El Ministerio de
Ponedura, Crianza, Recrianza y Promoción de Pollos, encabezado por
su titular el ministro José Ignacio Wértigo, esta semana ha
replanteando tajantemente los modos en la producción aviar para los
próximos años. Por todo ello, en la Granja donde cada mañana brego
con la pollería, al igual que pasará en el resto de establecimientos del territorio nacional, la cría de aves se va a convertir en una
labor menos lucida (aún) de lo que ha venido siendo en el último
decenio. Grosso modo, la cosa
vendría a ser así: aumento del número de aves por jaula,
aumento de la extenuante jornada laboral (con más pollos esta vez),
bajada de jornal y pérdida de complementos en las ya paupérrimas
pagas extraordinarias, desaparición paulatina en los beneficios de
la acción social y alejamiento de una edad digna para la jubilación
(no es lo mismo criar pollos que sólo sexarlos, for example).
Un operario de la industria aviar, por tanto, pasará a cuidar más
aves en años venideros, lo cual supone también una interesante
lista de perjuicios: los tutores legales de cada ave (colaboradores
del Programa de acción aviar “Apadrine un pollo para toda su
vida”) comprobarán en sus carnes que su apadrinado recibe menos
atención, que se desmejora la calidad del alma del pollo por el
hacinamiento con otros de su misma especie, que el pequeño granjero
al cuidado de sus polluelos, a pesar de su empeño, tendrá menos
tiempo para la atención directa con ellos, etc.
Puede
parecer extraño, pero, cuando el pasado martes se promovió una
huelga general en el sector a nivel nacional, de la factoría en
donde paso las horas más lucidas y lúcidas de la jornada, de 50
operarios, más o menos, sólo 7 secundamos el parón. Sorprendido
quedé de que con tanto afán se dedicaran ese día a sus labores
ciertos avicultores que dan el visto bueno en junio para que todos
los pollos (a pesar de sus taras) asciendan en el edificio hacia
jaulas más exigentes y así no tener que personarse en septiembre
con el fin de revalidarlos. Oí argumentos de lo más peregrino
mientras degustaba mi bocadillo de salchichón sentado en el poyete
del desayuno junto a mis compañeros: “Ya nos la han metido
doblada (sic); para
qué hacer huelga ahora”, “Yo no me pongo debajo de la pancarta
de ningún sindicato”, “Yo ahora no me lo puedo permitir”.
Válidas o no, las argumentaciones me parecieron vagas, esquivas e
individualistas. Individualistas porque olvidan que en la
depauperación del nivel de la producción avícola del país no sólo
se van al garete sus suelditos, sino que además se va a pique la
formación pública de nuestros pollos y su posible acceso a la Gran
Granja Especial, donde las aves más capaces podrían mejorar la
especie con el empujón de programas de ayuda para la cría
universitaria. Para muestra, un pollón: las mejores aves de mi
sección no tendrán forma de acceso a la granja universitaria porque
Mr. Wértigo ha achicado las puertas de entrada y ha agrandado las de
salida (sobre todo para avicultores asociados que se verán
despojados de una condición laboral que algunos llevaban
desarrollando desde hacía mucho tiempo). Nuestros colegas interinos
también pasarán el próximo curso gallináceo a engrosar las filas
de profesionales desprofesionalizados.
Y
ahora piensen en lo mínimo que necesitan las granjas de atención
primaria, de atención secundaria y de atención superior para
funcionar con garantías y que también se verá reducido a lo
anecdótico: gallineros, jaulas, comederos, bebederos, corrales de
esparcimiento, ponederos, perchas, incubadoras, criadoras de
polluelos, calefacción, desplumadoras eléctricas (esto es lo que
mejor está funcionando con los trabajadores), clasificadoras y
pesadoras de huevos, ovoscopios, etc. Asistiremos a la caída de todo
lo logrado, no os quepa la menor duda. Por todo ello, no entiendo por
qué pollas el
personal no se mueve. Con un sistema basado en la bancarización de
todos los ámbitos de nuestra vida, hemos conseguido una sociedad
conservadora que no se separa (no hay dios que se haga cargo de una
hipoteca solito/a) ni hace huelgas (idem).
El Wértigo está calando en las granjas y la biodramina, con esto
del copago, también costará un potosí. Gloriosos días aquellos en
los que los granjeros no sólo pensaban en su bolsillo, no estaban
desideologizados y creían en su misión pollo-pedagógica. Ciao.