“Hay gente tan aburrida
que te hacen perder el día en cinco minutos” y “la vida es corta
y aun así nos aburrimos” son dos epigramas de Jules Renard que hoy
han venido a mi cabeza durante una dolosa hora de la tarde-noche. Me
fui con mi gran pana Frankie Matute a degustar el grácil verbo de
Sara Mesa en la presentación de Vicente Molina Foix, en la
Biblioteca Pública de la City. Antes anduvimos con Dani Ruiz
constatando, gracias a su relato, que el mundo que viene no será
sólo peor que éste sino horrendamente malo (los rudimentos del
coaching aprendidos de manera
cutre-express están haciendo estragos en el mundo empresarial
local).
Ya
en el acto, Molina Foix fruncía los labios sincopadamente mientras
la presentadora trazaba el plano de su obra poética ante las ajadas
melenas de señoras cuyos cuerpos languidecían bajo abrigos de piel
vuelta, sobados por el tiempo y las bolas de alcanfor. El poeta
parecía escanciar los versos con un tic brindado al aire espectral
de una tradición poética que luego él mismo trató de embalsamar:
parecía que sólo hubieran existido los Nueve novísimos
de Castellet en su vida de artista de la estrofa. Pagado de sí
mismo, ha hecho un repaso de la incubación, perpetración y gloria
de aquella antología que José Mª Castellet firmó en el año 70;
pero el recitado de todo ello era más propio de un manual académico
donde se recogen los hitos de la historia literaria de un país que
de un protagonista que habla de primera mano. Luego ya saben:
yo-yo-yo-yo y yo, y, por último, unos poemas recitados.
En
fin, que no nos quedamos a las birras. Nos fuimos de outsiders a un
garito de la ciudad donde sirven cervezas con una tapa de maní (me
callo el nombre del local por respeto a los negocios con solera y
proyección internacional). Acodados en la barra, descubrimos la
presencia extenuante de un ejemplar admirable de cucaracha común
trepando por el cuello de una botella de Beefeater
a la que el camarero (un hombre semienano pero diligente) echaba mano
para servir sendos gintonics
a dos primaveras vecinos. Ante el aviso de Frankie con un “llevas
ahí a un colega”, el hombre quebró su corta figura en un mohín
interrogante. Cuando observó los juegos de equilibrio practicado por
el bicho, dio dos golpes secos en el aire para que la cucaracha se
precipitara al suelo. Pisotón, crujido seco y giro de tobillo para
no marrar el tiro. Luego, enjuague de la botella y agradecimiento del
señor a servidores: “menos mal que me lo habéis dicho, que si no
es un cante”.
Como
muchos de mis queridos fritangas sospecháis, hay más literatura en
un bar de mala muerte que en la antología poética de un
taxidermista. A la cama me voy pensando en cruzar a nado la Laguna
Estigia para ahorrarme el óbolo final. Dulces sueños.
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