* La sequía a la que me somete la vida actual, me hace recuperar una fritanga del verano del 2006, aunque creo que, tristemente, conserva una actualidad heladora.
Esta historia se cuenta con escasos ingredientes: un primo (1), un tunante (2) y tres cervezas (3). Unan ustedes con una línea los puntos enumerados y sus ojos contemplarán la silueta plateada de la hoja de un cuchillo que, al modo de Disney, tomará vida y se le clavará sin miramientos en la espalda. Es de obligada necesidad que yo les ponga en sobre aviso para que no sean atracados impunemente en los contornos metropolitanos de la City en la que habito.
La escena apenas perfilada arriba tuvo lugar en la localidad de Umbrete, más concretamente en el “Bar Batato”, bodega cuyo propietario dio ayer muestras de lo fino que hilan estos nuevos atracadores de pobres incautos como yo o como ustedes. Tras ingerir L., el amigo J.B. y servidor unas cervezas en la terraza de dicho local, me interné en el negocio y pedí la cuenta de las tres bebidas. El camarero no pudo pronunciar la suma, ya que otro individuo (apatillado al estilo pijo-recalcitrante-sevillaní) le impidió que abriera la boca con una mirada de hosca complicidad: “seis euros”. Sólo pude preguntar de nuevo por ese verso trisílabo que salía de su boca y que me proyectaba directamente el universo de los primos citadinos que escapan al cinturón periférico en busca de fresquito y de, ilusamente, precios que estén ajustados a la renta per cápita del lugar. Al ver mi gesto algo airado y mi desaprobación al pagar, el dueño se presentó e utilizó el método científico para demostrar que en aquella copa cabían dos pequeñas (aproximadamente del tamaño Pin y Pon). Imaginen ustedes una copa llena de agua que con maña de buhonero este señor se daba a la tarea de verter en las copillas a las que le asignaba, sin temblor alguno de los músculos de su rostro, el precio de un euro. Luego vino la observación acerca de las medidas de las mesas, cuestión esta que nos pareció de gran rapidez mental y originalidad. En fin, que nos fuimos escaldados pero con un testimonio humano de impresionante profundidad.
Vayan y pruébenlo ustedes mismos. Pasarán un rato agradable. Como último apunte les diré que la carta no tiene precios; los únicos números que figuran en ella es la del teléfono del antro. Que Dios nos asista.
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