Fotografía: Adelaida de la Corte |
– Pero... hablar de y con la infancia
de uno tiene sus riesgos.
– No hable si no quiere. A ciertas
alturas de la vida es su pasado el que le habla, el que acomete la
tarea de abrir una zanja por la que volverá a correr el agua, aunque
usted no quiera.
– El caso es que fui feliz. Hubo un
momento en el que lo fui realmente.
– Pero... ¿cuándo, hombre de dios,
cuándo fue eso?
– Yo era la cabeza de un hombre que
miraba hacia atrás buscando a una mujer.
– ¿El hombre o usted?
– No lo recuerdo. Olía a gominolas y
tenía la piel tersa. Mostraba dos postillones en las rodillas y unos
mocos siempre retando a la ley de la gravedad.
– ¿Recuerda en qué momento?
– Sí.
– …
– En el momento en que el tiempo
tenía la densidad de la leche y ese hombre y yo fuimos el mismo
fuego, la misma luz.
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