Mientras trasquilo la memoria
siento que se apagó el viento que
lamía la tarde.
Deslucidos,
habitan duros emplastos
en lo que en otro tiempo fueron brotes
feraces y resueltos.
De nada vale sumergir relojes para
olvidar aquel tiempo;
suben a la superficie llenos de
doliente recuerdo,
cabeceando procaces entre las nubes de
ahora.
Donde hubo faros, ahora rocas
invisibles en la noche;
donde hubo desnudez, ahora piel llena
de eccemas.
De nada vale desterrar como un trilero
la obligación de ser feliz cuando es
lo más fácil,
pues pronto ese viento apagado
removerá las hojas,
descubrirá senderos,
y ya nada será posible.
A veces desearía ser capaz de olvidar aquel dolor igual que olvido qué comí ayer. Pero no quiero, porque entonces "ya nada será posible".
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