Es duro constatar ciertas cosas en la vida: sin salir de tu propia ciudad ya eres un jodido turista. Me acodo en la barra de La Barrila, un lugar de corte y confección del diseño post-capitalista para hacer tiempo en la estación de trenes de la City. Desde allí pretendo tomar un bus (2.40 €) hasta el airport. Una señora me pone una caña y una (supuesta) tapa de ensaladilla con un tenedor a modo de patacabra del plato. No hay más atrezzo. Le pido algo que rescate de la fría soledad al plato de ensaladilla. "Los picos te los cobro aparte". Avanti signora. La mujer es una especie de Karina adobada por el mediomileurismo y las croquetas nocturnas. Se va. Llega un hombre con gafas, práctico, nervudo. Le digo que me cobre: 2 € (caña) + 1.50 € (picos) + 4.60 € (ensaladilla) = 8.10 €. Le digo que no me he tomado una ración, sino una vil tapa. "Aquí la tapa no existe", me corrige con ímpetu ensayado. "La tapa no existe", qué manera de travestir la realidad con palabras.
Llego al aeropuerto. Poca afluencia de público. Una pareja de franceses cincuentones deglute a cara de can una tableta de turrón de Alicante comprada en la tienda libre de impuestos con una expresión que pone al descubierto sus deficientes ortodoncias. Toman un trozo, se lo colocan entre los dientes cual flauta travesera, cierran los ojos e imagino que verán unas cuantas galaxias alejadas hasta lograr romper el turrón. Estos productos de dureza extrema deberían advertir en sus envases que los pobres de más de 50 años no pueden consumirlos, sean de la nacionalidad que sean. Vuelo al Norte rico; Navarra me espera. Habrá alguna fritanga regada en vino. Buen puente.
oyeeeeee.......¡que yo tengo más de 50....y no me quiero quedar sin turrón del duro,ja,ja,ja!!!
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