miércoles, 15 de junio de 2011

Tórrida tarde inmobiliaria con eclipse lunar al fondo


Como seres paleolíticos a punto de dar el salto definitivo al neolítico incipiente, en pos de abandonar la vida trashumante y encontrar así el hogar definitivo, hemos dedicado la caldeada tarde del miércoles a la visita inmobiliaria. La espectral voz de la agencia nos cita en un lugar sombreado donde habría un grado menos que en el infierno. Con una gran avenida de la City flanqueando nuestro lugar de espera, vemos llegar a dos seres desparejados por su edad, sus modos y su indumentaria. Él es un hombre de 50 años, acabado de levantar de la siesta (la cara dejaba patente la presencia de una congestión pos-cabezada), con una camisa de rayas azules y moradas desabotonada hasta el tercer ojal (discreta medalla rociera) , un pantalón gris cuya cintura se sitúa justo debajo del pecho y muy por encima del ombligo, y la consabida y sobada agenda sobaquera. Ella es una princesa ataviada con una especie de saco de tela azul índigo. No tiene forma. Parece un trozo de encina embutido en un vestido de fiesta. Por pura coquetería, se ha colocado alrededor de la cintura (?) un leve cordón que circunda su anatomía de estibador. Luce pernil a partir del muslo, dejando ver unas fornidas piernas extrañamente decoradas por eccemas y picaduras de mosquitos curadas a base de uña. Un último apunte de coquetería remata el tipo: en unos zapatos con moña y dedo al aire, un desmañado pulgar se bate violentamente con el segundo artejo que pugna por salir a tomar el aire. “Rafael, Rafael, Rafael, ¿usted es Rafael?”, me pregunta el tipo dirigiéndose hacia mí para estrecharme la mano mientras un camión de bomberos con la sirena puesta cruza la avenida. Con alguna dificultad para discernir qué estaba pasando, pienso que ambos vienen juntos pero que cada uno ha quedado con un primo diferente. “Entonces... ¿tú eres Libertad?, pregunta la princesa”. Después de darle solución al enredo, el tipo se dirige a la joven con indisimulada desfachatez: “Niña, vete por la calle de atrás para que no se encuentren los tuyos con el mío”.

Seguimos a Lucía hacia la cueva. Sus pisadas de estirpe paquidérmica se entremezclan con la verborrea trivial de todos los agentes inmobiliarios: ¿qué queréis: comprar o alquilar?; mucho calor ya, ¿eh?; no sois de Sevilla, ¿no?; ¿habéis visto ya muchas cositas?, etc. Avanzamos. Me pregunto en qué día estas inteligencias comenzaron a poblar el planeta sin que nos diéramos cuenta, y por qué nosotros, criaturas menores, hemos de merecer el trato infame de tales individuos. 

Llegamos a la puerta del edificio. Como es costumbre, empieza ahora el empacho de obvio descriptivismo con algún apunte que Lucía se ha trabajado con denuedo: No tiene ascensor, pero las escaleras se suben muy bien (hasta un tercero). Hay cuatro vecinos por planta (una niña de 3 años aproximadamente, jugando en las escaleras en bragas, nos ve, sale pitando hacia arriba y cierra nuestra breve relación con un portazo volcánico). Ésta es la cocina. Los espacios son muy útiles (?). Aquí vivía antes un matrimonio con muchos libros (cara de asombro mezclada con algo de asco). Dejan el aire acondicionado (nadie se lleva un split más amarillo que los ojos de un tipo con ictericia). La terraza da para poner dos sillitas y una mesita (el diminutivo no es usado aquí frívolamente). La pared de la habitación está insonorizada... Me parece apasionante la capacidad para construir un mundo verbal sobre el evidente mundo de la materia. Se trata de un ejercicio filosófico de gran calado intelectual. Su desigual muestra de palabrería culmina con la ejecución de unos pretendidos pasos de ballet para hacernos notar que en la habitación más grande cabe una cama de dos metros: con dos zancadas nos indica que ello es posible y que, además, habría espacio suficiente para no tener que reptar por la pared para cruzar hacia el otro lado del tálamo. Rápidamente calculé que esos toscos pasos podrían recorrer tan sólo metro y medio, ya que el ángulo que formaban sus dos piernas extendidas y abiertas todo lo posible, bajo el influjo del vestido ceñido y el peso de esta ninfa inmobiliaria, sería de 45º.

Lucía nos besa y se despide. Nos aclara que el precio de la vivienda, “a pesar de lo que dice la gente”, no va a bajar. “Si encuentro algo que se ajuste a vosotros, os llamo”. Bajo el sol de la tarde volvemos a casa con un único afán: ver el eclipse de luna que nos hará olvidar por un rato que somos un breve rasguño en la tela asfáltica del tiempo. Good night, my friends.

5 comentarios:

  1. sublime. mientras se lo leía a Reyes ella amamantaba a Carmela y ella procuraba no reírse demasiado porque la niña se mosquea si se le sale el pezón de la boca.
    besos de Reyes y su tropa

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  2. Benditas niñas: leche materna y fritanga, la mejor dieta para crecer fuertes y sanas. Quiero verlas.
    Un fuerte abrazo a la tropa.

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  3. Muy buenas fritangas literarias, como la vida misma.

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  4. Qué alegría volver a encontrarle. Ay, ay, ay

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  5. Espero que no encuentre usted piso nunca...y lo siga contando, claro. Tal vez ese es el objetivo, fatigar calles, visitar hogares sin muebles y contarlo para deleite de la parroquia. Brillante!

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