Cuentan las hagiografías
que San Francisco de Asís era capaz de hablar con los pájaros.
Prueba de ello fue la molestia que se tomó el hombre en dejar
escrito su sermón a los mismos. Probablemente,
como un vestigio del pasado, existe aún el deseo de seguir teniendo
contacto con un reino, el animal, con el que compartimos los
instintos y las pasiones. Todo ello lleva al personal, aunque sea de
manera inconsciente, a acompañarse de mascotas más o menos
domesticables con las que algunos hablan e incluso cantan. Mi madre,
sin ir más lejos, amenizó nuestras infantiles vidas haciendo un dúo
con un canario de portentosa garganta. Lástima que el pájaro fuera
dirigido sólo hacia el universo Marifé de Triana.
En
el mundo de ahora cada cual busca su alter ego en la animalia del
momento. Las granjas de reproducción canina programada se han puesto
las pilas para satisfacer las necesidades de las sociedad: los perros
han sido sometidos a un proceso de jibarización por mor del tamaño
de los hogares y la vida nómada. El terrier, el bichón maltés, el
buldog francés, etc. se han colado en hogares de 65 m2 o viajan
dentro de jaulas plegables en la cabina de los aviones. La bichería
doméstica es numerosa y variada. Todo el mundo conoce a alguien que
ha tenido un vecino con una serpiente, una tarántula, una mantis, un
lagarto o un erizo. El universo de la excentricidad siempre se
muestra en cosas pedestres, nunca en lo sublime. Claro que no todos
los animales sirven para el dueto canoro.
Esta
tarde, paseando con mi familia por un parque del extrarradio, nos
hemos topado con el cartel que acompaña al texto. Resulta evidente
que el amor hacia un animal es algo comprensible y alabable; que su
pérdida causa un dolor que sólo el tiempo atenuará; que, si el
vínculo es recíproco y duradero, la ausencia en el hogar no puede
ser compensada por otro ejemplar de la misma especie. El caso de Love
es paradigmático: una chica, según reza el cartel, es propietaria
de una ninfa que está criada a mano (sic), que no agarra y que se
apoya en la cabeza y el dedo. Hasta aquí, bien, pues todos los
ejemplares tienen este comportamiento arquetípico. Pero, ¿qué
ocurre cuando Love, tras tardes de denodado esfuerzo por parte de su
criadora, ha llegado a silbar “La cucaracha”? ¿Qué hacer en ese
caso? ¿El gusto musical de la especie también es arquetípico o
cada pájaro tendrá debilidad por un estilo y un artista diferentes?
Me pregunto si la excentricidad con la que carga el pájaro es lo
que hace que su búsqueda sea incansable. También me pregunto si yo
mismo, ante tal prodigio, llamaría al teléfono para devolverlo.
Observo
con curiosidad la manera en que el mundo contemporáneo exhibe sin
ningún tipo de sonrojo ni remordimiento los más recónditos lugares
de su alma. La joven que figura en una de las fotos será la que, con
toda seguridad, haya puesto al pájaro en la senda de los corridos
mexicanos. No seré yo quien juzgue su gusto musical. Sólo sé que
andaré con el oído bien aguzado para ver si me encuentro con esta
maravilla. Ya veré luego si llamo o no. Good night, my friends.
Eres el álter ego de Larra: de un paseo por el parque deduces hábitos sociales en el más insospechado detalle.
ResponderEliminarA. Camacho