Hilarante e impredecible.
Así era Pedro Reyes. Recuerdo a mi hermano Miguel y a mí mismo
aguardando a que empezara “No te rías que es peor”, aquel
programa demencial donde los concursantes tenían que aguantar la
risa para ganar. Pedro Reyes aparecía con una chaqueta brillante
inverosímil, un mostacho y una melena pegada a una calva. En sus
monólogos aparecía una cerda que cantaba, que respondía al nombre
de “La Perla de Chipiona” y que llegaba finalmente a Hollywood; o
un hombre que se empeñaba en decirle a una chica “tú eres Manoli”
cuando la pobre no lo era (en ninguno de los tres minutos que duraba
el chiste); o la fascinante coplilla que aún recordamos Miguel y
servidor:
Dos huevos fritos
se están peleando
yo con medio bollo
los voy separando.
Déjame mojar,
Déjame mojar,
no porque los bollos
ya no quieren más.
En los veranos pobres de
finales de los 80, yo hacía una imitación de Pedro Reyes en las
noches de agosto, cuando la hipoteca familiar y el pre-capitalismo
sin costa para los habitantes de la Andalucía interior (unos,
tímidas escapadas de un día los más suertudos; otros, hacinamiento
en casa de la abuela de El Puerto) nos invitaban a pasar largas
veladas de aburrimiento nocturno en el barrio. Pedro Reyes te ponía
en el camino insuperable del surrealismo, sin apenas saber aún qué
era eso. Las historias, que denominé “Historias de Dios”,
duraban lo que aguantaran mi imaginación o mi auditorio. Hoy parece
que Reyes se ha ido. He leído lo poco inspirado que ha escrito
Carbonell la despedida a su compañero, lo cual ha de ser de las
cosas más difíciles que se pueden hacer escribiendo. Esta tarde,
recordando con mi amigo Juanmi aquellas noches de verano, he sentido
un vértigo silencioso, un imperceptible desvanecimiento provocado
por la certeza de que el tiempo de las flores se ha ido y que sus
custodios también se marchan. Larga vida a Pedro Reyes y muchas
gracias.
Los cómicos nunca
deberían morirse.
Por las calles de Sevilla todavía cuelgan carteles de su próxima actuación.
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