Esta mañana volví a escuchar el verbo inteligente de mi amigo Luisma como hacía años que no lo oía. Supongo que la paternidad ha aquilatado su bonhomía, pero, que duda cabe, sin rastro alguno de ingenuidad. Lo pude disfrutar en una mesa de celebración del día del libro donde habló de sus raíces grafómanas, sus maestros antiguos y sus revolcones de gladiador por la arena del negocio editorial en el país.
Luego caminamos de vuelta al hogar con toda su familia. Me contaron que el tatuaje desmelenado, hortera, futbolero y pseudolegionario había sido una presencia continua en su veraneo almeriense el año pasado. Como decía Teresa, lo raro es no verlos ya. La naturalización del tatoo va aparejada a una chabacanización de la sociedad que lo consume. Me cuesta ver su belleza, aunque alguien se tatúe en la espalda La Tempestad de Giorgione. El soporte de la piel humana y su inane exhibición es lo que me resulta desagradable. Ya conté que la madre de una joven conocida hacía el agosto destatuando a ex-novios y a aspirantes a las fuerzas de seguridad del Estado.
Tras la jornada matinal, bajé con mi familia a un parque de la ciudad. En busca de un aparcamiento en la sombra, llegamos a la confluencia del mundo gorrillero, fruta del país sureño. Al bajar del coche, se me acercó un joven de unos veintipocos, gafas y carnes fláccidas. Lucía en el brazo una frase escrita en árabe. Le pregunté que si sabía lo que significaba: “La vida es un huevo”, le entendí en un primer momento. Luego volvió a repetirlo: “La vida es un juego”. Como me pareció adagio escasamente coránico, insistí en saber de dónde provenía. “Lo puse en español y me salía así traducido”. Inferí que el traductor de google había hecho de consejero. Luego añadió, mientras se subía la manga para mostrarnos unos naipes, una cara de una supuesta y futura mujer y la silueta de un ángel, que no estaba acabao todavía. Le entregué el óbolo confiando en que sería usado para rematar el conjunto arábigo-andalusí-católico-binguero. Nos adentramos en la espesura del parque no sin comentar la trascendencia del mundo que se nos viene. Supongo que el mundo de ahora no es ya país para viejos como yo. Si tuviera que tatuarme algún día, lo haría con un anagrama del universo que escribió Pessoa y que una vez me regalo mi amigo Luis: “Não sou nada. Nunca serei nada, não posso querer ser nada. À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo”. Boa noite.
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