miércoles, 24 de octubre de 2012

Buscando a Séneca entre las hierbas.



Dejé colgada la chaqueta en el perchero de mon amour y nos fuimos a loquear a Málaga. Exactamente a un curso de cocina vegetariana (macrobiótica a ratos) con una alumna aventajada de la gran gurú del asunto Montse Bradford. Llegamos a la hora de almorzar a Benagalbón a casa de Paula, que nos acogió con todo su amor carnal, a pesar de todo. Luego bajamos a la ciudad para ver lo bien que luce la peatonalización del centro con otros dos buenos anfitriones, Colón y Marcos. Subió el fresco mediterráneo hasta mi cuello y fue así como los cuchillos afilados de la afonía me seccionaron la garganta. Desde el lunes, en la granja donde laboro mucho siseo, algo de power-point paliativo y bastante puntero.

Me tiré al herbolario a la búsqueda de un remedio natural: propóleo en espray 11.40 €; 100 gramos de tomillo 80 céntimos. Ganó lo barato. En el local había un hombre de unos 60 años casi yéndose. Digo casi, porque el señor estaba aquejado de algo para lo que no vendían nada en el lugar: una facundia propia de un centauro puesto de LSD que buscaba a víctimas propicias para prodigarse en su arte verbal. Era un hombre de otra época, sin duda. Ni la edad ni el trabajo le habían hecho perder la viveza de sus ojos azules; sólo habían alcanzado a darle un tono cobrizo al pelo rubio original. En el cuello y en ambas muñecas exhibía cadenas de oro. La del cuello se intuía; no tenía cuello. Su cabeza estaba encajada en un tronco amorconado y macizo. Una camisa a rayas amarillas y celestes (sic) era aniquilada en cuarto botón, justo en la mitad del tronco, por la cintura de un pantalón desafortunadamente emergente. Todo lo que figura a continuación es cierto. El narrador deja aquí hablar a su personaje porque no tuvo ocasión de meter intervención alguna en el tiempo que duró el monólogo:
Aquí venden muchas cosas pa adergasá, jaja, me río yo de eso. Mire usté, mi hija ha sío secretaria de un ondo- ordo- indro... ¿cómo se dice?... sí, eso, endorcrino. Cuatro año, mire usté, ni un gramo perdió la pobresita, jaja. Esa es como mi mujé, que pega un buche de agua y engorda, jeje. Ahora la niña está en paro... y se mete a comersiá. Tor día andando, tor día, ¿sabe usté? Y no pierda na, na de na. Se toma un café con una madalena por la mañana y a la hora de comé llama a mi mujé: “mamá, que voy pallá. Prepárame lo que sea”. Claro que mi mujé es otra. Cuando yo la conocí ya estaba gorda. Con 16 años, ¿sabe usté? Y es que la que es gorda es gorda. Un médico la vio y le dijo: “señora, no hay un etíope en el mundo que engorde”, jaja, claro, coño, si se ponía hasta los ojoh de pan migao en to. Mire usted, yo trabajé en Los Remedios de panadero. Cinco bollos me comía por la mañana y dos huevos pasaos por agua...y aquí está er tío...” El tipo se calló porque nos fuimos por la puerta educadamente. De soslayo, al salir, pude entrever la mirada del dependiente que emitía mensajes de auxilio en clave ocular: “llevarse a este tío, por lo que más queráis”.

De vuelta a casa vine cavilando sobre el senequismo extinto en los andaluces occidentales. El silencio meditativo, la reflexión y el apunte lúcido es algo que aún existe en esta tierra, pero es difícil dar con ello. La vida moderna, enjabonada con los geles de la confusión entre la vida pública y la vida privada, hace crecer estos engendros inverosímiles más propios de los Quinteros (metan entre Serafín y Joaquín también a Jesús, cual portal de Belén posmoderno) que de la realidad tangible. Por cierto, el tomillo en infusión sabe a zapatería china. Besos.

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