Dejé colgada la chaqueta
en el perchero de mon amour y
nos fuimos a loquear a Málaga. Exactamente a un curso de cocina
vegetariana (macrobiótica a ratos) con una alumna aventajada de la
gran gurú del asunto Montse Bradford. Llegamos a la hora de almorzar
a Benagalbón a casa de Paula, que nos acogió con todo su amor
carnal, a pesar de todo. Luego bajamos a la ciudad para ver lo bien
que luce la peatonalización del centro con otros dos buenos
anfitriones, Colón y Marcos. Subió el fresco mediterráneo hasta mi
cuello y fue así como los cuchillos afilados de la afonía me
seccionaron la garganta. Desde el lunes, en la granja donde laboro
mucho siseo, algo de power-point
paliativo y bastante puntero.
Me
tiré al herbolario a la búsqueda de un remedio natural: propóleo
en espray 11.40 €; 100 gramos de tomillo 80 céntimos. Ganó lo
barato. En el local había un hombre de unos 60 años casi
yéndose. Digo casi,
porque el señor estaba aquejado de algo para lo que no vendían nada
en el lugar: una facundia propia de un centauro puesto de LSD que
buscaba a víctimas propicias para prodigarse en su arte verbal. Era
un hombre de otra época, sin duda. Ni la edad ni el trabajo le
habían hecho perder la viveza de sus ojos azules; sólo habían
alcanzado a darle un tono cobrizo al pelo rubio original. En el
cuello y en ambas muñecas exhibía cadenas de oro. La del cuello se
intuía; no tenía cuello. Su cabeza estaba encajada en un tronco
amorconado y macizo. Una camisa a rayas amarillas y celestes (sic)
era aniquilada en cuarto botón, justo en la mitad del tronco, por la
cintura de un pantalón desafortunadamente emergente. Todo lo que
figura a continuación es cierto. El narrador deja aquí hablar a su
personaje porque no tuvo ocasión de meter intervención alguna en el
tiempo que duró el monólogo:
“Aquí
venden muchas cosas pa adergasá, jaja, me río yo de eso. Mire usté,
mi hija ha sío secretaria de un ondo- ordo- indro... ¿cómo se
dice?... sí, eso, endorcrino.
Cuatro año, mire usté, ni un gramo perdió la pobresita, jaja. Esa
es como mi mujé, que pega un buche de agua y engorda, jeje. Ahora la
niña está en paro... y se mete a comersiá. Tor día andando, tor
día, ¿sabe usté? Y no pierda na, na de na. Se toma un café con
una madalena por la
mañana y a la hora de comé llama a mi mujé: “mamá, que voy
pallá. Prepárame lo que sea”. Claro que mi mujé es otra. Cuando
yo la conocí ya estaba gorda. Con 16 años, ¿sabe usté? Y es que
la que es gorda es gorda. Un médico la vio y le dijo: “señora, no
hay un etíope en el mundo que engorde”, jaja, claro, coño, si se
ponía hasta los ojoh de pan migao en to. Mire usted, yo trabajé en
Los Remedios de panadero. Cinco bollos me comía por la mañana y dos
huevos pasaos por agua...y aquí está er tío...” El tipo se calló
porque nos fuimos por la puerta educadamente. De soslayo, al salir,
pude entrever la mirada del dependiente que emitía mensajes de
auxilio en clave ocular: “llevarse a este tío, por lo que más
queráis”.
De
vuelta a casa vine cavilando sobre el senequismo extinto en los
andaluces occidentales. El silencio meditativo, la reflexión y el
apunte lúcido es algo que aún existe en esta tierra, pero es
difícil dar con ello. La vida moderna, enjabonada con los geles de
la confusión entre la vida pública y la vida privada, hace crecer
estos engendros inverosímiles más propios de los Quinteros (metan
entre Serafín y Joaquín también a Jesús, cual portal de Belén
posmoderno) que de la realidad tangible. Por cierto, el tomillo en
infusión sabe a zapatería china. Besos.
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