martes, 10 de abril de 2018

Grecia en casa Mariflori


Mi nuevo centro de trabajo celebra con su propio nombre la capacidad intelectiva de los humanos. Bajo la advocación de Atenea pusieron a este edificio donde despacho lo que puedo de lunes a viernes. Para homenajear a tal divinidad, se festeja una bienal en torno a su figura y a la cultura griega. Me dicen que la muchachada comparece a estos fastos ataviada a la moda de Sócrates y que sus preceptores no le van a la saga con el atuendo. En un primer momento me planteé asistir a tal celebración con una corona de laurel manufacturada, ojos pintados con rabillo greco-cani y la consabida sábana de cama de la casa de mis padres dispuesta con más o menos gracia. La presión y la entrega del personal han comenzado a ser tan grandes, que he tenido que recurrir al disfraz pagado. Esta misma mañana un alumno me confesaba que por diez pavos del ala te daban en “La Mariflori” (sic) un disfraz de senador romano. La heladificación del mismo, continuaba diciendo esta inteligente criatura, no era necesaria, pues entre griegos y latinos poca diferencia había.


El local de la Mariflori es una mercería que combina carretes de hilo, arreglos de trajes de flamenca y disfraces made in China, además de adminículos para cachondeos varios. Me consta que Mariflori hace encuentros picantones con sus allegadas en la trastienda, dándole cuerda a pequeños penes con patas, que corren incansablemente por la mesa de camilla que allí tiene, o lanzando fláccidas pollas de látex pegajoso al techo o a las paredes, desde donde se precipitan de arriba a abajo en atropellada caída libre, alternando toques de prepucio con toques testiculares hasta caer al suelo. Mariflori, ante mi petición de convertirme el jueves en súbdito de Pericles, me entrega un catálogo con el grosor de las páginas amarillas de Cáceres: un voluminoso libro donde elegir el atuendo necesario para cada ocasión. Me deja en el rincón más alejado de un mostrador en forma de ele. Ella sigue despachando botones y cremalleras; yo, por mi parte, observo con curiosidad el tesoro que tengo entre mis manos. Me admira la disposición histórica de cada página. El autor de esta maravilla decidió colocar sus productos en digna progresión cronológica. Musculados muchachos y hermosas e indolentes muchachas se van convirtiendo a cada página en trogloditas, fenicios, egipcios, griegos, romanos, moros, cristianos hasta llegar al mundo del superhéroe en un apéndice ad hoc. Mariflori me apunta que por 18 euros me llevo un digno disfraz de senador romano. Le hago caso. La señora me parece ahora la Donatella Versace de esto. Me hace dejar cinco euros en prenda con la promesa de que me lo tendrá para mañana. “Los chinos son competencia, pero esos no te devuelven el dinero como nosotros”. Mariflori es una grande, sin duda. Más grande me parece aún la sensibilidad del diseñador del catálogo que bien pudiera convertirse en libro de texto de historia dentro de unos años como la cosa siga por estos derroteros. De momento, el jueves andaré hecho un griego o algo aproximado. 

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