martes, 6 de septiembre de 2016

De televisiones y sueños




Anoche caí durante unos minutos en el show de Bertín Osborne. Uno es débil a veces. Ya lo había visto de reojo cuando lo programaba TVE antes de su migración a una televisión privada. Ahora muestra el mismo formato, pero esta vez va acompañado de Fabiola Martínez, su mujer. Imagino cuánto querrán las feministas de este país a un tipo como Bertín; incluso, sin feminismos, imagino la opinión sobre el jerezano de aquellos que aún pueden medir con dos dedos su propia frente. El concepto es de aliño de caspa con un poco de ambiente tabernario: Bertín compadrea con “el hombre de la casa” (anoche el tenista Carlos Moyá) mientras su esposa conoce las dependencias del hogar (anti-VPO) de la mano de la “mujer de la casa” (la actriz Carolina Cerezuela). Ellos hablan de los logros profesionales; ellas, de los niños, las habitaciones (sin niños), los muebles, los colores de la pared, de lo que “me gusta tanto de ÉL”... Luego, en plan confidencia, se sientan en el jardín a hablar de trabajo y sentimientos. El montador del programa bascula entre el campechanismo de Bertín, siempre en un sofá, y la edulcorada bondad de Fabiola en el jardín. A un amigo querido lo que más le gusta del invento es la música de las cortinillas: temas pop o rock clásicos versionados por voces añoñadas. Parece que el producto funciona.

Conocí al inventor de la fórmula Bertín en una fiesta hace muchos años, cuando aún era director del canal autonómico y la crisis no había llegado a las televisiones. Era el tiempo en que el magazine vespertino insignia de la casa lo llevaba un tal Agustín Bravo (9.000 pavos el programa por cuatro días = 36.000 € a la semana = 144.000 € al mes). Durante la celebración conté un par de anécdotas a la concurrencia. El hombre me ofrecía una prueba: si hacía reír al público del programa durante cinco minutos (en su mayoría tercera edad de permanente lacada), tendría un espacio diario a 600 euros la sesión. 600 pavos por cuatro = 2400 € a la semana... 9600 al mes. No era el caché del presentador, pero superaba con creces al sueldo de granjero. Lo miré con la duda de si aquel ofrecimiento sería verdad. Reconozco que me fui a casa pensativo y con muchas preguntas; entre ellas, ¿cómo hacer reír a ese personal durante cinco minutos? Confiaba en el regidor y su cartel de “Aplausos”. Mejor no, me dije. Los que hayan tenido la oportunidad de ver la programación de cualquier autonómica habrán observado que su fundamento es el control de opinión (eso da igual que la tele sea local, nacional o galáctica), el entretenimiento de sal gorda y la ponderación de genio y folklore propios del territorio en cuestión hasta límites insospechados. En el momento que entraba el sol del show business por mi ventana, decidí continuar pobre, anónimo y entero.

Hoy me he encontrado a una conocida que se dedica a la copla. Me comenta que los bolos han disminuido pero que, de vez en cuando, Canal Sur le ofrece participar en algún programilla. “Gratis total”, me dice. Y añade: “¡Han esquilmao la copla y ahora van a por las sevillanas!” Ya superada la cuarentena largamente, me cuenta además que los jóvenes (productos televisivos de los que ella ya no puede formar parte) copan el mercado de las casetas municipales con el marchamo de “finalistas de Se llama copla” (un OT local para los que no habiten estos pagos sureños). Poco queda del pastel para las artistas de dilatada, aunque tímida carrera. El juvenilismo y la crisis también consume a la retaguardia del Parnaso folklórico. Me pregunto si el BCE estuvo al corriente del despilfarro de los años de Agustín Bravo y si este racaneo actual responde a un teórico pago de rescate. Me temo que no.

No quiero pensar cuál será el caché de Bertín y Fabiola. Miedo me da. Ni cuánto se lleva el ideólogo del programa (me pregunto también si habría la posibilidad de crear un Tribunal de la Haya para ajusticiar a directores de engendros televisivos como estos). Al menos esta vez paga una privada. Para próximas fritangas dejo un comentario sobre el caché del Nobel peruano Vargas Llosa: 60.000 pavos del ala por conferencia y postureo. Ya hablaremos.





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