sábado, 8 de octubre de 2011

El viento de otoño contra el deseo de posteridad


Comenzó al fin el otoño. Un viento airado hace tremolar los toldos y agita las persianas a medio abrir del edificio. Es el rugido de una estación que se nos niega. No es buena la añoranza del frío. “El otoño. Nuestra barca, alzándose en las brumas inmóviles, gira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme con su cielo maculado de fuego y lodo”, cantaba Rimbaud, miserable doliente de la vida callejera y tabernaria de la bohemia. Me hubiera escupido a la cara, claro. Hay quien piensa que la estación ocre es el tiempo de la saudade del verano y de la melancolía de la infancia. Para mí es el momento de la nostalgia esencial, validada por sí misma sin necesidad de explicarse. La aletargada intimidad del frío nos hace menos expansivos y, tal vez, más conscientes de nosotros mismos. Estas vetas de sol arrogándose el honor de ocupar nuestros salones han de competir con las nubes que vendrán.

Cuando ya la memoria se expande hasta los casi 40, el color, la luz, los tímidos y pequeños sonidos autumnales convergen hacia una sola evidencia: el tiempo muda a una velocidad que no reflejan los espejos, sólo las fotos que guardamos en el disco duro o en los álbumes. La posteridad, esa memez que edulcora el corazón de los artistas y de los prohombres, se ríe de nosotros en otoño y se carcajea en invierno. El otro día, en la presentación de una novela, la autora desplegó ante el auditorio el colorido abanico de sus logros narrativos y mostró su obsesión porque la obra se leyera dentro de 10, 50, 100... años. En el cocktail se acercó a un grupo de admiradores que estaban hablando de la nueva novela de Jonathan Franzen, Libertad. Entre ellos me encontraba yo, que por confraternizar aludí a la necesidad que tiene el establishment norteamericano por buscar un escritor que acumule adjetivos grandilocuentes y que jubile a los aún vivos y acabe de enterrar a los muertos. Ella sólo me prestó atención cuando dije que Franzen había nacido en el 59. La única luz que me regalaron sus ojos duró el tiempo de hacer la resta. Las mechas cobrizas de la escritora se hacían más brillantes en donde principiaba la caída que acompañaba su rostro anguloso. El cobre otoñal combinaba con unas uñas pintadas de verde esmeralda a los pies. Otoño y primavera. Tempus fugit y renascentia florum. La melancolía y la esperanza. En fin, así está la cosa en el mundo de la literatura. Me tiro a la calle antes de decidir cerrar la puerta por dentro y borrarme de facebook, tal vez el engendro hipermoderno que menos invita a la reflexión y al recogimiento. Feliz Sábado y mejor Otoño.

1 comentario:

  1. Como fritanga seguidora, amante de letras y de música...¿para cuando y donde la próxima actuación de esos gatos pardos?
    Sin mas, sigue deleitándonos.

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