domingo, 4 de septiembre de 2016

Profilaxis turística al rescate de las Humanidades



Salgo a tirar la basura de noche. El paseo hasta el contenedor es corto, pero hay que sortear varios peligros: cacas de can, dos pasos de cebra en curva y oscuros, más caca de can, restos de vidrio, los filos sobresalientes y afilados de las chapas donde se acomodan las bocas de los contenedores y el ambiente mundano que a veces surge de unas casas unifamiliares cuyo diseño algún prohombre trazó en una servilleta llena de aceite. No es mucho. Con unos buenos zapatos y el corazón desconectado se llega sin problemas. Pobre del que no desenchufe y se calce unas buenas botas.

La semana pasada asistí de refilón a la animada refriega de unos vecinos. En la parte derecha del ring, unos padres amantísimos (50 y tantos) hacían de clac a un pollo de tupé futbolístico, gym e impetuosa lengua; en la izquierda, una señora (cuarenta y tantos) con voz apagada pero llena de razón se envalentonaba con el móvil en la mano. “¡Llama tú, hija de puta. Si no llamas tú, llamo yo, capulla!”, gritaba el joven en clara referencia a la policía. Su madre apoyaba al brioso muchacho: “¡No te vayas a pasá ni una mijita. Que eres mu perrrrrra!”. Por lo que pude inferir, la trifulca se había iniciado porque el adonis de urbanización se había pasado el vado permanente de la señora por los bajos. Dos hermosos cuatro por cuatro pugnaban enfrentados silenciosamente en la puerta de cada casa. Huí pensando en que a simple vista eran seres que pertenecían a mi misma especie social (más o menos: sus hogares calculo que valen 100.000 pavos más que el mío), hacíamos la compra en los mismos sitios y dormíamos, lo más probable, en el mismo lado de la cama. Pero lo visión de aquella escena me helaba la sangre por su fluidez y naturalidad.

A veces nos da por pensar de manera ingenua (casi por comodidad) que tenemos los mismos hábitos e intereses que nuestros vecinos. No es así. Una madre de mi urbanización, culta y preocupada por el futuro del mundo, me decía ayer que le indignaba que hubiera gente que no supiera qué tipo de gobierno tiene su país o cuándo comenzó la 2ª G.M. “El fin de las Humanidades”, admitía. Estábamos su padre, su marido y yo mismo en las inmediaciones del parque del barrio. Yo, puestos a pedir, le contesté que en el fondo me daba igual lo de la cultura general; que apreciaba más la buena educación (aunque no se supiera quién había sido Valle-Inclán) que la cultura. Como veía que no la convencía recurrí a la exageración. Le propuse que todo aquel individuo que se propusiera hacer un crucero, por ejemplo, habría de pasar un cuestionario: “Qué le mueve a realizar este viaje?, ¿qué conoce de las islas que pisará?, ¿quién fue Safo de Lesbos?, ¿cuántos habitantes reales tiene Venecia?, ¿tres películas clásicas ambientadas en el Mediterráneo?, ¿Etimología latina de la palabra Capri?”. Aquel que no pasara un 75% de las cien preguntas no podría embarcar de ningún modo. Un turismo de élite cultural que evitaría la aglomeración y la chancla, el hundimiento real y metafórico de La Serenissima, las meadas de urgencia en la parte de atrás de restos arqueológicos, las visitas de supermercado al Louvre o el reguero de latas de coca-cola en espacios públicos. Le hizo tanta gracia la medida a mi vecina que comenzó a plantearse hasta el nombre de la agencia.



Anoche cuando salí a tirar la basura, entre los cañizos de una de esas casas de hipotecas a 40 años, escamoteé una conversación entre uno que le pegaba la turra a otro, un pobre incauto que no hablaba. El “conferenciante” tenía un acento de sureño oriental: “Hay tres preguntas fundamentales para el Ser humano: ¿De dónde venimos?, ¿dónde estás? (sic) y ¿adónde vamos?”. Seguí caminando con ganas de volver y seguir oyendo esta trascendental intervención. Lo hice, con la pena de no poder sentarme a poner la oreja de verdad. “El primitivismo religioso es inaceptable”. Ahí acabó todo para mí. Desanduve el camino (mojones caninos, publicidad del Carrefour regada por acera) escrutando la noche y pensando en cuántos de esta ciudad-nicho pasarían el examen para el crucero. Eso sí que supondría el rescate de las Humanidades en el más amplio sentido de la palabra.

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