Anoche caí durante unos
minutos en el show de Bertín Osborne. Uno es débil a veces. Ya lo
había visto de reojo cuando lo programaba TVE antes de su migración
a una televisión privada. Ahora muestra el mismo formato, pero esta
vez va acompañado de Fabiola Martínez, su mujer. Imagino cuánto
querrán las feministas de este país a un tipo como Bertín;
incluso, sin feminismos, imagino la opinión sobre el jerezano de
aquellos que aún pueden medir con dos dedos su propia frente. El
concepto es de aliño de caspa con un poco de ambiente tabernario:
Bertín compadrea con “el hombre de la casa” (anoche el tenista
Carlos Moyá) mientras su esposa conoce las dependencias del hogar
(anti-VPO) de la mano de la “mujer de la casa” (la actriz
Carolina Cerezuela). Ellos hablan de los logros profesionales; ellas,
de los niños, las habitaciones (sin niños), los muebles, los
colores de la pared, de lo que “me gusta tanto de ÉL”... Luego,
en plan confidencia, se sientan en el jardín a hablar de trabajo y
sentimientos. El montador del programa bascula entre el campechanismo
de Bertín, siempre en un sofá, y la edulcorada bondad de Fabiola en
el jardín. A un amigo querido lo que más le gusta del invento es la
música de las cortinillas: temas pop o rock clásicos versionados
por voces añoñadas. Parece que el producto funciona.
Conocí al inventor de la
fórmula Bertín en una fiesta hace muchos años, cuando aún era
director del canal autonómico y la crisis no había llegado a las
televisiones. Era el tiempo en que el magazine vespertino insignia de
la casa lo llevaba un tal Agustín Bravo (9.000 pavos el programa por
cuatro días = 36.000 € a la semana = 144.000 € al mes). Durante
la celebración conté un par de anécdotas a la concurrencia. El
hombre me ofrecía una prueba: si hacía reír al público del
programa durante cinco minutos (en su mayoría tercera edad de
permanente lacada), tendría un espacio diario a 600 euros la sesión.
600 pavos por cuatro = 2400 € a la semana... 9600 al mes. No era el
caché del presentador, pero superaba con creces al sueldo de
granjero. Lo miré con la duda de si aquel ofrecimiento sería
verdad. Reconozco que me fui a casa pensativo y con muchas preguntas;
entre ellas, ¿cómo hacer reír a ese personal durante cinco
minutos? Confiaba en el regidor y su cartel de “Aplausos”. Mejor
no, me dije. Los que hayan tenido la oportunidad de ver la
programación de cualquier autonómica habrán observado que su
fundamento es el control de opinión (eso da igual que la tele sea
local, nacional o galáctica), el entretenimiento de sal gorda y la
ponderación de genio y folklore propios del territorio en cuestión
hasta límites insospechados. En el momento que entraba el sol del
show business por mi ventana,
decidí continuar pobre, anónimo y entero.
Hoy
me he encontrado a una conocida que se dedica a la copla. Me comenta que
los bolos han disminuido pero que, de vez en cuando, Canal Sur le
ofrece participar en algún programilla. “Gratis total”, me dice.
Y añade: “¡Han esquilmao la copla y ahora van a por las
sevillanas!” Ya superada la cuarentena largamente, me cuenta además
que los jóvenes (productos televisivos de los que ella ya no puede
formar parte) copan el mercado de las casetas municipales con el
marchamo de “finalistas de Se llama copla”
(un OT local para los que no habiten estos pagos sureños). Poco
queda del pastel para las artistas de dilatada, aunque tímida
carrera. El juvenilismo y la crisis también consume a la retaguardia
del Parnaso folklórico. Me pregunto si el BCE estuvo al corriente
del despilfarro de los años de Agustín Bravo y si este racaneo
actual responde a un teórico pago de rescate. Me temo que no.
No
quiero pensar cuál será el caché de Bertín y Fabiola. Miedo me
da. Ni cuánto se lleva el ideólogo del programa (me pregunto
también si habría la posibilidad de crear un Tribunal de la Haya
para ajusticiar a directores de engendros televisivos como estos). Al
menos esta vez paga una privada. Para próximas fritangas dejo un
comentario sobre el caché del Nobel peruano Vargas Llosa: 60.000
pavos del ala por conferencia y postureo. Ya hablaremos.
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