Auténticos gurús de las
matemáticas aplicadas a la vida contemporánea aseguran que es más
barato coger taxis que tener coche propio. Lo dicen como si nada,
admitiendo que se basan en unas cuentas que hicieron en su momento y
que dejaban más que patente que los propietarios de vehículos eran
auténticos primaveras. Mi primaverismo lo promueven la distancia al
trabajo y mi habitación extrarradial en el mundo. Qué le vamos a
hacer. La rendija por donde cuelo el dinero para mi utilitario es
cada vez más grande: seguros, sellos, ITVs (esto por descontado),
pilotos y ruedas. Estas últimas me traen por la calle de la
amargura. En los últimos dos meses he pinchado en tres ocasiones.
Hoy llamé a la grúa. Llegó con ella un hombre corpulento, con unos
pectorales colosales. Era algo achatado y con un cimbreo al andar
propio de “como te cueles, te parto la boca”; sin embargo, la
socarronería de su gesto lo transformaba en un ser casi (casi) de
peluche. Ceceaba con gracia: “Estoh cocheh zon mu güenoh; canne de
perro”. Asentí. El tipo sacó el gato y se puso a elevar el
vehículo como si nada –pienso que podría haberlo hecho él mismo
sin la ayuda de ningún mecanismo–. Cuando vi que había dejado la
grúa encendida delante de las casas de mis vecinos, le dije que si
podía apagarla. “Zon una mijita tonto loh vecinoh, no?”. Le dije
que era mejor pensar que lo hacía por puro ecologismo. Pareció que
le estaba mentando al diablo. Sin mirarme, afanado en la extracción
de los tornillos, me preguntó: “¿uzté no zerá ecologista?...
porque yo me cago en loh muertoh de toh elloh”. Evidentemente, en
ese momento (menos que nunca) yo no era ecologista.
Al principio no parecía
muy decidido a contar nada. El hombre se oponía al ecologismo, pero
yo no sabía por qué. Finalmente soltó prenda: tenía fincas de
olivos que producían aceite en régimen cooperativo y la Junta
(“los ecologistas”, según él) no dejaban quemar las podas en el
campo tal como se había hecho desde tiempos remotos. Si esto es
cierto, espero que algunos de mis fritangas queridos me aclare por
qué pasan estas cosas. Al gruísta le dio por pensar que todos los
que vivían en mi urbanización eran ecologistas y como tal me hizo
una serie de preguntas: “¿cuánto vale un pizo aquí?, ¿tienen
piszina, garaje, niños, parienta? ¿eztan buenah lah ecologistah?”
En fin, un alma pura de cántaro que me dijo que había venido desde
Galicia con la rueda de repuesto pequeña porque traía el coche
cargado hasta las trancas y no quería parar hasta llegar al Sur. Me
advirtió que no me diera prisa en cambiarla y que podía ir de aquí
a Cádiz 20 veces si quería. Con hombres así todo es posible.
Se despidió con un “er
ecologista me va a echa una firma guapa, ¿no? Se la eché. Claro que
sí. Estos ángeles custodios que no creen en “esos tíos que no
comen carne” son la salvaguarda de un mundo inextinguible. No hay
nada como ellos.
http://academic.uprm.edu/gonzalezc/HTMLobj-740/quemapastosguia.pdf
ResponderEliminarHay tesis y tesis, aquí en la página 7, podrás ver el supuesto porqué. En mi pueblo no se podía y ahora se vuelve a permitir. No se sabe.
To el arte, pero hay que aplaudir al escritor, lo ha "registrado" todo con envidiable habilidad. Gracias por estas risas.