sábado, 3 de agosto de 2013

Prender la tarde




El verano se nos pasó
con las manos entre los fardos de dinamita,
buscando una colilla estrangulada
con la que activar la tarde roja,
esa explosión que nos llevaría
a la noche y a la estrellas.

Las lágrimas y el hielo del silencio
solo podían apagar el fuego,
darle una palmada abstrusa al firmamento
y privarnos del mar de las Perseidas.

El peligro de incendiarlo todo era
el difícil paso que aseguraba
la luna, el fervor nocturno de Venus
y la melancolía anular de Saturno.
De ti y de mí depende que todo ello
nos acompañe en las mil y una tardes
en las que volveremos a prender la mecha.