En la tarde suena la voz de Chet Baker cantando “Embreceable you” desde el ipod. Sentado en un banco del campus universitario de la ciudad veo pasar vilanos, esporas lanzadas por el viento del Norte hacia algún lugar secreto donde sementarán o no. Sus filamentos vibran. Recrean el paisaje del comienzo de Amarcord (“Mi recuerdo” en el dialecto de Fellini). Todos los niños soplamos vilanos o los vimos trazar diagonales en el aire alguna vez. Sospecho que Fellini les dedicó los primeros compases de Amarcord por ser la metáfora exacta de los recuerdos: leves huellas que contienen en su interior la ilusión de un viaje y la promesa de un fruto que depende de la suerte para brotar. Lo rememoro ahora que, en los Jardines de Luxemburgo, junto a la fuente de Acis donde se fotografió Chet Baker en los años 50, encontré en primavera una pareja de ancianos rusos. Él leía un periódico en cirílico mientras su esposa bordaba un paño al lado con el pelo lleno de esporas blancas. La misma metáfora se materializó claramente. Las atareadas manos de la mujer contrastaban con su mirada abstraída. Avivaba ascuas entre las cenicienta dejadez del olvido. Dos actitudes alejaban a ambos seres: el anciano leía con unas pequeñas gafas apoyadas en el borde de la nariz atrapado por el presente; la anciana, deshilando la rueca del pasado, veía pasar los vilanos-recuerdos que se enredaban en su propia cabellera y que tomaban forma desde dentro hacia fuera en esa grácil y caprichosa manifestación de la Naturaleza.
La tarde vibra. Vibran las hojas al ritmo de mil tonalidades de verde y la vesper lux espejea en la fronda. Una calima espesa difumina los montes del contorno distante. El verano es la estación de la felicidad infantil en el recuerdo. No hay edades en esta tarde gigante.
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