Tras un silencio
prolongado y sordo de frituras, vuelvo a la cocina para contar
algunas cuitas contemporáneas a los jóvenes que gustan de
cigarrillos Fátima´s (los que fuma Amory Spende en A este lado del
paraíso del bueno de Fitzgerald) o, simplemente, de la picadura
filipina, como al joven Caravaca, seguidor antaño de estas
fritangas.
Desde que no escribo ha
venido a copar el mundo el hallazgo multiforme llamado Wallapop.
Igual que amigos en edad de merecer o de merecerse una vida a la
altura de sus corazones, filias y ensoñaciones me hablan de sus
tardes tórridas con usuarias de Meetic, yo podría dar a la freidora
unas cuantas semblanzas humanas para deleite de antropólogos
modernos del personal que ha pasado por casa para adquirir productos
varios. La merma de espacio y la llegada de nuestro primer vástago
al mundo han provocado que mi señora haya recurrido a la venta on
line de enseres y cachivaches más cargado de polvo y/o
melancolía que de utilidad. Para mayor gloria del aburrimiento
humano, he visto como tipos venían a por una hucha con forma de
buzón de Correos que no se vendía a priori, pero que, al salir en
la foto de la mesa escritorio que sí, se convertía al momento en
objeto del deseo de seres extraños. Un reproductor de vídeo,
lámparas demodé, las obras
incompletas de Dickens en clásicos de Aguilar (el comprador
estaba en Pontevedra), un sillín de bicicleta, etc. Colgábamos las
fotos y en menos de media hora ya habían visto el producto unos
cuantos. Ayer tarde vinieron unos cazadores de gangas a llevarse un
mueble del televisor en un Renault Laguna ranchera que (chavalitos
dixerunt) les había costado
7000 pavos del ala. No en Wallapop, claro.
Cuando
se comenzaron a abrir los primeros outlets
deslocalizados, ya advertí que no era más que una ampliación del
campo de batalla y no, como algunos presagiaban, la muerte de las
tiendas de los centros urbanos. El caso de Wallapop es otra parcela
más donde el personal se convierte en un compradependiente
o en ventadependiente
en cuestión de segundos. Fantástico, cierto, pero, viendo el
tránsito continuado de gentes y productos, me atrevo a afirmar que
hay gente en sus casas tan pendiente a la pantalla del móvil como un
crítico de moda en la Pasarela Cibeles.
Por
cierto, compramos una máquina de hacer pan y nos dieron, como dicen
en Puerto Rico, “mazacote del gollldo”. También es buen sistema
de sacarse de en medio chatarra por medio de lilas y primos
ilusionados. Besos.