lunes, 27 de mayo de 2013

No me digas hoy que tampoco vivimos en la misma ciudad.




Embaucado por el verde de los jardines lejanos,
observo la construcción de una torre
cuya alma no tiene acceso al ascensor público,
pero sí al montacargas.

La calima convierte la cadena montañosa del fondo
en un mar de orillas aéreas que no pisaré hasta que alguien
me regale un camino de tablas para condesar el deseo
en un sendero de posibles.

La tarde arrecia con su luz sobre los edificios blancos;
devuelven su fe en las formas con la pulsión
que guarda la arena al mediodía.
Desierto blanco que nos invita
a calarnos de fósiles hasta la memoria,
sin dejar que nos distraigamos cuando
llega la extraña realidad.

No me digas hoy que tampoco vivimos en la misma ciudad.




viernes, 24 de mayo de 2013

A qué sabe el rojo atardecer


No hay nada como tú:
cielo, estrellas, prados, valles, el extraño relumbrar de los metales abandonados en la orilla.
Si me contaras las extrañas cosas que guardas en tus manos
tal vez sería más fácil saber adónde nos dirigimos.
No olvides que el cambio requiere de la voluntad de ser otros.
Nadie nos dijo que expiraran los números de teléfonos ni los nombres labrados en los troncos.
No se puede guardar la luz de aquellos días en latas y aceite de oliva;
alguien me advirtió que el aceite lo mezclan con agua.
Así que déjate de encantos fosilizados y frases hechas.
Dime, ahora y aquí, a qué sabe el rojo atardecer cuando las tortugas desovan sin saber que ni tú ni yo existimos.

jueves, 23 de mayo de 2013

Un desierto esperanzador (fritanga robada).



El moribundo racionalismo no podía dar soluciones arquitectónicas de interés a una ciudad que había resuelto, por unanimidad, retornar a estadios intermedios de la historia de la edificación. La empresa ganadora del concurso para demoler los vestigios de los hijos de Le Corbusier se había llevado en último momento el suculento trofeo gracias a un detalle simple, aunque lo suficientemente efectista para que el revuelo que se pudiera formar entre los aguerridos defensores de la continuidad histórica sin saltos ni olvidos no quedaran desconsolados por la desaparición: telas con algún que otro fragmento de los escritos del francés cubrirían el cambio de estado de sólido a gaseoso de todas las estructuras. Sólo era el comienzo. Tras dilatadas pero apoteósicas demoliciones de estilos caídos en desgracia, la ciudad quedó virginalmente dispuesta a que los nuevos promotores comenzaran su trazado.
Pronto se percató un comentarista local de que se trataba de la devastación urbana realizada con más frialdad de todas las iniciadas en las ciudades atravesadas por el spleen que ellas mismas destilaban.
“Sin hitos arquitectónicos que marquen espacialmente el paso del tiempo, seremos inicialmente eternos; luego, ya veremos”, arguyó un constructor ante la muchedumbre que se agitaba al compás del viento. Tras ella, sin apenas nada donde clavar la mirada, se abría un esperanzador desierto.

martes, 21 de mayo de 2013

Así no hay quien viva.


Nadie mira el tiempo que acumulan las escamas de los peces,
atravesadas de un espacio del que sólo ellas tienen constancia.
Nadie lame las escamas
ni pregunta al ojo de la ballena
qué delirios esconden los fondos marinos.

Cortamos las cabezas y raspamos las escamas
y así no hay quien viva.