martes, 16 de octubre de 2012

Marte y Venus no conocen la felicidad



Mi vecino de arriba, militar profesional, una noche le dijo a su amada en el balcón que en las guardias ya no pensaba en ella. Lo oí este verano mientras intentaba conciliar el sueño entre el olor a pólvora quemada y el zumbido de un escuadrón de mosquitos. “¿En qué piensas entonces”. Me costó entender lo que decía el marcial amante, pero conté las sílabas escandidas en el aire y ya no dudé de su respuesta: “En el fútbol”. Toma ya, y eso que aún no había empezado a liga. Hoy supongo que habrá instalado la raya verde césped en su televisor porque patalea, gruñe, insulta, habla solo y mueve muebles estrepitosamente. Que conste que no me molesta. Pienso en ella, que aún no ha cogido el primer tren con destino al Edén y que andará refugiada en cualquier búnker anti-fútbol improvisado en el mismo hogar. Desde allí sale una vocecita (la oigo desde donde escribo) que pregunta “¿Empataron?”. “¡Hijos de puta, en el último minuto!”. Ahora sé que no se irá a ningún lado; esa pequeña concesión al resultado me demuestra que amará tenazmente a este hombre que en las guardias de guardar nada andará imaginando quinielas imposibles a la par que ella lo sueña en batallas distantes, guerras furibundas que lo barran del mapa y le procuren a ella la vida feliz que un día le prometieron. ¡Oh, amor, cuánto dueles!

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