lunes, 31 de diciembre de 2012

Welcome 2013





Gente amiga y querida, adictos a la fritanga pura, se acabó lo que se daba. El 2012, que prometía mágicas luces por lo que de encantador tiene empezar y acabar por el mismo número, fue un año lleno de aceites malolientes de segunda extracción en caliente y con cantidad de químicos catalizadores en el proceso. Año de poner pie en tierra y comenzar un camino nuevo para muchos de nosotros. Hubo de todo, claro está. Habrá que quedarse con lo mejor y colocarlo en el tarro más preciado de nuestra memoria; lo menos bueno lo dejaremos correr para que se hunda en el mar de las Hespérides, allí donde occidente remata su canto.

Agradezco la compañía de muchos amigos en este caminar sinuoso del año que se agota. Aguardo que el buen humor y la amistad nos velen las penas que puedan venir; aguardo también que hagamos piña en el compromiso de ser mejores para empujar el cambio silencioso que sólo se puede dar desde nuestros pequeños gestos. Aprovechen este último día y sean felices durante el tiempo que nos queda hasta las doce de la noche. Sueñen un 2013 dichoso cuando la duodécima uva esté mezclándose en la boca con el resto. FELIZ 2013, muchachada.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Mundo pobre



Día gris. De gotas embalsamadas en la baranda del balcón. Ventean los toldos de los edificios en un oleaje irregular, a veces nervioso, a veces sosegado. Cobijado bajo una manta y con el radiador de aceite a bocajarro, leo en esta mañana de invierno prometedor. La vida extrarradial regala a estas horas pasos de vecinos, movimientos incansables del ascensor que porta a seres saturnianos a las grandes superficies hasta la hora de almorzar y sirenas a lo lejos, que no paran de ahuyentar la escasa y silenciosa actividad de estos márgenes de la realidad. Entre las rendijas de esta tranquilidad sabatina se cuela un sonido ancestral, cargado de recuerdos de otros años, que me retrotraen a la infancia: el silbido de una flauta de afilador. Entre la estridencia más o menos aceptable (dependía de los pulmones del que soplara) y la cadencia más o menos armoniosa de bajar y subir por la escala musical, se movían estas interpretaciones utilitarias hace años a la búsqueda filos desencantados y mellados.

Pienso en ello porque desde hace rato acumulo pruebas fenomenológicas de que el mundo que vivimos hasta hace poco, lleno de superficialidad y de imposturas propias de etapas de consciencia muy lábiles, está hundiéndose (no quedaba otra) en el limo de la realidad. Observo que vuelven las huchas a las calles (de hecho, el centro de la ciudad es ya una gran alcancía en la que depositar la calderilla de nuestra mala conciencia), los limpiabotas, la rotura de lunas en los coches, los pedigüeños a la puerta de casa con el simple deseo de un cartón de leche o “lo que sea”, etc. Ayer vi a un hombre de casi 60 años colar en los buzones publicidad de una pizzería de la que no tenía pinta de ser el dueño. Hoy el afilador. No quiero meter en el mismo saco todas las actividades descritas arriba, claro está; sólo busco constatar que el mundo que habitamos ahora está retornando hasta justo el momento antes de que alguien dejara puesta la piedra sobre el ilusorio acelerador económico. El hombre que sopla debajo de mi casa no sabe que poca gente bajará a requerir sus servivios, por mor de la desconfianza a lo desconocido, porque los chinos e Ikea suministran enseres cortantes a módicos precios y porque los cuchillos cerámicos (que no pierden propiedades) se han puesto de moda. Por lo tanto, para mí ese sonido no es un reclamo, es un grito, un aviso de que algo pasa. Como último detalle, les diré que, mientras lo cotidiano se decolora por efecto de la crisis, las grandes entidades bancarias no paran de organizar comidas de Navidad en los mejores restaurantes de la ciudad. Sí, tienen derecho, pero lo que importa es el gesto. Buen día.

jueves, 13 de diciembre de 2012

La vida capitalina



Estuve en Madrid. Un rato apenas, lo justo para registrar los colores pastel de la vida contemporánea. La bella y amable Monique me dejó de nuevo instalar mi humanidad en ese piso compartido con otras cuatro chicas. Cuando llegué, una de ellas estaba en la cocina pimplándose una botella de Rioja en un gesto autocelebratorio de arquitecta premiada. Su estudio había ganado un concurso para construir en Qatar una expo olímpica de 4000 metros cuadrados donde se diera nota de qué fueron y podrían ser los Juegos Olímpicos costeados por petrodolares en el espacio tan remoto como hortera de Qatar. Me dio la impresión de que la joven intentaba beber para olvidar. No me extrañó.

Por la mañana, salí temprano para coger el metro y surcar la periferia. En el frío galáctico del amanecer, vi imágenes horrendas de lo que muy pronto ocurrirá (si es que no ocurre ya) en las ciudades de provincia por pura mímesis: dos jóvenes se dedicaban a recoger botellas abandonadas de un botellódromo improvisado al lado de la Puerta de Hierro, mientras que el servicio de limpieza hacía lo propio a escasos metros. Alcohol de segundo buche, pues en su búsqueda cataban con desgarbada postura los elixires de los malos cálculos y el hartazgo de adolescentes que beben maquinalmente por no caer en la cuenta de que la vida de ahora ya emborracha por sí sola. En el metro seguí observando cual entomólogo las pequeñas vidas de mis congéneres. Al igual que existía un alcoholismo de segundo buche, también, en las entrañas del metro, existían otras manifestaciones del frío espiritual que recorre Occidente. Determiné que hay una forma de amor no catalogada en las bibliografías al uso y que podría denominarse Amor de Prosegur. Hombres desfondados humanamente, seguratas a 700 pavos brutos el jornal, requebrando todas las mañanas a limpiadoras y taquilleras igualmente hastiadas.

Camino de Las Rozas, se me ofrecieron vistas del show business favorito de hace una década: el hormigón podrido de urbanizaciones a medio hacer, las soledades del piso piloto y el eco demente de las obras sin finalizar. Menos mal que Guadarrama estaba nevada a lo lejos y que el sol escamoteaba estas visiones de arquitectura fallida con sus caprichosos juegos en la niebla.

Amigos, vivir en la City tiene sus mermas, pero creo que aún, como decía mi amiga Geraldine de sus paisanos parisinos, aún no tenemos la cara cuadrada de los habitantes de las grandes urbes. Vayan a Madrid con el firme propósito de disfrutar, pero también de volver. Salud.