Vengo de una de las sucursales del Infierno que hay en mi barrio: el Día de la esquina. Acabo de presenciar una bronca entre una joven embarazada y una pija anoréxica. Al parecer, la primera ha intentado colarse y la otra no la ha dejado. A partir de ese momento todo ha desembocado en un cruce de insultos cada vez más surrealistas. La embarazada (gafas de pasta lila y blanca): “no tienes vergüenza, eres una pija y vienes al Día a comprar”. Pija (tipo compuesto por todos los adminículos que se le supone al personaje –bolsón, botas de caña de montar, jersey de caja con bufanda a cuadros, etc.– pero todo de procedencia oriental): “¡A mí no me miras de arriba a abajo, gilipollas! ¡Qué te laves el pelo, soguarra! ¡Yo soy una señora y tú eres una gilipollas! ¡Perroflauta!”. Unas niñas pequeñas uniformadas de colegio concertado miraban desde detrás de la caja la escena con gesto de interés. Su madre no ha celebrado de igual manera este entremés de verduleras. Observo las caras de los que aguardan pasar por el pitido del lector de barras. No muestran ninguna consternación, sólo desencanto y tristeza, extenuados como están por los rigores de la economía abisal. El Día es el supermercado de las ojeras, los glúteos estriados y el desencanto. Otros establecimientos de este tipo, el de los parvenu, el de los evadidos de su estamento con ínfulas de pertenecer a una estirpe a caballo entre la alta alcurnia y la clase media. Al fin y al cabo un estrato social híbrido y bicéfalo, tierra de nadie en los manuales de antropología contemporánea, que el satírico, escritor y suicida Maurice Joly (1829-1878) ya había analizado para el mundo en un libro esencial para nuestro tiempo, El arte de medrar. Manual del trepador (Galaxia Gutemberg, 2002). Aquí se retrata a la perfección, siglo y medio antes, el espécimen humano que poblaría las playas y las ciudades de vacaciones de principios de siglo XXI.
A esto, mal que nos pese, estamos abocados si no nos afanamos en ser otra cosa. Esta tarde estuve a punto de sumarme a la feminomaquia. Opté mejor por parapetarme detrás de las inocentes niñas de escuela concertada que se decían la una a la otra: “Es verdad, tiene el pelo asqueroso”.
Si es que hay días que no está uno pa ná.
ResponderEliminarMe encanta, ya me estaba imaginando a la pija anoréxica con su bolso, sus botas... Que después digan de los jóvenes de hoy en día que no tienen educación jajaja
ResponderEliminarAbrazos
Tamara