jueves, 30 de septiembre de 2021

La trampa invisible


 

Decidí derribar la clase, cambiar las paredes por la vívida realidad que se muestra en el patio. Saqué a los alumnos a mirar el cielo y respirar el otoño que aquí luce azul y dorado. Había que abordar el tema de la literatura bíblica. Confeccioné una antología de textos y la acompañé con ilustraciones  de obras pictóricas y escultóricas canónicas. En dos hojas podían leer la creación del mundo, la expulsión del Edén, la construcción de la torre de Babel, algún pasaje sobre la aquilatada sapiencia del rey Salomón, el arrojo de David ante Goliat y una preciosa traducción de un pasaje de El Cantar de los Cantares. Repartí los folios a un auditorio encantado de poder cobijarse bajo los grandes árboles del jardín. Entre estos jóvenes se encuentran desertores de Economía, la otra asignatura optativa pareja a Literatura Universal que tiene tan pocos adeptos como yo buenos lectores. Hay que hacer malabares para conseguir que algunos lean, pero se hace lo que se puede.

Les invité a apagar los móviles, a dejarlos en la cartera, a repartirse individualmente por los rincones más solitarios del patio, y a leer al menos tres veces unos textos que, ciertamente, les resultarían extraños y alejados de su tiempo y de su, en ocasiones, inexistente cultura religiosa. La lectura buscaba en un primer momento el acercamiento; luego, la comprensión; y, por último, la reflexión.

Mientras repartía el material, pasaron por allí dos docentes que, al vernos en la primera fase de explicar en qué iba a consistir la experiencia, se quedaron a nuestro lado estáticos y atónitos: “¡Qué bonito, qué maravilla, qué original”, decía la señora que acompañaba al otro compañero. Ante tal manifestación de entusiasmo le dije que se quedara, que aún había copias para ella. Lo agradeció, pero prefirió ir a desayunar.

Reflexiono acerca de la paradoja que plantea esta situación: esta misma semana cumplimenté una encuesta sobre competencia digital para la empresa en la que trabajo. Según parece, es inexorable la deriva informática en la educación. El fin confundido con los medios, la gran trampa de creer que las pantallas nos salvarán de la debacle y de quedarnos descolgados de la marcha del mundo. Lo que ocurrió esta mañana, tal como le dije a la sorprendida señora, ya lo practicaba Sócrates (salvando las distancias) hace milenios.

Cuando mis estudiantes volvieron de su solitaria lectura (sin pantallas de por medio), venían con otro gesto: con el agradecimiento de poder leer sin interferencias y desde el sosiego. Me pregunto cuánto tardaremos en darnos cuenta de estos detalles, tan pequeños y tan escasos que corremos el riesgo de olvidarlos.  


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