martes, 21 de junio de 2011

La luz que nos queda

  Reconstruir una ciudad asolada por el paso del tiempo es tan difícil como reconstruir un accidente. La ficción en general, ya sea literaria o fílmica, nos ha hecho creer que la recomposición de un crimen, con unos detalles engarzados por un detective o un protodetective audaz, puede hacer que la luz aflore donde sólo había sombra y duda. Mentira vil (recomiendo la lectura de El caso del perro de los Baskerville de Pierre Bayard para desmitificar estas cuestiones).
Tras el susto de ayer, he intentado unir golpe, caída, gritos, magulladuras y dolores para así confeccionar un esquema veraz del accidente, pero no lo logro. Sólo puedo decir que el semáforo estaba en verde para el carril bici, que vi a un tipo parado con su vehículo y al lado una señora que, al oír la sirena de una ambulancia (aún no era la mía), se ponía nerviosa, arrancaba y me llevaba por delante. A partir de ahí lo que hubo: mi grito de advertencia, el golpe seco sobre el capó, la caída sobre la bicicleta y unos metros de erosión epidérmica por acción de la inercia. Luego, una mujer entrada en carnes, de unos 50 años (tengo problemas para acertar con el tiempo en la 2ª edad), con unas gafas de pasta negra, un vestido de Laura Ingalls en La casa de la pradera y un calzado chancletero abominable salía del coche con la cara desencajada y gritando: “Ay, ay, ay, Dios mío, qué he hecho. ¿Estás bien? Ay, ayyyyyyyyyyy”. Yo ya estaba de pie saltando de dolor como un gato al que atropellan en una autopista y da cuatro saltos antes de quedarse tieso para la eternidad. Una joven acompañante salió con la cara descompuesta, lo cual me hizo pensar que mi aspecto era de noche de los muertos vivientes. Un motero intrépido y servicial se ofreció para llamar a la ambulancia y la policía local. Llegaron primero los servicios sanitarios y luego los policiales. “Mueve el brazo. Abre y cierra la mano. ¿Te duele? Te tomaremos la tensión...” Con la tensión por los suelos, sudando cual brócoli plastificado olvidado en el maletero, la visión de las cosas comenzó a blanqueárseme. “Tranquilo, todo está bien. Te vamos a llevar a urgencias para que te hagan una placa y ya está”. He de decir que los locales estuvieron también muy atentos. La maniquea visión del mundo de las parejas profesionales (ya saben: el bueno y el malo, el listo y el tonto, el serio y el simpático...) se daba aquí en su más ceñida calidad. El poli simpático me dijo que si me iba a ir en bicicleta; el otro poli me miró buscando la complicidad del individuo que está hasta los huevos de compartir las 8 horas de servicio con un aluvión de broma de ese cariz.

Lo demás fue rápido. Atestado. Teléfonos. Datos. Disculpas. Dentro de la ambulancia le pregunté, recordando el horror que sentí al ver el documental Sicko de Michael Moore, donde se cuenta cómo funciona el sistema médico estadounidense, si este servicio lo cubría mi seguro. Al tipo le pareció una broma. “Esto lo pagamos todos, amigo”. Uf. Llegamos a urgencias y me introdujeron en la sala de espera. He aquí un lugar donde mirar al mundo. Nuestras vidas estancas en la impermeabilidad de un estatus social fijo (por ahora) no nos permiten ver detrás del telón ni dentro de los hogares que habitan gentes de estamentos distintos al nuestro. Como descubrió Renoir paseando por los Jardines de las Tullerías, la vida verdadera, la que él quería pintar saltándose a piola los preceptos de la Académie, estaba en la calle y no en los estudios ni en los talleres. Lo que vi me pareció lleno de fuerza vital y humana en todos sus aspectos. Para mañana una sutil pintura de lo visto. Sigo recuperándome.

1 comentario:

  1. Fritanga querido: Lamentable atropello narrado con tu singular estilo que tanto valoro. Me alegro de que estés razonablemente bien, agradezcamos a la Tyche la protección que te ha otorgado.
    Basia.

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