lunes, 27 de mayo de 2013

No me digas hoy que tampoco vivimos en la misma ciudad.




Embaucado por el verde de los jardines lejanos,
observo la construcción de una torre
cuya alma no tiene acceso al ascensor público,
pero sí al montacargas.

La calima convierte la cadena montañosa del fondo
en un mar de orillas aéreas que no pisaré hasta que alguien
me regale un camino de tablas para condesar el deseo
en un sendero de posibles.

La tarde arrecia con su luz sobre los edificios blancos;
devuelven su fe en las formas con la pulsión
que guarda la arena al mediodía.
Desierto blanco que nos invita
a calarnos de fósiles hasta la memoria,
sin dejar que nos distraigamos cuando
llega la extraña realidad.

No me digas hoy que tampoco vivimos en la misma ciudad.




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