Vuelvo a estas líneas
ante la petición febril de una fritanguera que, al parecer, echa de
menos el frito variado y las crónicas de lo que ahora ocurre en el
micromundo de la cría aviar. He tenido que trajinar algo las notas
mentales de estos últimos meses para poder componer algo más o
menos digno y no he encontrado nada; bueno, casi nada. He
reflexionado mucho sobre las dotes que ha de tener un educador de
pollos a la hora de enfrentar su trabajo con acierto y
profesionalidad. El operario tendrá que ser puntual, amable, franco,
creativo, maduro, audaz, respetuoso, digno de ser imitado, sensible
(no sensiblero) ante la materia que imparte y ante su auditorio,
entregado (sin perder su yo), creativo, intuitivo, etc., etc., etc.
Más o menos un superhéroe. Claro que todo es posible con algo de
trabajo personal y una labor de autoconocimiento que no cesa ni
siquiera cuando el personal abraza las vacaciones en cualquiera de
sus manifestaciones anuales, sean éstas de Pascua, estivales,
carnavaleras o pónticas. La gente va cumpliendo como quiere o puede,
el problema es que a veces hay destellos de humanidad que me hacen
dudar de si algún que otro educador de pollos está realmente
capacitado para su función. Puedo entender que el estrés de la
jornada laboral nos coloque en situaciones poco ventajosas y que
andemos con la cabeza en otro lado –cuestión esta preocupante al
trabajar con un material tan frágil como la pollería adolescente–,
pero hay detalles que a los ojos de algunos pueden parecer nimios y a
los de otros pueden resultar la irrefutable prueba de que hay gente
que tendría que dedicarse a otros menesteres alejados de las granjas
preparatorias para la vida y la educación universitaria.
Sospecho que alguna vez
he señalado en estas fritangas la existencia de un compañero (no
identificado aún y dudosamente identificable algún día) que nunca
nos regala la visión del fondo de la taza al resto de usuarios del
inodoro dentro la granja. El hombre siempre deja el rastro de su orín
en el agua. Lo más asombroso es que éste no es como los demás: su
procelosa meada tiene el color de la esmeralda pulida. Hay otro
colega que tiene la fabulosa capacidad de dejar el rollo del papel
higiénico con el último tramo colgando cual barba de chivo viejo,
sin reparar en la remota posibilidad de buscar un recambio entre los
otros muchos rollos que se amontonan en el baño. Hay otro más
(desconozco si coincide con alguno de los anteriores) que tampoco se
prodiga en la esgrima de escobilla para el touchée del
derrape de mojón matinal. Ustedes me dirán, amigos míos, si es o
no esto la demostración de que las granjas necesitan algún tipo de
cambio en la selección de personal.
No
pierdo la fe en que Mr. Wertigo, Magno Ministro del Gremio Avícola,
tome nota sobre el asunto y nos mande una remesa de videos tutoriales
para el buen desempeño de la cría de pollos dentro y fuera del
corral. De lo contrario, auguro la definitiva caída de Occidente
(aún más).
Besos
Mariquilla.
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