jueves, 5 de mayo de 2016

Todo el mundo tiene una historia que contar


Todo el mundo tiene una historia que contar. Siempre nos cruzamos con gente amohinada, contrita, insustancial, aburrida o con cualquier otro atributo que puede obligarnos a buscar una huida a tiempo, pero, tras años de dedicarme a la romanización, me he topado con personas que traían “vida” que contar. Admitamos que los vaivenes adolescentes tienen sus patrones de repetición, pero no está de más recordar también que cada uno es único. En estos encuentros humanos he descubierto seres irrepetibles: compañeros, alumnos e, incluso, padres. Esta mañana, sin ir más lejos, mi trabajo me ha dado la ocasión de asistir a algo de los que pocos, posiblemente, hayan podido disfrutar. El secreto de este regalo está en saber escuchar y tirar del hilo dorado. No hay más. Os aseguro que el premio queda flotando en el aire mágicamente hasta que se extingue en el olvido. Por ello, quería dejar escrito lo que ha sucedido esta mañana:

La madre de un alumno paragüayo me desgranaba, con esa admirable paz que tienen algunos latinos en el hablar, su periplo vital. El destino para muchas de estas mujeres que cruzan el Atlántico es convertirse en empleada del hogar (en el mejor de los casos). Esta señora hablaba con una serenidad contagiosa, con un respeto absoluto. Cuando estaba a punto de dejar de desgranar su experiencia laboral, dejó caer, como recordándolo en ese justo instante, unas palabras que me hicieron parar el curso de la conversación: “una vez fui maestra”. “Y lo seguiría siendo”, le dije. El hecho de tener un hijo pequeño por aquel entonces y verse obligada a irse a trabajar a El Chaco con los indígenas le hizo replantearse su profesión. Ese fue el motivo de venirse a España. A todo ello le sumó que también era profesora de guaraní. Nunca había tenido la posibilidad de escuchar guaraní, así que tomé una copia de un texto que andaba conmigo esta mañana. Se trataba de otra de las felicidades que me ha dado el año académico: poder impartir un curso de Literatura Universal. El texto era el comienzo de Madame Bovary. Le pregunté si no le importaba traducir las primeras líneas de la novela. Ella, muy amablemente y algo ruborizada, accedió a hacerlo. Mientras leía, cerré los ojos: en un remoto pueblo del Sur, a miles de kilómetros del Rouen donde la novela transcurre, una mujer traducía directamente a Flaubert al guaraní.


Cuando acabó me miró con los ojos encendidos y pienso que yo a ella también. Había sido como un rescate, como volver a colocar el mundo en su sitio: ella leyendo en un aula a un alumno admirado por la breve lección. Se despidió cordialmente y me dejó el envoi para pensar que la magia del mundo está en los pequeños detalles y que hay que estar muy atentos para no olvidar lo que podemos ser y lo que un día fuimos. Tiren del hilo dorado; merece siempre la pena. Good night.

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