martes, 15 de noviembre de 2011

Poetas

Los poetas cuando llegan a una edad provecta recitan de memoria (si aún la conservan) sus poemas de juventud. Si cantan sus versos de última creación, casi todos tienden al culturalismo o a la reflexión pre mortem (la que realmente me interesa y disfruto). Esta noche he ido a ver a Caballero Bonald y a Pere Gimferrer, artistas y hombres desiguales, pero que coinciden en avenirse bien a saraos de lectura lírica ante auditorios de profesores de más de 50 y viudas de más de 60. Algún estudiante de los que aprecian a las glorias vivas andaba también sentado por el suelo de la sala.


Caballero Bonald ha ofrecido una lectura aceptable alla maniera di Borges (finales de versos llanos con alargamiento ascendente de la penúltima sílaba). En cambio Gimferrer parecía un teleñeco con una manopla mojada en la boca. Recitó de carrerilla un poema de Arde el mar y luego introdujo alguna que otra explicación de exultante nasalidad que los asistentes intentamos descifrar a partir del movimiento de los labios. Imposible, el amigo Pere tiene menos labios que una tortuga, una raya que se abre y se cierra como la boca de un teleñeco. Me pregunto cuánto vale traer a un vate novísimo a la City si un concursante de comerse una caja de mantecados El Patriarca de 5 kilos hubiera recitado mejor que el catalán.


En fin, no salgo de mi asombro. Me dice mi amigo Aníbal y el bueno de Braulio que Tomas Tranströmer, el último Premio Nobel de Literatura, es un grande. Su hemiplejia tampoco le permitiría subir a los estrados a recitar, pero sospecho que tiene algo que decirnos más allá del culturalismo en el que se refugian algunos autores y que nos dejan soltando palabrotas en las esquinas de los versos afectados por ese mal baudelairiano que se llama aburrimiento. Lean poesía; les hará mejores personas.

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