El sol convierte en oro el hierro de
las vías;
ahuyenta y apaga los verdes del otoño.
Los ríos aguardan el profundo espejo
del cielo nocturno.
Pespuntean las nubes el rastro de
aviones remotos.
La gran antorcha se expande con el
cobre desvaído,
detrás de un cielo que rabia y se
adormece.
El frío acicala el lomo de los
animales,
que agachan la cerviz en un callado y
milenario rito.
Ahora las vías son de plata;
pronto se prenderán brevemente en el
último hilo naranja
para luego volver de nuevo a la plata,
fría y silenciosa.
La tarde es mal puerto para que
embarranquen los sueños
que viajan hasta y a través de la
noche
para que el cielo no cese.
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