martes, 10 de diciembre de 2019

El anticlima


La Tierra necesita de una fase de oscuridad que la resguarde de su cansancio luminoso, ese que se manifiesta en forma de rostros encendidos en la penumbra de la noche con dispositivos móviles y, ahora, en forma de decorados paranavideños por todas las ciudades del mundo. La cumbre del clima es anticlimática, a pesar de los esfuerzos de sus organizadores por aminorar el impacto ambiental durante la celebración. Hay demasiada luz, demasiada presencia de estrellas, demasiada buena voluntad, pero poca reflexión. La renuncia a lo superficial de nuestras aquilatadas costumbres de hoy serían un paso adelante en la búsqueda de soluciones. La dificultad reside en que lo poco a lo que podemos contribuir cada uno de nosotros está muy escondido o, tal vez, sea tan evidente que no nos atrevemos ni a planteárnoslo. La recarga anual de los 5.000 millones de móviles existentes en el mundo suponen un consumo de 42.000 millones de kilovatios al año; la cultura de recibir en casa mercancía de diversa procedencia y condición, por medio del índice impactando en una pantalla, también arruina el planeta y facilita que las voluntades individuales se duerman, situación ventajosa para que se asista con pancartas a las reivindicaciones por la salud del planeta sin caer en la cuenta de que el cambio es individual. Ilusamente se aguarda a que sean las naciones las que apaguen fuegos, recongelen los polos, remienden los agujeros del cielo, reforesten bosques, eliminen la emisión de CO2..., mientras que la población prosigue con el festín del consumo desaforado e ilimitado. 


Camino todas las mañanas una hora, cuando la ciudad comienza a emerger de una noche cada vez menos silenciosa. Desde una atalaya magnífica, observo cómo los coches forman colas interminables, cómo camiones y furgones blancos se mezclan en esta procesión de curritos. A las seis y media de la mañana se empiezan a confundir los últimos destellos de los luceros con los pilotos intermitentes de un avión madrugador, en cuya panza cabecea la masa democrática que vuela hacia destinos turísticos de moda. Se trata de uno más de los 100.000 vuelos que cruzan los cielos al año. Los hábitos de la clase media occidental casan mal con el discurso edulcorado y bienintencionado de los soldados del clima. Parece como si Greenpeace no hubiera existido antes de toda esta feria de catamaranes y coches eléctricos. El problema no es Trump, Bolsonaro o Abel Caballero y la iluminación de Vigo; el problema somos cada uno de los que no estamos dispuestos a renunciar a seguir como hasta ahora. 

1 comentario:

  1. Como dicen en mi pueblo; "Haz lo que yo te diga, pero no lo que yo haga".

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