Aragón, Conde de Conversano y conocido como el Tuerto de la Puglia, ascendía por las mañanas a la torre de su castillo con una ballesta para ejercitarse en el tiro en su domicilio habitual. Acostumbrado como estaba al arte cinegético en plena naturaleza, le amargaba no poder practicar con animales en movimiento, por lo que se despachaba a gusto apuntando con el ojo bueno a las lugareñas que portaban sobre sus cabezas jarras de agua. No tendré que explicar por qué el lugar por donde las féminas desfilaban se llama hoy día terra rossa. Los tuertos no suelen ser muy buenas personas.

Por este pueblecito de Conversano he paseado con Eva, percatándome de que aún quedan vestigios del mundo precapitalista donde ni la prisa ni el aluminio en las ventanas han mutado el lugar en un remedo de sí mismo. En los bajos del castillo del Tuerto, los descendientes de las mújeres caídas por obra y gracia de este imbécil, tienden sus sábanas para que el maestrale o la tramontana las seque. Tras pasear por el dédalo de calles pétreas y fotografiar pequeños detalles de las fachadas medievales, nos encaminamos hacia Polignano a Mare, una ciudad al borde del Adriático que vio nacer al gran Doménico Modugno y que en verano recibe como vecino insigne al actor porno Rocco Siffredi. En una placita con un reloj gigante marcando las dos de la tarde, nos hemos sentado a disfrutar del sol. Una señora gorda a escasos metros se agachaba para sacarle brillo a las losas del suelo de su casa, ofreciéndonos una escena de ubres pendulantes agitadas con energía higiénica al ritmo febril que otorga la pasión por la limpieza. Después entré en Santa Mª Assunta, que, como yo con tres Nastro Azzurro, era ascendida al cielo por unos ángeles desde el dintel. Dentro me topé con una imagen gigante del Papa Wojtyla custodiada por la luz de una vela inextingible. Momento epifánico por el silencio y porque, al parecer, uno de mis bisabuelos maternos era clavadito a Juan Pablo II.


Seguimos. La tarde se acelera entre visitas a lidos (calas) custudiados por castillos cuyos propietarios ya no son tuertos caprichosos sino abogados de moda. Recogemos al gran Michele que nos lleva a Alberobello, un curioso pueblo donde las construcciones típicas (Trulli) atraen a chinos e hindús, seres extraños que se van apuntando poco a poco a la dromomanía contemporánea. Michele me hace reparar en la belleza de la región de la Puglia, pero también en que tienen que competir con la primera división mundial de patrimonio cultural del mundo: Roma, Florencia, Venecia, Rávena, etc. Difícil atraer a turistas que van dos veces a la Bella Italia en su vida para completar su formación espiritual. Lo más interesante es que, desde que Bollywood ha firmado un contrato con el gobierno de esta región para filmar unas cuantas películas, la afluencia de hindús no cesa. Las superproducciones indias están salvando la economía de la zona. Desde Italia con amor, invito al gobierno de la nación española a que convierta su territorio en un gran plató de cinema para salvarnos del rescate silencioso (aunque cada vez menos) al que se nos está sometiendo poco a poco desde Europa.

Terminamos de nuevo en Conversano. La señora Gracia nos da de cenar una comida deliciosa: mozzarela ahumada, braciola (carne de caballo guisada) y pasta con espárragos salvajes. Día gigante y provechoso. Sigo soñando con encontrar un adjetivo para el Adriático.

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