Fui
a Madrid. La Fundación Mapfre ofrece una muestra de la obra del
Sorolla “americano”, de aquél que cruzó el Atlántico para
visitar Norteamérica y cumplir con encargos de la burguesía local y
de la Hispanic Society of America, sita en NYC y lugar de importancia
para la salvaguarda y conocimiento de la cultura española en EE.UU.
Estas obras que cuelgan ahora en Madrid son muchas de ellas la
primera vez que vienen a España. De esta visita uno saca varias
conclusiones a la luz de lo visto (óleos, guaches, esbozos al
carboncillo y al pastel, dibujos en servilletas, etc.):
- La necesidad del estudio para llevar a cabo una obra con coherencia. Uno se maravilla al ver los bosquejos en los que se estudia el movimiento de la carrera de un niño en la playa.
- El dominio de las manchas de blanco para llevar la sensación de luz al lienzo.
- La emoción de observar la pintura de Sorolla de cerca, atendiendo a la pulcritud de su mirada en cada trazo.
- El matriarcado que se establecía dentro el paisaje de la playa, donde sólo mujeres y niños aprovechaban el sol y el mar era un mundo donde el ocio correspondía a la niñez. Las figuras de los hombres sólo aparecen asociadas al trabajo del mar.
- Sorolla es un pintor a tiempo completo. Tal como reza en una de las frases que decoran las paredes de la exposición y que el pintor pronunció ante un periodista que lo entrevistaba allá por aquellos años: “¿Que cuándo pinto? Siempre. Estoy pintando ahora, mientras lo miro y hablo con usted”. Servilletas, partes traseras de menús, cartones con los que el hotel donde se alojaba en Nueva York doblaba las camisas de sus clientes, etc. todo valía como soporte para fijar la realidad.
- El valenciano tenía un instinto a la manera de Henry James para captar los gestos de la personalidad burguesa. Con la velocidad del grafito atrapó la vida íntima de seres anónimos sentados en las mesas de restaurantes neoyorquinos.
Goethe
se preguntaba alguna vez “¿Qué es aquello más elevado que la
luz?”. Él mismo se respondía que aquello más elevado que la luz
era el diálogo, pues en la concurrencia de dos personas que hablan y
se iluminan con el entrecruzamiento de sus opiniones estaba la misma
luz. Esta exposición establece un diálogo entre el espectador y
Sorolla, maestro absoluto de la luz y del diálogo con la realidad
que vio. Si van por la capital, no se la pierdan.
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