viernes, 24 de mayo de 2013

A qué sabe el rojo atardecer


No hay nada como tú:
cielo, estrellas, prados, valles, el extraño relumbrar de los metales abandonados en la orilla.
Si me contaras las extrañas cosas que guardas en tus manos
tal vez sería más fácil saber adónde nos dirigimos.
No olvides que el cambio requiere de la voluntad de ser otros.
Nadie nos dijo que expiraran los números de teléfonos ni los nombres labrados en los troncos.
No se puede guardar la luz de aquellos días en latas y aceite de oliva;
alguien me advirtió que el aceite lo mezclan con agua.
Así que déjate de encantos fosilizados y frases hechas.
Dime, ahora y aquí, a qué sabe el rojo atardecer cuando las tortugas desovan sin saber que ni tú ni yo existimos.

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