Las niñas de mi barrio beben Fanta de naranja y comen pitas con cordero. Sus madres toman el sol en las terrazas de los bares con una cerveza desespumada en el vaso de Duralex. Brilla la vida con el dorado de la cebada en las mesas. Perros de tamaño extralarge se husmean hocicos y culos con deleitoso nerviosismo. Apoyado en mi mesa de tabla, con una bola de humus aguardando a que la rebaje con el cuchillo por el polo norte, espero yo al señor Luque. Pienso que Alejandro es el motor secreto de todo este ambiente: nunca una muestra de debilidad, siempre feliz delante de las marejadas que insisten en cambiar el curso de las aguas. ¿Cuánto vale este tipo de gente? Siempre he celebrado la alegría que nos aportan los seres que tenemos cerca. El jueves en el Pitacasso a las 14:00 nos damos un baño de felicidad a golpe de vinos y de literatura. Conozco a tipos que matarían por fundar una tertulia sesuda en la que pontificar sobre las últimas tendencias. A nosotros nos basta con saber que el gran Jorge está en la barra, la dulce Ana en la cocina y que nuevos cuadros colgarán de las paredes del Pita en esas exposiciones que montan todos los meses. Por si algún fritanguero le apetece pasarse a ver cómo lucen las Fantas en las mesas y a qué velocidad devoran las niñas de mi barrio las pitas, aquí dejo el envoi. Larga vida a todos los felices.
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