martes, 5 de febrero de 2013

Cucarachas líricas y mierda masticable




“Hay gente tan aburrida que te hacen perder el día en cinco minutos” y “la vida es corta y aun así nos aburrimos” son dos epigramas de Jules Renard que hoy han venido a mi cabeza durante una dolosa hora de la tarde-noche. Me fui con mi gran pana Frankie Matute a degustar el grácil verbo de Sara Mesa en la presentación de Vicente Molina Foix, en la Biblioteca Pública de la City. Antes anduvimos con Dani Ruiz constatando, gracias a su relato, que el mundo que viene no será sólo peor que éste sino horrendamente malo (los rudimentos del coaching aprendidos de manera cutre-express están haciendo estragos en el mundo empresarial local).

Ya en el acto, Molina Foix fruncía los labios sincopadamente mientras la presentadora trazaba el plano de su obra poética ante las ajadas melenas de señoras cuyos cuerpos languidecían bajo abrigos de piel vuelta, sobados por el tiempo y las bolas de alcanfor. El poeta parecía escanciar los versos con un tic brindado al aire espectral de una tradición poética que luego él mismo trató de embalsamar: parecía que sólo hubieran existido los Nueve novísimos de Castellet en su vida de artista de la estrofa. Pagado de sí mismo, ha hecho un repaso de la incubación, perpetración y gloria de aquella antología que José Mª Castellet firmó en el año 70; pero el recitado de todo ello era más propio de un manual académico donde se recogen los hitos de la historia literaria de un país que de un protagonista que habla de primera mano. Luego ya saben: yo-yo-yo-yo y yo, y, por último, unos poemas recitados.

En fin, que no nos quedamos a las birras. Nos fuimos de outsiders a un garito de la ciudad donde sirven cervezas con una tapa de maní (me callo el nombre del local por respeto a los negocios con solera y proyección internacional). Acodados en la barra, descubrimos la presencia extenuante de un ejemplar admirable de cucaracha común trepando por el cuello de una botella de Beefeater a la que el camarero (un hombre semienano pero diligente) echaba mano para servir sendos gintonics a dos primaveras vecinos. Ante el aviso de Frankie con un “llevas ahí a un colega”, el hombre quebró su corta figura en un mohín interrogante. Cuando observó los juegos de equilibrio practicado por el bicho, dio dos golpes secos en el aire para que la cucaracha se precipitara al suelo. Pisotón, crujido seco y giro de tobillo para no marrar el tiro. Luego, enjuague de la botella y agradecimiento del señor a servidores: “menos mal que me lo habéis dicho, que si no es un cante”.

Como muchos de mis queridos fritangas sospecháis, hay más literatura en un bar de mala muerte que en la antología poética de un taxidermista. A la cama me voy pensando en cruzar a nado la Laguna Estigia para ahorrarme el óbolo final. Dulces sueños.

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