domingo, 3 de febrero de 2013

Dukanismo


El vaho de la olla rápida, cuyo vientre guarda un cocido vegetal de garbazos y acelgas, nimba la ventana de la cocina. EL mundo toma un sesgo de irrealidad huidiza en este domingo frío y solar. En los vaivenes por el mundo de la verdura ecológica y el cereal integral se me fueron 20 kilos hacia algún lugar del universo. Lucrecio afirma en su De rerum natura que nada viene de nada y que nada se convierte en nada. Ya saben: todo permanece; el universo se rige por la mutución constante. El siglo I a.C. tenía esas querencias por los galimatías heredados de la Hélade. Me pregunto adónde se fueron los 20.000 gramos de mi existencia. Una curiosidad que intenta eludir vaguedades egocéntricas y manías científicas.


Aquellos que abrazaron el dukanismo como si fuera el último tren para acabar con la dictadura de la faja y del botón de la camisa abierto por debajo de la corbata irradian felicidad mientras que enriquecen a los intermediarios de la venta de avena y a los productores de proteína animal, pero sospecho que ninguno se cuestionará por dónde se escapa su ser físico sino más bien cuánto durará en ese estado ideal dukaniano y qué haré cuando la voluntad se esfume. No hallo un ápice de consciencia (de ningún tipo: ecológica, cósmica, humanística...) en esta tendencia. “Ataque, crucero, consolidación y estabilización final” cortejan al iniciado dukanista en su camino, cuatro pasos que se mueven en el ámbito semántico de la guerra, el placer y la conquista, imbuidos además del gran mal de nuestros dos últimos siglos: rápido y visible. Pierre Dukan ha conseguido el milagro del sentimiento comunitario, pues ante voluntades lábiles o anuladas, nada hay mejor que el gregarismo luminoso en las noches y días de pesadilla para combatir las caídas de la desafección. “Niña, ya he perdido 5 kilos y me cabe una falda preciosa que hacía años que no me entraba”. Este aullido lo escucho –con variaciones en las prendas, el peso y el tono de la voz– todos los días en mi trabajo. No hay empacho posible. Rara es la jornada en la que alguien no nos regale una charla sobre datos del sistema métrico decimal, proteínas, salvado de avena (¿la única salvación posible?) y fondo de armario recuperado.

Siento ser reticente con un método que, de convertirnos todos a él (un Occidente proteínico a base de carnes, pescados y mariscos, y me da igual en qué fase del proceso se utilicen), convertiría el tercer mundo (ya lo estamos consiguiendo) en una multigranja sin respeto alguno hacia la Naturaleza. Todas las dietas que no contengan un fin en sí mismo (por favor, dejen fuera las urgencias estéticas, que, por otra parte, son casi todas) son egocéntricas e inconscientes. Para aquellos que piensen que el mundo del vegetarianismo es triste y desanimado, les invito a comer a casa cuando quieran. Fuerza y consciencia, boys and girls.

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