En
los años noventa (justo antes de la llegada de la ortodoncia
universal), cuando te aventurabas a realizar un viaje transoceánico
a las Américas, descubrías una tipología humana al borde de la
extinción: las antiguas azafatas de Iberia. Todas ellas pasaban de la
cincuentena larga, muy larga. Eran señoras de porte señorial, con
una flema impostada, que no aguantaban ni el descaro ni la zafiedad de la
nueva masa democrática que había accedido, al fin, a volar en
aviones que en sus tiempos mozos sólo cataban los visitadores
médicos meritorios, la alta burguesía y las campeonas de ventas de
Tupperware. Te miraban con una distancia polar, como si hubieran
abierto la tapa agujereada de una capa de zapatos llena de
nauseabundos gusanos. Bregaban con el pasaje dominicano que
iba a visitar a los suyos desde la ventajosa situación del que
vuelve del primer mundo pero salió del tercero. Ahí se las veía
sufrir porque el proxeneta de la fila 45 (negro ensortijado con tupé
a lo James Brown, zapatos de punta y hebilla de cinturón plateada
con la palabra SEX) las llamaba “mi amol” y no entendía los
códigos que ellas se afanaban por dejar claros.
Nunca
supe por qué eran las que atendían estos vuelos de ocho horas.
Supongo que sería una forma de seguir manteniendo un sueldo como los
de su época, viéndoles, ya casi, las orejas al lobo del low-cost y a las
pre-jubilaciones menos dadivosas.
Este
tipo humano no se ha extinguido. Llevo semanas constatándolo. Mi
cambio de corral de trabajo me ha puesto en la senda de estos
encuentros del pasado. Los operarios de corral somos soldados rasos de
infantería. Es una absoluta memez darse aires cuando la cría de
pollos nos iguala en los quehaceres. Ni siquiera los sexenios darían
para crear una supuesta brecha de clase entre ellas y los nuevos
obreros, pero ahí están, todas las mañanas, con el aire de
azafatas de Iberia del antaño dorado, torciendo el gesto en los pasillos para saludar a
un infinito poco comprometedor. Yo las celebro para que no se
extingan, para que sigan dando color aristocrático a algo que ya no lo tiene. Aún no saben que las acompañaré
feliz a sus fiestas de jubilación.