Bruma azul galáctica en la noche.
Los focos del parking exterior
de los centros comerciales
vigilan con frialdad
la soledad de los coches.
Abres el maletero;
te sumerges en la calidez de esa luz
que torna tu acerada tez en algo
humano.
Guardas los víveres con los que
vuelves a casa.
De nuevo otra puerta y otra y otra.
Oscuridad desatada por los fulgores que
pulsas y te guían
hasta la penúltima estación:
en la alacena se guarda la compra y la
pena.
Pero aún no has llegado.
El crujido, casi imperceptible,
del tabaco al arder
no pertenece a las hebras doradas al
sol,
ni a tu corazón,
sino a mi deseo.
No olvides pisar la colilla cuando te
lo acabes,
no vaya a ser que me consuma en la
espera.
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