sábado, 20 de mayo de 2017

Cromo robado


Lola es una Rita Hayworth rural, agreste, agropecuaria. Pasa por el lector los códigos de barra con eficiencia y dedicación. Mercadona la contrató hace un año y desde entonces, en las pocas veces que he coincidido con esta musa, he podido hacerme una idea de su vida. La supongo hija de otra Rita que nos secuestraba el corazón en la adolescencia cuando íbamos a robar casetes de cromo a Continente. La imagino también perteneciente a una estirpe de cajeras que se remonta a años atrás, cuando llegó a España el negocio de los supermercados. Lola no está tatuada –cosa que me sorprende– y tampoco exhibe una dentadura alienada por obra y gracia de la ortodoncia universal de ahora. El incisivo lateral derecho sobresale un poco, detalle este que la rescata de centrifugadora de las modas igualatorias y la hace única. Su gracejo natural gusta a señores de vientre prominente que van a comprar sangría hecha en lote de seis y a las señoras que entran un momentito a por el salmón de la cena. De ella, por su propias palabras, sé que tiene dos perros y un gato, y que camina por las calles mirando hacia delante para no reparar en la orfandad de los animales callejeros, hermanados con sus mascotas por su procedencia.

Esta Rita III o IV me ha llevado a recordar esos robos adolescentes y vergonzantes vistos a la luz de ahora. Íbamos a Continente con los pantalones del chándal abombachados: los bajos metidos en los calcetines blancos de rayas rojas y azules. La técnica consistía en poner caras de primaveras (las teníamos de forma natural), coger un pack de tres cintas e introducirlo en los pantalones por la cintura. La caída hasta los tobillos era rápida. Luego pasábamos por caja con una bolsa de seis Doopies a veinte pavos el leñazo. Atravesábamos un descampado hacia nuestras casas engollipados por los donuts falsificados. Lejos del arco detector y de las ominosas pegatinas del chivatazo, el mundo era ruin, pero igualmente más feliz. El pop y el rock de los finales de los 80 lo grabábamos sobre el cromo robado y nos sonaba a gloria en los walkman traídos de Ceuta por el padre de un colega.


Hoy celebro la belleza consustancial de la última Rita y también a mis panas de entonces, chorizos impenitentes que me regalaron el sueño de ver a Gilda a mi lado y una música (como toda la música de la adolescencia) eterna. Salud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario