“Jessy
Sanjuanera” y “Arriba la lucha obrera” son dos grafitis que
conviven en un mismo muro cercano a mi casa. En el primero, la firma
de esta orgullosa vecina de San Juan de Aznalfarache va incluida en
la pintada; en el segundo, entre paréntesis y abajo, figura el grupo
reivindicativo que lo plantó en el ladrillo: el PCE. Se enfrentan
aquí dos formas tangencialmente opuestas de entender el mundo: por
un lado, el individualismo autocomplaciente y sin conciencia de
Jéssica (conciencia de pertenencia a la villa, al menos); por otro,
el sentido reivindicativamente gregario de unos nostálgicos
comunistas locales. Resulta paradójico que “Jessy Sanjuanera”,
dentro de no sabemos cuántos años, ascenderá al purgatorio del
trabajo en negro o, en el mejor de los casos, de un trabajo con más
horas que un viaje Bucarest-Madrid en autocar. Su firma estampada en
el muro será lo más cerca que esté de una organización cuyos
planteamientos preliminares son, precisamente, la defensa de las
Jessys del mundo, aunque de esto último no estoy muy seguro.
De
todas formas, no exculpo a ninguno de los autores de estas frases. En
ambos casos pienso que se podrían haber aliviado de otra forma sus
ganas de dejar constancia de su paso por la Tierra. Eso sí, el daño
es menor que el de los energúmenos que han pintado y rayado restos
de pinturas rupestres paleolíticas y neolíticas en las cuevas del
Cantal, en el Rincón de la Victoria (Málaga). Botellas de cerveza y
latas de pintura convivían en este lugar con una datación de 32.000
años. La lucha por la formación cultural de las personas siempre ha
sido encomiable. Desde hace años, mis clases comienzan a principio
de curso con una breve exposición sobre los conceptos de “bien
común” y “bien personal”, en un intento inocente de que las
mesas, paredes y corchos no acaben luciendo las consabidas pollas al
final de curso. Visto lo visto, el año académico venidero se abrirá
con la inclusión del término “bien de interés cultural”, por
si se puede salvar algo.
Los
cavernícolas nativos tuvieron, sin ninguna duda, un vínculo sagrado
con aquellos lugares y con sus pinturas. El otro día me decía mi
amiga Reyes que hay unos tipos investigando cómo la ausencia de una
relación con lo trascendente aniquila los valores éticos en las
personas. Las Jessys no entienden de trascendencias porque sus vidas
son intrascendentes. El ejército de Jessys que bulle por las calles
de las ciudades (entiéndase que en sus filas también militan los
Jessys) es más peligroso de lo que aparenta. El personal se lleva
las manos a la cabeza porque el ISIS destruye las Ruinas de Palmira
por mor de la religión. Las/los Jessys destruyen sin religión ni
ideales; lo hacen por sus mismos coños y pollas, esas que pintan en
el bien común mientras piensan sin pensar en cómo acabar con los
bienes culturales. Hay que trabajar duro, amigos. Mañana empezamos.
Feliz semana.
Tenemos trabajo Manuel, educar la sensibilidad está resultando mucho más difícil que enseñar el tiro parabólico. Tu amigo Steiner tenía razón....
ResponderEliminar¡Cómo han cambiado las pintadas! En El Puerto, en el camino de los enamorados, había una que decía:«Franco,juslay! Con un par..., y estuvo tela de años.
ResponderEliminarA. Camacho